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Martes 19/11/2024
 

El sexo de los libros

Georges Bataille y la Revolución

La idiotización global de la población del planeta, que empezó con la teología de lo políticamente correcto, dio un paso de gigante con el universalismo de las redes sociales...

  • Georges Bataille

Hay un frase de Marx que se cita mucho: "La historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa".


La frase en verdad es una apostilla de Marx a una aserción de Hegel. 


Lo que Karl Marx escribió exactamente fue esto: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Lo escribió en El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Nueva York, 1852, revista Die Revolution de Joseph Weydemeyer), obra compuesta entre 1851 y 1852, cuya redacción inició Marx inmediatamente después del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 llevado a cabo por Luis Napoleón Bonaparte (futuro Napoleón III), hijo de  Luis Bonaparte ―rey de Holanda, hermano más joven de Napoleón I― y de Hortensia de Beauharnais.


Sin embargo, a veces las reiteraciones históricas no incluyen el elemento trágico y redundan exclusivamente  en la bufonada, la mojiganga y la caricatura grotesca, como suele suceder con tanta frecuencia en España.


«No sólo en España; en realidad a estas alturas el mundo entero se mueve en esa dimensión de la mascarada interminable y recurrente. Tomémoslo como un consuelo de tontos; no nos queda otra».


Desde 1990, año en que Gilles Deleuze publicó su “Postdata sobre las Sociedades de Control”, ha llovido mucho y para mal, comprobándose que el autor de aquel  breve ensayo de apenas cinco folios tenía razón en su análisis y en todas sus  predicciones.


La idiotización global de la población del planeta, que empezó con la teología de lo políticamente correcto, dio un paso de gigante con el universalismo de las redes sociales, con la eufemización paranoica del lenguaje, con la divulgación de la doble moral y también con la imposición del pensamiento único disfrazado de crítica del pensamiento único, dándose el caso de que una cierta masa retroprogresista confunde, de forma patética, pensamiento único con pensamiento crítico.


Lo utópico, que se identifica en esencia con lo imposible, se manifiesta coyunturalmente, a través de irregularidades monstruosas, lo que provoca un deslizamiento hacia el espacio de la distopía, que es lo contrario. Ya se trate de  figuras individuales o de sistemas de dominación y regímenes políticos.


Del inolvidable emperador Calígula escribió Suetonio: “nada ambicionaba tanto como ejecutar lo que se consideraba irrealizable” (Vidas de los doce césares). No cabe duda, el hijo del admirado Germánico fue un ejemplo de utopista incomprendido.


«Entonces, ¿Calígula fue un precursor de mayo del 68? Por aquello de “pidamos lo imposible”…».


«Bueno, encontraríamos bastantes divergencias si descendiéramos a los detalles».


Hemos de volver a la cuestión de si son los hombres los que hacen la Historia, y seguiríamos  respondiendo que sí, la hacen, pero en condiciones determinadas; condiciones de existencia materiales, de producción y relaciones sociales. Sin embargo, el marxismo-leninismo puntualiza, con toda  lógica, que el curso de la Historia está primordialmente determinado por la lucha de clases más que por las acciones individuales, aunque éstas desempeñen, en ocasiones, cometidos de relevancia.


«Por supuesto, habla usted de un marxismo-leninismo no dogmático, no doctrinario».


«Obviamente. Pero que conste que el marxismo-leninismo dogmático no es tal, sino su más condenable  deformación».


Cuando el marxismo-leninismo defiende que el protagonismo histórico recae sobre la lucha de clases hemos de entender que se refiere a las fuerzas sociales comprometidas en el conflicto de intereses que enfrenta, inexorablemente, a las clases sociales en el seno de una sociedad clasista.


«Ahora está de moda negar la existencia de la lucha de clases».


«Claro, quienes la niegan son los de siempre; los partidarios de la explotación del hombre por el hombre desmienten la evidencia de las clases sociales  alegando, sin ir más lejos, que los multimillonarios y las depauperadas víctimas del subempleo son parte de un único conjunto social indiferenciado en el que conviven pacíficamente los de arriba, los de en medio y los de abajo para una idílica búsqueda del bien común; son los sinvergüenzas que conceden el mismo valor a la opulencia, a la escasez y a la pura  miseria. No es divertido».


«Ya. Y esos negacionistas de las clases sociales emplean sus esfuerzos en anular la conciencia de clase de los oprimidos. Y el caso es que se podría asegurar que lo están  logrando».


En su crítica del economicismo como desviación de la teoría marxista de la Historia, Lenin señala cómo el  espontaneísmo es el correlato de la mencionada desviación por su culto al “momento presente”, por fijar su objetivo en la simple mejoría de la situación económica de los trabajadores hic et nunc; es decir, reducen lo político a una mera manifestación de lo económico. Lenin recurre a una expresión extraordinariamente poética cuando denuncia, en el contexto del desviacionismo economicista, el carácter falaz de “la legitimidad de la existencia de lo que existe” (¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, 1902).


«En resumidas cuentas, las clases medias y populares…».


«Las clases medias y populares están hoy por hoy, salvo ciertas excepciones sectoriales, absolutamente agilipolladas».


Georges Bataille (1897-1962) puso el dedo en la llaga de la única vía, según él, para el desarrollo perfectible del marxismo: “Sin una profunda complicidad con las fuerzas de la naturaleza tales como la muerte en su forma violenta, las efusiones de sangre, las catástrofes repentinas incluidos los horribles chillidos de dolor que les siguen, las rupturas aterradoras de lo que parecía inmutable, la bajeza hasta la podredumbre repugnante de lo que era elevado, sin la comprensión sádica de una naturaleza indudablemente estruendosa y torrencial, no puede haber revolucionarios, no hay sino un sentimentalismo utópico repulsivo” (Oeuvres complètes, Gallimard, II, 67).

  
«Dios nos asista».     

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