Un documento de 1923 prueba los poderes del caciquismo en la enseñanza y cómo las mujeres maestras de escuelas eran sometidas con imposiciones deshumanizadas y humillantes. Un documento histórico que prueba la irracionalidad con que se trataba a la mujer.
Este documento excepcional para conocer la discriminación de la mujer en la España del caciquismo está fechado en 1923 y aunque pertenece a una delegación provincial de enseñanza de Castilla la Mancha, su uso era extensivo al resto de la nación al ser un modelo único extendido por el Ministerio de Instrucción Pública de la época.
La lectura de esta primera página del contrato produce sonrojo pese al tiempo transcurrido. En la segunda página del contrato continuaba el articulado con nuevas pruebas humillantes para la maestra y las normas de enseñanza y los castigos a los estudiantes, todo en tono imperativo, ampuloso, paternalista y presuntamente formativo. En resumen, todavía en el primer cuarto del siglo XX, la enseñanza pública mantenía sistemas decimonónicos en contraste con la actitud adoptada por la Iglesia cristiana a favor de la enseñanza de niños pobres. En esa época, ya eran reconocidas por la sociedad las labores educativas ejemplares promovidas por los obispos Marcelo Spínola y Manuel González, sor Ángela de la Cruz, el padre Manjón y Manuel Siurot. Todos fueron apóstoles de la enseñanza de niños pobres y lucharon con valentía contra el caciquismo embrutecedor ejercido en las zonas rurales por algunos terratenientes.
El caciquismo, una lacra antihumana, prevalecía sobre todo en las zonas rurales, donde sus estragos eran inmensos y fueron causas de graves resentimientos sociales. Sobre este asunto volveremos en la siguiente entrega.
La llegada de la II República supuso un cambio radical en lo que se refiere a la enseñanza primaria y secundaria en Sevilla, tanto cuantitativa como cualitativamente, pues se amplió el número de escuelas y se aumentó también el de maestros, mejorando su situación económica. De veintiséis escuelas nacionales para niños existentes en 1930, se pasó a setenta y seis en 1934; de veintitrés para niñas, a sesenta y seis; de dieciséis para párvulos, a veintitrés; de once para adultos, a veintisiete. En total, de setenta y seis escuelas nacionales disponibles en 1930, se llegó a ciento noventa y dos en 1934.
Naturalmente no se acabó con el problema de la enseñanza ni del caciquismo, pero después de décadas de abandono, aquel gran avance, aun siendo insuficiente para atender las necesidades acumuladas, supuso una mejora excepcional que causó notable impresión en la opinión pública.