Síndrome del esoterismo decimonónico, que aún pervive, es la teosofía de Helena Blavatsky (1831-1891) y sus adláteres; conjunto de enseñanzas herméticas en torno a un hipotético sustrato común del que procederían todas las religiones y tradiciones de espiritualidad (sophia perennis), primando entre ellas el budismo y el hinduismo en una solución sincrética cuyo lema es Il n’y a pas de religión supérieure à la Vérité. No debe confundirse esta teosofía moderna con la teosofía antigua ni con la de signo cristiano. La antigua se forja en la Alejandría del siglo III d.C. con el neoplatónico, y maestro de Plotino, Ammonios Saccas, quien construye una preceptiva ecléctica entre el razonamiento analógico y la cognición de lo divino a través de la intuición directa y el éxtasis. Hay quienes ven una transferencia de ideas entre esta teosofía y la cristiana del zapatero Jakob Böhme (1575-1624) en el siglo XVII, aleación de gnosticismo, mística renana, Cábala judeo-cristiana, alquimia teórica, iluminismo postluterano y otros agregados hasta compactar, apoyándose en sus visiones de 1600 y 1610, un pensamiento mítico con todas las distinciones de una teología simbólica. No puede negarse la fascinación que despertó la personalidad de madame Blavatsky a pesar de las fundadas críticas sobre su equívoca y más que dudosa erudición y algunos viajes nunca realizados. Su prosa (si fue ella realmente la autora de los libros que llevan su firma, lo que parece poco probable), estilísticamente al cuidado de su correctora de inglés Annie Besant, es abigarrada, barroquizante y tiene un toque de misterio sostenido en las traducciones más meticulosas, con pasajes de gesto inconformista e indeliberado, como en éste de La doctrina secreta, su obra más importante y difundida: “Es la VIDA UNA, Eterna, invisible, aunque omnipresente; sin principio ni fin, aunque periódica en sus manifestaciones regulares (entre cuyos períodos reina el obscuro enigma del No–Ser); inconsciente, y sin embargo, Conciencia absoluta; incomprensible, y sin embargo, la única Realidad existente por sí misma; a la verdad, «un Caos para los sentidos, un Kosmos para la razón». Su atributo único y absoluto, que es Ello mismo, Movimiento eterno e incesante, es llamado esotéricamente, el Gran Aliento, que es el movimiento perpetuo del Universo, en el sentido de Espacio sin límites y siempre presente. Aquello que permanece inmóvil no puede ser Divino. Pero de hecho y en realidad, nada existe en absoluto inmóvil en el Alma Universal”.
Analistas cualificados han hecho una revisión minuciosa de los textos de Blavatsky demostrando la inverosimilitud de una presunta e ímproba tarea sobre cantidades enormes de bibliografía y miles de documentos, a lo que ella respondió diciendo que había recibido toneladas de información gracias a la estancia en su cuerpo físico de las conciencias de los Mahatmas, maestros de sabiduría del Tíbet, o por medio de la luz astral de los susodichos gurús, o en sueños, o por una escritura mágica que se fijaba sola en el papel, réplicas que le valieron una merecida aureola de farsante, plagiaria e impostora, lo que fue casi con toda seguridad. No obstante, quien fuera el o la (los o las) que escribiese estos textos bajo el nombre de Helena Blavatsky, el caso es que están envueltos en un glamour parapsíquico que embelesó a novelistas y poetas como Yeats, Joyce, T.S. Eliot, E.M. Forster, Jack London, D.H. Lawrence, Fernando Pessoa, Rubén Darío o Leopoldo Lugones; a artistas como Paul Gauguin, Kandinski, Paul Klee o Mondrian, y a músicos como Mahler, Sibelius, Scriabin o Erik Satie por esos resabios de novelería a los que son dados tantos creadores cuando sucumben al embrujo de los profesionales del ocultismo. Sucedió con la Blavatsky, con Rudolf Steiner y con Aleister Crowley.