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Sin Diazepam

¿Cómo se soportaba ese dolor siglos atrás? Suicidándose, seguro

Pensar que el mundo, la sociedad, progresa y es cada vez mejor, no conlleva ser un optimista gilipollas, ni obviar que las injusticias persisten

Publicado: 29/03/2019 ·
12:42
· Actualizado: 29/03/2019 · 17:02
  • Cristobal García, arando en lo alto del Camino Majadahonda, año 1950. Wikipedia. -
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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Que sí, que lo sé… que estoy muy pesadito con ese rollo del optimismo y esa defensa de que, a pesar de lo que aún queda por hacer, el mundo, nuestra sociedad, avanza positivamente. Yo soy el primer sorprendido ante este pensamiento que me invade desde hace años y que se ha ido instalando, cual enredadera, en mi ser.

Nací en un mundo por el que ya pasaron, entre otros muchos, Crawford Williamson Long, Alexander Fleming, Marie Curie, y eso, sin duda, es una suerte

Primero fueron algunos indicios. Mi vida, comparada con la de mis padres, era más cómoda. Y la de mis padres, comparaba con la de mis abuelos, también. Acceso a la educación reglada, mejoras en sanidad, una alimentación más completa… y eso al amparo de una economía lastimosa.

Luego llegó la neuralgia del trigémino. Un jueves, hace ya varios años. Vivía en una pequeña casita con mi pareja. Pensé que era un dolor de muelas. Y aún sigo creyendo que la causa fue la muela del juicio. El caso es que se me quedó paralizada media cara. El dolor era tan intenso que no lograba conciliar el sueño. Jamás sentí nada parecido. Generalmente, cuando una muela comenzaba a fastidiarme, me tomaba algún analgésico y al cabo de unas horas desaparecía. Había un patrón. Primero una punzada leve, luego iba en aumento y luego descendía hasta desaparecer. Ese jueves no tuvo fin. Era, sencillamente, insoportable. Tenía ganas de arrancarme la cara, de romperme la mandíbula, de golpearme la cabeza con una piedra… fui a Urgencias. Allí trataron de aliviarme el dolor, pero viendo que no era posible les pedí por favor algo para dormir… era sábado y solo quería cerrar los ojos porque me estaba volviendo loco. Me bajaron de nuevo los pantalones, me metieron Valium y qué se yo, regresé a casa y dormí.

Pensé… ¿Cómo se soportaba ese dolor siglos atrás? Suicidándose, seguro.

 Nací en un mundo por el que ya pasaron, entre otros muchos, Crawford Williamson Long, Alexander Fleming, Marie Curie, y eso, sin duda, es una suerte.

Así, progresivamente, mi mente se dividió. Por un lado, me ahogaba en las injusticias que aún contemplo y retozaba, cual cerdo en el lodo, en mi tendencia pesimista de que todo es una puta mierda. Por otro lado, no podía evitar contemplar avances en casi todas las facetas que dibujaban una línea de progreso en la historia de la humanidad.

Y para las pasadas navidades me compré un libro. Uno de esos ‘best seller’ que jamás me hubiesen llamado la atención, pero no sé por qué, lo hizo. Hablo de ‘Factfulness. Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas’ de Hans Rosling, un médico sueco que falleció en 2017 y que fue consejero de la OMSUNICEF y otras agencias de ayuda humanitaria. En 1993 fue uno de los iniciadores de Médicos Sin Fronteras en su país natal.

Me encantó. Básicamente resumía lo que llevo pensando desde hace años. Es decir, pensar que el mundo, la sociedad, progresa y es cada vez mejor, no conlleva ser un optimista gilipollas, ni obviar que las injusticias persisten o que ya no es necesario luchar por un mundo mejor. Al revés, ambos pensamientos son compatibles. “Las cosas pueden ser a la vez mejores y malas”.

La esclavitud, los vertidos de petróleo, las infecciones por VIH, la mortalidad infantil, las muertes en batalla, la pena de muerte, la viruela, el hambre “forman parte de las cosas malas que disminuyen” en el mundo, el número de películas, la naturaleza protegida, el derecho a voto femenino, la música, la ciencia, la alfabetización, la democracia, la supervivencia al cáncer infantil, las niñas escolarizadas, las especies protegidas, el acceso al agua potable, el porcentaje de niños de un año que han recibido al menos una vacuna, son “cosas buenas que van en aumento”. Y todo respaldado por datos, aunque la mera observación también lo corrobora.

Por ejemplo. En 1.800, el porcentaje de muertes antes de cumplir los cinco años en el mundo era del 44 por ciento… en 2016, es del 4 por ciento.

Si no me creen, piensen en cómo era España, China, Suecia, Marruecos, Perú, Eslovenia, hace 50 años y comparen. Ahí tenemos, en la foto que ilustra el artículo, a Cristobal García, arando en lo alto del Camino Majadahonda, año 1950. Un poco sí que ha cambiado España. Si siguen con dudas, lo suyo es que os paséis por Majadahonda este fin de semana. Es otro mundo, os lo aseguro.

Y hasta aquí, mi trilogía del puto optimista.

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