El libro es desde hace tiempo todo un clásico de la literatura erótica basado en las experiencias de una mujer joven que es introducida por su amante, René, en el mundo del sadomasoquismo y la sumisión sexual, fundiéndose el dolor y el placer, pero también algo más que consiste en indagar los límites de la experiencia humana, una investigación sobre las posibilidades del cuerpo en toda la infinita extensión del erotismo llevado hasta sus últimas consecuencias. Sin embargo, no podemos obviar el contexto socio-histórico de la década del 50 que es cuando la novela es escrita y editada, ya que esto sirve para comprender el desaforado machismo que domina la narración de Pauline Réage (pseudónimo de Dominique Aury), en la que O, la protagonista —que se nos presenta como sexualmente liberada para su época— pasa de ser mujer objeto a una situación de esclavitud, plenamente aceptada por ella, que la convierte en propiedad de un hombre que es su amo (amor), Sir Stephen, a quien René, su hermanastro, la ha cedido para compartirla. La cosa no acaba ahí, pues O, que tendrá una aventura lésbica, será usada por otros hombres que forman parte de una particular sociedad de sádicos profesos cuyo refugio es el château de Roissy, lugar de todas las depravaciones: flagelación, encadenamientos, bondage, mazmorras, sodomía, etc.; siendo todas las víctimas siempre mujeres, lo que no es un simple detalle irrelevante. O, que no pierde el derecho de salirse cuando quiera de esa situación, es marcada a fuego con las iniciales de su amador y maestro; además, sus genitales (labios de la vulva) son perforados con dos anillos (piercings), de uno de los cuales pende un disco metálico en el que aparece un triskelion (lleva otro anillo semejante en el índice de su mano izquierda), signo arcaico que representa tres espirales (estilización de tres piernas) que se cruzan simbolizando, genéricamente, una simetría cíclica aplicable a numerosas interpretaciones mitológicas. Aquí también figura el nombre de su dueño y dios. Y es que el placer de O —cuestión fundamental— se vincula justamente al vasallaje, fuera del cual toda voluptuosidad se esfuma. La gran duda que surge ante este planteamiento es si hay algo de verdad en esta deconstrucción antropológica del sexo de la mujer al margen de conceptos como dignidad, igualdad o pudor.
Michel Houellebecq se ha preguntado: ¿Cuáles son las razones por las que O se somete a la voluntad de sus amantes-señores? ¿Es sólo para conseguir lectores excitados? ¿O hay algo más en este libro?
En 1947, el editor Jean-Jacques Pauvert comienza a publicar las obras del marqués de Sade, lo que le supondrá 11 años de pleitos judiciales. El décimo y último volumen de la serie ve la luz en 1949. Será así mismo Pauvert quien, en 1954, imprimirá Histoire d’O en su propia editorial. En los años 50, salen al mercado una sucesión de libros de Georges Bataille que profundizan en un erotismo fuertemente transgresor, como L’Abbé C (1950), L’Érotisme (1957) o Le Bleu du ciel (1957). Es decir, en Francia había una atmósfera literaria propicia a las oscuridades de la sexualidad.
Historia de O causó un gran escándalo, sobre todo a raíz de recibir el Premio Deux Magots en 1955. Se prohibió la venta a menores y la publicidad. Hubo una tentativa de proceso por desacato a la moral que, finalmente, no prosperó. Se especuló mucho sobre la autoría del libro y éste fue atribuido a ciertos escritores, entre ellos Jean Paulhan, pero sonaron distintos nombres, como los de Henry de Montherlant, André Malraux o André Pieyre de Mandiargues.
Pauline Réage era, como ya hemos dicho, Dominique Aury, que a su vez es otro nom de plume, ya que su verdadero nombre era Anne-Cécile Desclos (1907-1998), quien mantuvo una pasajera relación sentimental con Paulhan. No obstante, en el ámbito literario francés era conocida como Aury, y sólo admitió ser la autora de su famoso relato cuando contaba 86 años. Es la misma Aury quien define su Historia de O como una “larga carta de amor a Jean Paulhan” con la que pretendía retener el afecto de un individuo bastante mujeriego e infiel por naturaleza.
En correspondencia, Paulhan escribiría: “Sin duda la Historia de O es la carta de amor más feroz que un hombre haya recibido jamás”.
La pregunta procedente es: ¿Era esta entrega absoluta a la crueldad la metáfora condensada de Réage-Aury para revelar sus sentimientos hacia Jean Paulhan? Pensemos en el recurso a la hipérbole como factor desencadenante de esa prolongada declaración amorosa, si bien esta idea no excluye una emoción real materializada en un deseo de sometimiento y cautiverio. ¿Eran auténticos esos impulsos desenfrenados? La estrategia de la enamorada Aury da que pensar si en aquellos momentos álgidos del idilio esa mujer estaba dispuesta a todo.
Dominique Aury ha hecho manifestaciones extraordinariamente intempestivas a propósito de su Historia de O en un intento de justificar lo injustificable. En una ocasión afirmó que [el marqués de Sade] “Me hizo comprender que todos somos carceleros y todos estamos en prisión, en el sentido de que siempre hay en nosotros alguien a quien encadenar, al que encerramos, y que estamos en silencio A cambio, por una sorpresa curiosa, incluso sucede que la prisión se abre a la libertad”. Esta presunta paradoja con ínfulas de genialidad no es más que una sandez que carece de lógica cuando se la contrasta con la estricta realidad. O bien esto otro: “La sexualidad de O es autónoma, las torturas que se le infligen son más que una elección: una solicitud. Sir Stephen y René son los instrumentos de su disfrute, y no la dominan de ninguna manera. Al final, ¿no sería O quien los forzó?”. De acuerdo; pero aquí falta un análisis del marco ideológico alto-burgués en que la psicopatología de la heroína se inscribe, y cómo asimila ser sojuzgada en los términos de una economía política de la autodestrucción. Y así casi todo.
