Loinaz trabaja desde hace más de un año con una cincuentena de reclusos del centro penitenciario Brians II (Barcelona) para clasificar a este tipo de agresores, que forman “un colectivo muy heterogéneo”, en subtipos diferenciables según su personalidad, la violencia utilizada o el nivel de contención de ira, para poder así diseñar tratamientos específicos.
El investigador explicó a Efe que mientras se ha trabajado ampliamente en el tratamiento de los agresores sexuales, por la alarma social que generan, no ocurre igual con los agresores de pareja, a pesar de todos los cambios legislativos realizados, con una modificación penal incluida, que ha conllevado un aumento del número de hombres que ingresan en prisión por estas causas.
“Se ha producido un boom de encarcelamientos, pero no se ha avanzado en recursos. En otros países llevan más de treinta años investigando la clasificación de los agresores de pareja para darles un tratamiento adecuado”, indica Loinaz, que prepara su tesis doctoral con el catedrático de Psicología Clínica Enrique Echeburúa, director del principal grupo de investigación sobre este campo.
Loinaz recuerda que, aunque en España no existen datos oficiales, según un estudio realizado en EEUU, un 32% de los sujetos tratados vuelve a maltratar dentro del primer año, y hasta el 60% lo hace en la década siguiente.
Además, otras investigaciones apuntan que las terapias que se aplican son inapropiadas para muchos de ellos, como demuestra el alto grado de reincidencia.
De los reclusos que han participado voluntariamente en el estudio, con una edad media de 39 años –algunos con penas leves, aunque también hay homicidas–, un 38% presentaba prevalencia de transtornos de la personalidad, un 18% tenía antecedentes psiquiátricos y un 54% presentaba problemas relacionados con el consumo de alcohol o drogas.
Loinaz logró diferenciar dos tipos de agresores. Por un lado, están los sujetos “normalizados” y el otro grupo definido sería el violento antisocial, que no sólo actúa en el ámbito familiar.