El invierno se deja avasallar por un madrugador verano sin primavera en transición. Un cielo despejado de nubes ausentes vaticina sequía ante la escasez de lluvias. Entre mis sueños aparece un arco iris en blanco y negro oculto en las fauces de una anciana Dorothy Gale, de pelo cano y revuelto de tanto soportar ciclones.
Y el martes me llamó la neuróloga. Todo bien exceptuando algunas taras que son tratables y curables. Cuelgo no sin antes darle las gracias. Respiro y siento que soy feliz. Me encanto, me amo y lo que es mejor, cada día me gusta más este puto mundo a pesar de sus taras, también tratables y curablesUna llamada me devuelve la sonrisa. Estoy bien. Para ser más exactos, en la resonancia no aparece nada grave. Una descomunal cefalea ralentizó mi tiempo. Era como si la masa gris quisiera escapar, como si el cráneo se resquebrajase. Un dolor que se mantuvo más de 48 horas en apogeo y que tardó semanas en disiparse por completo. Del TAC emergió una duda en forma de zona más oscura. La hipocondría se adueñó de todo mi ser y se filtraba en cada pensamiento. Mientras esperaba el diagnóstico bajé hasta los infiernos y me visitaron todos los dioses, ya fuesen falsos o verdaderos. Me comí el coco y nunca mejor dicho. Hasta mi pene se acobardó y mantuvo siempre un perfil bajo.
Fotofobia brutal en mitad de la inmensa claridad.
Durante esa breve agonía, inmerso en un universo de divagaciones, mi mente se reordenó dejando a un lado lo nimio y concentrándose en lo importante. El miedo es poderoso y como el amor, también mueve montañas.
Mi mundo comenzó a reducirse en un ejercicio depreciativo y decreciente sin igual en mi existencia. Tal y como ocurre en las mudanzas pero a mayor escala y con aspectos no solo materiales. En resumen, que me importaba un carajo el precio de la gasolina, la última conferencia del presidente de turno o el hecho de que Tamsung saque al mercado un teléfono móvil que escupa versos. No tengo que explicar por dónde me pasaba la opinión de los demás en temas como Cataluña, Venezuela, la igualdad o la inmigración. El ser humano se redujo a gente buena por un lado, y esa gran masa de ignorantes de mal corazón por el otro. A los primeros, gloria, a los segundos, mierda.
En sentido contrario, mi alrededor creció junto al apego a todo lo que abarcan mis brazos. Ni tristeza, ni alegría… sonrisa melancólica. Y el temor dejó paso a un sincero agradecimiento por lo vivido, pasase lo que pasase. Pensé que en el peor de los casos, ha sido maravilloso. Un balance de sueños cumplidos e incumplidos positivo. Una pechá de amar que para mí se queda. Un porcentaje altísimo de días felices y entre el llanto y la risa, la batalla siempre se decantó por el último factor. Siempre con ropa, nunca desnudo y ni un solo día sin comer. Empático a más no poder y sentimental, como mi mamá. Y si a este mejunje se le añaden mis niños, mi familia y mis amigos, pues qué queréis que os diga… me acojona irme pero chicos, qué feliz he sido.
Respecto a la sociedad, tres cuartos de lo mismo. Cuando nací la tasa de mortalidad infantil en el mundo era más alta que la actual, el número de pobres también. La escolarización, la vacunación y la cantidad de guitarras per cápita, ídem de ídem. Dejo un mundo mejor, mal que nos pese a los pesimistas de nacimiento. Aunque sobre este punto hablaré la semana que viene porque estoy encantado de ser consciente de lo mucho que ha mejorado nuestro planeta, lo cual no es óbice para seguir luchando porque aún queda mucho trabajo por hacer.
Solo un ejemplo. Debido al dolor de cabeza que me tumbó, a mi casa vino una ambulancia, estuve luego en Urgencias en Puerto Real, donde me medicaron, me trataron, me realizaron un sinfín de pruebas (entre ellas un TAC) durante más de doce horas. Apenas unos días después acudí a una consulta con una neuróloga, la cual recomendó una resonancia magnética. Me metieron en ese tubo del demonio (me quito el sombrero ante tantos avances) que chequeó mi cabeza y cuyos resultados fueron positivos. Y todo ello, gratis (bueno, pagado con nuestros impuestos… pero qué alegría saber que parte de esas tasas son destinadas a tales fines y no a manos del señor del castillo, o al dictador de turno, que luego se follaba a nuestras hijas si le venía en gana).
Me encanta este país. Me encanta que mis hijos crezcan en él.
Y el martes me llamó la neuróloga. Todo bien exceptuando algunas taras que son tratables y curables. Cuelgo no sin antes darle las gracias. Respiro y siento que soy feliz. Me encanto, me amo y lo que es mejor, cada día me gusta más este puto mundo a pesar de sus taras, también tratables y curables.
PD: Mi pene, termómetro de mi alegría, vuelve a tener un perfil alto a pesar de su escaso tamaño (y es que en esto también salí a mi madre).