Pero, ¿quién fue Jean Paulhan? ¿Quién era Pauline Réage-Dominique Aury-Anne Desclos?
Jean Paulhan (1884-1968) fue un escritor de segunda fila y editor que siempre se las compuso para ubicarse en puestos desde los que ejercía una notable influencia en las letras francesas, que no era sino tráfico de influencias e intercambio de favores. Llegó a ser director de la Nouvelle Revue Française, por ejemplo, y trabajó en la todopoderosa editorial Gallimard; finalmente, como tantos autores mediocres de su país, fue elegido miembro de L’Académie Française, mientras a uno de los más grandes estilistas de Francia —Louis Aragon— se le negaba tal deferencia. Paulhan no ha dejado ni una sola obra memorable, aunque hay que reconocerle que fue uno de los mayores escritores de cartas de su tiempo como demuestra la magnitud de su correspondencia —no exenta de interés— sobre todo con colegas de profesión. En su faceta de editor tuvo la osadía —lo que le honra— de publicar al excomulgado Louis-Ferdinand Céline y ayudó en lo que pudo a Antonin Artaud. No estuvo de acuerdo con la depuración de los escritores “colaboracionistas” y firmó, junto con otros muchos intelectuales y artistas, en contra de la pena de muerte impuesta a Robert Brasillach, petición desoída por el general De Gaulle. Luces y sombras.
Paulhan escribió el prefacio a Historia de O, un prefacio titulado La felicidad en la esclavitud (Le bonheur dans l’esclavage) en el que hace esta proclamación sin rodeos: “¡Por fin una mujer que confiesa! ¿Confiesa el qué? Eso que las mujeres siempre han rechazado (pero nunca tanto como hoy). Aquello que los hombres les han reprochado siempre: que no dejen de obedecer a su sangre; que en ellas todo sea sexo, incluso su espíritu. Que habría que alimentarlas sin cesar, lavarlas y maquillarlas, pegarles constantemente. Que necesitan simplemente un buen Amo y un Amo que desconfíe de su bondad, porque ellas, para hacerse amar por otros, utilizan todo el ardor, la alegría y el carácter que les infunde nuestra ternura en cuanto ésta se les exterioriza. En suma, que has de llevar el látigo cuando vas a verlas. Son pocos los hombres que no hayan soñado con poseer a una Justine. Pero, que yo sepa, ni una sola mujer había soñado con ser Justine”. Justine es el personaje principal de una novela del marqués de Sade, de 1791, cuyo título es Justine o las desgracias de la virtud (Justine ou les Malheurs de la vertu).
Con estos datos podría argumentarse que nos enfrentamos a una ideología reaccionaria, sexista, con claras concesiones al patriarcalismo, e incluso ráfagas de una estética criptofascista comparable a las atroces orgías tan del gusto de los mandatarios nazis: “la Gestapo en el tocador” (la Gestapo dans le boudoir), se dijo de la novela.
Por su parte, Dominique Aury fue una típica femme des lettres, implicada, como Paulhan, en revistas (Nouvelle Revue Française) y editoriales (Gallimard), que se dedicó también a la traducción y a la crítica literaria. No está de más señalar que Aury tiene un pasado como colaboradora en publicaciones de extrema derecha por motivos de su amor hacia Thierry Maulnier. ¡Ah, el amor! Ella sí ha dejado un libro en alguna medida inolvidable, del que estamos hablando; eso sí, más por el revuelo provocado que por un especial lucimiento de estilo (no es una chef d’oeuvre), a pesar de ciertas exageraciones al respecto que ignoran no escasos trazos de pura cursilería. De Historia de O se realizó en 1975 una versión cinematográfica llevada a cabo por Just Jaeckin e interpretada por Corinne Clery (que fue “chica Bond” en Moonraker, 1979) en el papel de O, película que contribuyó, por su popularidad, al éxito y difusión de la obra.
A petición de Paulhan, Dominique Aury publicaría en 1969 una segunda parte de Historia de O —Retour a Roissy (Regreso a Roissy)— con una introducción de 1968 titulada Une fille amoureuse (Una chica enamorada).
En Retorno a Roissy O se abandona a los caprichos de sus amos y desempeña con la misma docilidad su función de ángel caído. Sin embargo, desde el principio surgen sensaciones de malestar, de aburrimiento y todo parece invadido por una mortífera monotonía. Es la cancelación de un sueño de sacrificio absoluto trágicamente fervoroso. La ceremonia se hace opaca, se desvaloriza, se reduce a un hecho dudoso. La casa de Roissy se ha cerrado.
Retorno a Roissy, que Dominique Aury no concibe como la continuación de la Historia de O sino como su degradación o desacralización, significa que el mito se encuentra de alguna manera liquidado. Incluso el estilo se invierte y con frecuencia pierde su vigor y su carácter vindicativo. La figura de O se desvanece entre las ilusiones perdidas y un amargo sabor de naufragio irreversible.
¿Pretendió Dominique Aury fundar una mística del amor fatal movida por un sujeto como Jean Paulhan, un vulgar tenorio que literariamente no era más que un vivalavirgen sin la suficiente energía para crear una producción de auténtica sustancia? Pero ya se sabe que el amor es ciego…