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El sexo de los libros

Aleister Crowley: la poesía de Thelema

Aleister Crowley (1876-1947) llenaría él solo la primera mitad del siglo XX en la historia del ocultismo y en casi todas las especialidades

Publicado: 31/12/2018 ·
10:53
· Actualizado: 31/12/2018 · 11:08
  • Aleister Crowley
Autor

Carlos Manuel López

Carlos Manuel López Ramos es escritor y crítico literario. Consejero Asesor de la Fundación Caballero Bonald

El sexo de los libros

El blog 'El sexo de los libros' está dedicado a la literatura desde un punto de vista esencialmente filosófico e ideológico

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Aleister Crowley (1876-1947) llenaría él solo la primera mitad del siglo XX en la historia del ocultismo y en casi todas las  especialidades: alquimia, tarot, magia, brujería, espiritismo, cábala, astrología, erotismo hermético, satanismo, hipnosis, faquirismo, etc. Su obra escrita, aparte de los libros teóricos y doctrinales, incluye textos literarios narrativos y líricos. La biografía de Crowley ha sido muy difundida; unas veces, indecorosamente trivializada; otras, extemporáneamente magnificada en función de un consumo dirigido a distintos sectores socioculturales a los que se ofrecía un mito diferencial, desde los simples   aficionados a las supersticiones más chabacanas, hasta el esoterismo de salón pretendidamente crème de la crème. Pero también existe, aunque en menor cantidad, una analítica de preferencias rigurosas y objetivas.

La reactivación de Crowley en Gran Bretaña y Estados Unidos se debió al libro de Richard Cavendish The Black Arts: A Concise History of Witchcraft, Demonology, and Other Mystical Practices Through the Ages (1967). Cavendish, acreditado historiador y estudioso de la magia desde un punto de vista agnóstico, elogia en su libro  a Crowley, de quien dice que es “el mago moderno más notorio y más brillantemente dotado”, al  que nunca, hasta hoy, le ha faltado una corte de prosélitos. En los últimos años 60, Crowley era ya un icono de la contracultura anglosajona (underground), despertando un extraordinario interés entre miles de hippies y miembros de movimientos alternativos que compraban sus obras con regularidad, y esto  contribuyó muy probablemente a que el retrato de Aleister Crowley estuviera, junto al de tantos otros famosos, en la carátula del disco Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band, lanzado por The Beatles en mayo de 1967, presencia sobre la que se elaboró un ocurrente juego óptico colocando un espejo, de una manera concreta, en la portada del Long Play: divertimento del que se extraen infundadas  deducciones esotéricas sobre el cuarteto de Liverpool.   

En la música pop-rock de lengua inglesa, Aleister Crowley tuvo buena acogida entre autores y conjuntos que encontraron en las ciencias ocultas un filón temático de notable rentabilidad. Jimmy Page, guitarrista del grupo británico Led Zeppelin y ferviente  del pentáculo,  adquirió en 1970 Boleskine House, la casa a orillas del Lago Ness (Escocia) que Crowley había comprado en 1899 porque reunía los requisitos para llevar a cabo los rituales de  El Libro de la Magia Sagrada de Abramelin el Mago con el concurso del Santo Ángel de la Guarda para el control de la plana mayor del Infierno. Pero algo salió mal y los demonios montaron un festival poltergeist, con  desbarajustes fenoménicos que también tuvieron lugar en los días de Page, quien vendió la finca en 1992.

Crowley, hombre de enérgica personalidad, fue un manipulador superdotado, carismático y enormemente persuasivo, un encantador de serpientes que supo mantener a su alrededor un amplio grupo de forofos fidelísimos (muchos de ellos cretinos con pedigrí), en su mayoría dispuestos a una completa sumisión, como fueron aquellos miembros desquiciados de la Abadía de Thelema, comuna protohippy que Crowley organizó en la localidad siciliana de Cefalù en 1920 y que acabó clausurada, en 1923, por disposición del gobierno italiano (Mussolini), dadas las inadmisibles condiciones de salubridad del edificio en el que vivían los thelemitas,  las prácticas supuestamente perniciosas y malsanas a las que éstos se entregaban de continuo (drogas, orgías, intemperancias sadomasoquistas, sacrificios de animales, aquelarres, etc.) y la alarma social que aquello había producido, a pesar de que no todo lo que se decía era real y de que a Crowley le gustaba hacer de provocador esparciendo él mismo rumores sensacionalistas sobre sus empresas. Es cierto que la  irradiación fascinadora de Crowley surtía eficacia con individuos de una pasta específica que él sabía dónde y cómo reclutar, asegurándose el acatamiento y la dependencia psíquica. Crowley fue pronto un fenómeno irreversible, incluso para detractores y enemigos, que no  entendieron su revolución neopagana (cristianofóbica), cuyas derivaciones se propagarían a todo el resto del siglo XX, penetrando en el XXI como incremento del estándar secularizador de las sociedades post-industiales. La fobia al cristianismo devino postura bastante generalizada entre la intelectualidad de la transición del siglo XIX al XX, coincidiendo con otras manifestaciones homólogas como el anticlericalismo de las masas obreras y los partidos políticos de izquierdas o el indiferentismo que iba ganando terreno en algunas capas de la pequeña burguesía.

