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El jardín de Bomarzo

Castillos de naipes

Es lo que tienen los catillos de naipes, bellos, rápidos de montar, voluminosos, pero definitivamente frágiles

Publicado: 28/06/2019 ·
13:05
· Actualizado: 28/06/2019 · 13:05
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Bomarzo

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El jardín de Bomarzo

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"No sé si lo han notado pero la política ya no es un teatro. Es el mundo del espectáculo. Así que montemos el mejor espectáculo de la ciudad...". Frank Underwood en House of Cards.

¿Quién alguna vez no ha construido un castillo de naipes? Con baraja nueva, cartón duro, vas colocando naipes en triángulos unos junto a otros y otros sobre los unos, con cuidado, midiendo hasta dónde se elevará aquella tu preciosa creación, sabiendo que contra más ancha, más alta, entusiasmado incluso de esa habilidad manual que de la nada, con unos simples pedazos de cartón, logras montar un pequeño imperio ante los ojos de todos los presentes y, claro está, te sientes rey de aquello porque es tu bonita obra. No lo piensas porque la mente huye de detenerse en desastres venideros, pero sabes que aquello tan alto y bien formado no resistirá al primer viento y peor será incluso si una de las cartas no del todo bien colocada por las prisas de hacer algo grande rápido termina torciéndose y cae y su caída hará caer a otras y con ellas todas; es igual si la torcida parte de la base o de la cúpula. Es lo que tienen los catillos de naipes, bellos, rápidos de montar, voluminosos, pero definitivamente frágiles.

Un rápido análisis de la evolución de los partidos políticos en nuestra cuarentona democracia nos lleva al fenómeno de la UCD, que nació para ser el vehículo de la transición, sensibles sus creadores a lo fácil que era captar a la población española con un partido de centro. La transición se facilitó gracias al éxito de la UCD, que en las elecciones de 1977 consiguió 167 diputados en un mapa político compuesto además por 13 de otros partidos centristas, por una derecha casi eliminada con tan solo 24 y con una izquierda representada por 146 diputados con el predominio del PSOE con 118. Esta fue la composición del primer Congreso de los Diputados en nuestra democracia, los españoles compraron el discurso centrista y huyeron de los dos bandos a derecha e izquierda con una guerra civil aún grabada a fuego en sus mentes. 

Pero la creación de la UCD era artificial porque su genética mezclaba gente de distintas tendencias ideológicas y demasiados intereses individuales y la sociedad necesita referentes que sean claros, creer que conoce bien de lo que va cada uno para no verse sorprendida con actuaciones imprevisibles. Las Leyes que se empezaron a aprobar con claro tinte social para anular al ascendente movimiento de izquierda pro PSOE fue provocando la incomprensión y el rechazo del público de la derecha y centro derecha, que siempre ha estado ahí, está y estará y más aún con el apoyo de un poder económico que, a fin de cuentas, es como la mano que mece la cuna. En 1982, a los cinco años de su creación y de su éxito aplastante, la UCD pasó a tener sólo 12 diputados, ganando entonces el PSOE con 202 y reapareciendo a la derecha Alianza Popular con 107 como segunda fuerza. La sociedad abandonó inventos centristas confusos y poco claros para reavivar el bipartidismo de siempre a su derecha e izquierda, que ha sido en el espectro político lo único permanente en nuestra historia. Los votantes de derecha sabían a quién votar y los de izquierda tres cuartos de lo mismo; dos partidos con sus cosas positivas y negativas pero claros y diáfanos para un votante que hace incursiones usando otras tonalidades pero que no olvida que su punto de origen siempre fue el rojo o el azul, el azul o el rojo.

