A tan solo 170 kilómetros de la capital andaluza, y a unos escasos 73 kilómetros de Cádiz, se encuentra Zahara de los Atunes, uno de los rincones más privilegiados de Andalucía que durante los años del "ladrillo" logró escapar de la especulación urbanística.
En este enclave convergen la bravura del Atlántico, la locura del viento de Levante y la paz que solo conocen quienes saben vivir a su propio ritmo.
Este pequeño municipio gaditano de unos 1.200 habitantes ve su población multiplicada de manera extraordinaria durante el periodo estival, hasta alcanzar los cerca de 30.000 visitantes que vienen hasta Zahara de los Atunes para respirar su tranquilidad y disfrutar de su inmensa playa, que en este 2017 ha logrado recuperar el galardón de la Bandera Azul que perdió hace dos años -con el que se premia la calidad ambiental y las instalaciones de la playa-.
La vida de la localidad se transforma en verano. Así lo certifica uno de los vocales de la Entidad Local Autónoma de Zahara de los Atunes -que depende del Ayuntamiento de Barbate-, Miguel Fillol, que asegura que el turismo despegó en la zona hace ya más de 30 años y ha logrado mantenerse como un pulmón esencial de la economía zahareña gracias a los dos atractivos claves del municipio: la playa y la gastronomía.
"Zahara hay que descubrirlo y hay que vivirlo", comenta Fillol a Efe, y algo de razón debe llevar, porque con él coinciden los miles de turistas que en este caluroso mes de julio han venido hasta esta localidad huyendo de la calima de las capitales y grandes urbes para resguardarse en un lugar donde la ola de calor parece un mito lejano y en el que es posible empaparse de la tranquilidad propia de un pueblo que sabe exprimir su enclave privilegiado y su buen clima.
Ese sosiego que se destila de las callejuelas de Zahara es uno de los grandes reclamos que cada verano atrae a nuevos visitantes, y hace volver a los incondicionales de estas playas gaditanas -los hay que llevan veraneando aquí desde hace 20 años-, que peregrinan desde otras partes del país para disfrutar del municipio, su clima y su paz durante los meses de verano.
La localidad carece de un paseo marítimo al uso, pero a cambio ofrece una naturaleza espectacular con la sierra de Retín a su espalda, a apenas unos metros de las playas, en la que la ganadería zahareña -vacas retintas que son uno de los grandes sustentos de los lugareños durante los meses de invierno- pasta y parece disfrutar de las puestas de sol que tienen la suerte de presenciar cada tarde en la que el sol torna el horizonte color naranja mientras desaparece en el Faro de Trafalgar.
Alejándose unos cuantos kilómetros de la playa del pueblo los más aventureros podrán descubrir tesoros naturales alejados del bullicio de las sombrillas y hamacas, como por ejemplo, la playa del Cañuelo, -más allá de la urbanización de Atlanterra y ya en el término municipal de Tarifa-.
A ella es posible acceder desde el faro de Camarinal por un terreno escarpado que desemboca en un pequeño resquicio de arena sin chiringuitos, ni vigilancia costera, al que solo algunos se atreven a acceder.
El otro gran atractivo del municipio es el que le otorga su nombre, y es que Zahara ha logrado hacer del atún y su tradición milenaria una de sus banderas más insignes, que además desde hace nueve años posee su propia semana de fiesta durante el mes de mayo con la "Ruta del Atún", nacida a iniciativa de la Asociación de comerciantes de Zahara de los Atunes (ACOZA).
Junto a bares y tabernas clásicas se han instalado en este pueblo costero infinidad de gastrobares y restaurantes que han reinventado la cocina zahareña y la han fusionado con mil tipos de cocinas que funden la calidad incuestionable del atún de almadraba con sabores mexicanos, tailandeses o japoneses, que dotan a la localidad de una variedad gastronómica envidiable.
Cuando cae la noche todo el pueblo se imbuye de un ambiente bohemio que invade los locales zahareños en los que se ofrecen un sinfín de actuaciones en directo cada noche, que permiten a los más nocturnos disfrutar de un gin-tonic o un mojito mientras sumergen los pies en la arena y se dejan impregnar por la paz que destila cada rincón zahareño