Fue Crowley  un niño torturador y exterminador de gatos, ranas y ratas, chico inquieto, quizás hiperactivo, al que su propia madre endosó el alias (que él ostentaría con orgullo)  de ‘Gran Bestia 666’ (The Great Beast 666):     aquel hijo que tuvo la precoz certeza de que la gran tradición mágica era la mejor plataforma para dejar una memoria perdurable, tal vez de ahí su magical motto en la Hermetic Order of the Golden Dawn: Hermano Perdurabo, o ‘yo perduraré’ o ‘resistiré’. Inclinado al cultivo de las letras, en 1898 Crowley publica dos libros de poesía, uno titulado Aceldama y el otro White Stains, que son el principio de una creación fecunda en el género. El primero (que tiene por subtítulo Un lugar para sepultar a los extraños) propone una filosofía que, según él: “los desarrollos posteriores no han modificado apreciablemente.” El poeta no distingue entre Dios y el Diablo; hay más similitudes que diferencias: Noche oscura, noche roja. Este lupanar / con sus llamas rosadas que se hunden, que tiemblan...; ha idealizado el burdel, el fuego de una insolente contra-teología: Ninguna prostitución que realice este cielo / podrá apartarse de él. Ningún canto de los sátiros, / ninguna maníaca danza apretará tan contundentemente la soga / de la imaginación perversamente oscura del deseo... Richard Kaczynski definió así al mago: “Polimorfo espiritual, omnívoro sexual, pionero psicodélico e inadaptado social sin complejos”: Toda degradación, toda absoluta infamia soportarás. / Tu cabeza bajo el fango y los excrementos de mujeres despreciables, / desearás, como en algún malévolo sueño, descansar al fin. / La mujer te pisoteará hasta que respires / la más mortífera de las vaharadas... El cuestionamiento del sistema social que plantea Crowley (legislación de Thelema, anarquismo  subjetivo) concierne inherentemente a las formalizaciones extrínsecas de la realidad; no a sus mecanismos infraestructurales, y vaticinaba las contraculturas de los siglos XX y XXI. El segundo volumen de versos, White Stains, inaugura una lírica erótica, corrosiva y de turbulenta sexualidad, simbolizada en las ‘manchas blancas’ del onanismo, elevando el deseo hacia la trasgresión de todos los interdictos, como en “A Ballad of Passive Paederasty” (“Balada de pederastia pasiva”, un poema de rechazo, no de censura, al sexo con niños, el cual no se descartaba entre los adeptos de Crowley): Los niños tientan mis labios licenciosamente, / muestran sus lenguas y una sonrisa torcida, / y me pregunto por qué debo rechazar / a escondidas sus nalgas / sin besar sus genitales, y me lamento: / "¡Ah! Ganímedes, concédeme una noche!" / He aquí el único gustoso misterio: / ¡El amor de un hombre fuerte es mi deleite! La explícita pornografía de White Stains es la denuncia de la represión colectiva de un funcionalismo natural al margen de enmascaramientos y    envolturas que obedecen a la moralidad dominante en cada época. Con todas las perversiones, Aleister Crowley postulaba la exploración de las potencialidades del  cuerpo, hollando un camino por el que también discurrirá Georges Bataille. El poeta, su esposa y un perro gran danés, o el trío de la muerte, en una pasión zoofílica expuesta como el tres alquímico de azufre, sal y mercurio: su mano prepara el sacrificio que / ella desearía de mí, el diluvio / que mana de los santuarios del Paraíso (“With Dog and Dame: An October Idyll”; “Con el perro y mi señora: idilio de octubre”). White Stains es un inventario de extravíos y depravaciones, o de prejuicios y tabúes, según la perspectiva adoptada sobre hechos y actos reales; es decir, que no por minoritarios, y más o menos moralmente  desaprobados, dejan de ser reales, como en el poema “Necrophilia”: Mis manos con todas sus pústulas; / y masticar tus delicados testículos; / y deleitarse con los gusanos en el placer / del Infierno y de tales obscenidades. La eficiencia en esta situación estriba en la unidad extática con Dios mediante el orgasmo con un cadáver eviscerado, que invoca sin dilación los espectros de Jack el Destripador (una de las más insistentes obsesiones de Crowley). En un libro de 1909, Clouds Without Water (‘Nubes sin agua’), hay textos esotéricos (muchos sonetos) fingidamente presentados como escritos anónimos y simuladamente condenados por un fingido comentarista. Es una broma literaria (literary joke) contra los fanatismos religiosos. Crowley presenta la alquimia, invariablemente erótica, en un lenguaje cuya excentricidad enlaza, pero a la baja, con los poetas decadentistas, simbolistas y post-simbolistas;  y, estilísticamente, sus versos, al decir de Symonds, “eran una servil imitación de Swinburne”: Hay una alquimia para sanar el daño hecho a nuestro amor por la vergüenza de ese dragón del mal, de la enfermedad, con sus aliados, el miedo, las guerras plagadas de nubes, y el  triste escéptico de voluntad más triste que se cuela dentro de nuestra ciudadela, que roba las llaves y abre sigilosamente las puertas cuando estamos durmiendo, cuando el amanecer oculta su primer brillo y nuestra sangre amaina. No carece Crowley de diligencia y fluidez al administrar los resortes de una hipersensibilidad obscena, la jaculatoria sicalíptica, el satanismo orgiástico, la espontánea brutalidad y también la emoción morbosa: sentirás mis besos en tu boca como carbones vivos, y perforarán como una flecha de acero con púas la caricia arcana que unirá nuestras almas. Todo lo cual está muy bien para la historia de un adulterio que acaba con el suicidio de los amantes sifilíticos por sobredosis de láudano. La  imaginería de la confusión paroxística de placer y dolor en la calistenia sadomasoquista es otro de los logros de Crowley: la violencia del dios loco, los ritos pavorosos de los druidas, los terrores invisibles, los fantasmas imposibles, sapos de rostro humano y mujeres con cabeza de serpiente, tienen como resultado la consunción del cerebro.

 

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