Tras 30 años de bipartidismo, alternándose el poder el PSOE y los herederos de aquella Alianza Popular, el PP, la política reciente quiso poner fin al bipartidismo y, quizás, todo partiera del movimiento 15M y de aquella arenga estudiantil encabezada por Pablo Iglesias y su discurso anti casta que cuajó en una sociedad hastiada por la crisis y por la corrupción. Pablo y su entorno lo supieron ver y le dijeron al pueblo lo que éste quería oír, logrando de la nada, con naipes, construir Podemos y, de él, círculos, asambleas y un sinfín de formaciones afines que como setas tras las primeras lluvias del otoño crecieron bajo la sombra de su líder. Ese mismo que poco a poco fue deshaciéndose de todos aquellos molestos a su alrededor porque le discutían, de los famosos círculos, de las donaciones salariales que presuntamente todos iban a hacer porque en este país, decían, se puede vivir con 1.800 euros y el resto había que darlo a los pobres, para terminar escribiendo sus discursos en un chalet de 600 metros de jardín con piscina y barbacoa donde, es de suponer, sonríe feliz ante su progresión -lo único que desde entonces conserva es la coleta, sería demasiado fuerte que se la cortase para terminar peinando flequillo-. Su irrupción distorsionó la izquierda y lo hizo hasta el punto de que por momentos pensó en ser el referente político ideológico de su zona ante la caída de un POSE tambaleante entre Zapatero, Rubalcaba, Sánchez y todas sus guerras internas, esas que históricamente mantiene en público. Un PSOE que no supo reaccionar, como tampoco supo hacerlo a tiempo cuando la ultraderecha con VOX asomó sus orejas y el PSOE la alimentó con errores como sacar a paseo a Franco o radicalizar algunas políticas sociales, creyendo que en España ese movimiento está acabado cuando la realidad es que el partido de Abascal supo enganchar a los descontentos de derecha e incluso de centro con mensajes populistas, cual Pablo Iglesias pero al otro extremo. 

Ciudadanos nació colgado a Cataluña y al discurso de unidad nacional y de regeneración política, todo en manos de un joven de buen ver y palabra fácil. Albert Rivera dio el salto a España y en poco le quiso disputar el liderazgo en la derecha al PP, ese PP tocado por procesos judiciales de corrupción política, en especial el Gürtel. Pero la idea de Cs era ganar la población de centro hurtando votos tanto a PP como a PSOE, los dos partidos que producían hartazgo en la población, con un discurso ambiguo que ideológicamente pretende estar en todas partes y el que persigue estar en todas partes termina por no estar en ningún sitio. Deberían haber analizado a conciencia las experiencias centristas de España y Europa para no caer en lo que toca de muerte a este tipo de fuerzas políticas: la ambigüedad. Su ascensión y las fuertes expectativas de éxito se han visto truncadas demasiado rápido, entre otras cosas por su apuesta clara por pactar con el PP y, por extensión, con VOX, negando la letra pequeña de unos acuerdos evidentes para todos los españoles. Su política de pactos y la foto de la manifestación de Madrid les está dañando y, pese a la caída del PP, no ha logrado despuntar; en cambio, la caída de Podemos sí ha reavivado al PSOE. 

La desaparición de mayorías absolutas y la diversidad de pactos políticos, con el previo de negociaciones sorprendentes y resultados en muchos casos incomprendidos por el votante como llegar a facilitar el gobierno hasta al que menos votos recibió, también está contribuyendo para reactivar este camino de vuelta a un bipartidismo de derecha e izquierda que, sin radicalismos y sin necesidad de pactar a la desesperada para gobernar, no hace concesiones contra natura, gobierna conociendo al pueblo, sin ambigüedades, sin vaivenes, sin populismos engaña-bobos. Eres de derecha o de centro derecha y sabes a quién votar y si lo eres de izquierda o centro izquierda también porque, no nos engañemos, nuestra sociedad se reparte mayoritariamente en este espectro, siendo los menos aquellos ultra de un lado u otro. Salvo que Ciudadanos sepa ya dar un giro y situarse de forma clara en el mapa político, todo hace indicar que el ciclo de pactos empieza a estar finiquitado para volver al bipartidismo con alternancia de mayorías absolutas que, parece, dota al sistema político de una tranquilidad mayor, con menos sorpresas para el electorado.

Y, por supuesto, antes que naipes para póker, baraja española con sus sotas esbeltas y rudos bastos y no para hacer castillos que al final siempre caen; mus o brisca a la sombra de una tarde de verano. Como estas de ahora.

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