La semana pasada le puse el chip a mi perro, yo ya lo llevo puesto. Mi móvil hace que puedan controlar todos mis movimientos. Compro un colchón, me aparecen anuncios de colchones. Si no se lo he dicho ni a mi madre, me mosqueo inútilmente.
La tecnología actual nos vigila como un gran hermano. Algunos amigos intentan que no sepan nada de ellos, creo que es una pretensión inevitable. Hay quién no quiere tener ni ficha médica. Creo que escapar al gran ojo, ese que aparecía en los libros de religión en un triangulito como el ojo de Dios, ya no es posible. Quizás hace cinco años alguien podía estar fuera, ahora todos estamos dentro de la casa.
Observados, vivimos observados y cada día nos ofrecen en forma de divertimento nuevas formas de que nos controlen aún más.
¿Te sientes vigilada por la termomix? Procura tener conversaciones banales mientras haces la cena en la cocina y pon el extractor que eso despista mucho.
¿La cámara del ordenador te impide ir desnuda por tu casa? Quién no quiera mirar que no mire que tú no se lo has pedido. Faltaría más. La misma Verónica Forqué ha descubierto a estas alturas la libertad del naturismo casero. Nunca es tarde si la dicha es buena.
Quién confunda todo esto con teorías paranoicas se ha quedado un poco atrás la verdad. Yo veo teorías de la conspiración desde que vi “Capitanes y Reyes” allá por la prehistoria, cuando era una niña. Pero esto es ya un no querer ver la realidad, podemos hacer como los monos de Gibraltar, taparnos los ojos para no mirar. Si eso te hace sentir más tranquilo, tú mismo con tu mecanismo.
La libertad ya no está en manos del estado que te gobierna sino en grandes compañías internacionales que tienen un poder superior, poseen todos los datos de los países y no pagan impuestos porque no les da la gana.
¿Debería quitarnos el sueño? Qué se yo, soy demasiado ignorante para ver la repercusión global de esta realidad en la que nos han metido sin pedir permiso y de la que no veo que nadie vaya a sacarnos.
Deben saber qué día meteré un pie en un hoyo de la calle porque lleva denunciado dos años y paso por allí todos los días y las estadísticas no engañan.
Ya no es un misterio qué día me moriré, saben las patologías que tengo y lo peor, los medicamentos que tomo. Pero no me lo cuentan, me dejan vivir con la ilusión de no saber cuál va a ser el día en que la espiche.
