El árbol de los egos se ha cuajado de frutos en esta adelantada y caldeada primavera. Los inviernos son cada vez más breves y el calor les hace crecer y cuajar con más rapidez, ya que son tiempos en donde hasta al más ignorante se le permite opinar de todo y por todo. El sórdido baldíode las redes sociales acoge con fuerza este resistente frutal, lo que a sus cultivadores les hace sentirse grandes intérpretes en estériles escenarios. Hay muchas variedades de esta especie. La raza ególatra predispone a quienes se empachan en su acre sabor a autocomplacerse y jactarse en sus diatribas, que solo son oídas por ellos mismos. El fruto ególatra se le reconoce fácilmente por su manida afirmación de ‘yo, ya lo sabía’. La variedad egocéntrica es aún más peligrosa, por que quienes la consumen piensan que para lo bueno o lo malo el universo entero gira a su alrededor. Su sabor es ácido porque su amargura proviene de sentir que las imperfecciones se deben a los demás, ya que él siempre lo hubiese hecho de otra manera. Su principal característica es el sentimiento del ‘más me merezco yo’. La tercera variedad es la más vulgar y en el fondo siempre en algún momento germina en cualquier de nosotros, es la egoísta. Los frutos del egoísmo, en caso de degustarlo en dosis permanentes durante un largo período de tiempo, producen efectos secundarios con daños a terceros. Se caracteriza por colocar siempre la primera persona como el principio del orden, el ‘yo, primero’.
Las actuales circunstancias han dado una buena y variada cosecha en el vergel de frutales de los egos, desde los cómicos yutubers e influencers hasta políticos desalmados y sabioscuñadísimos por conocer. Precisamente, de este último colectivomi amicalDecano Antonio Flores me prevenía y advertíasobre el gran riesgo que corríande ser aplastados por su propio ego. Por tan sabios se tienen que piensan que si no han recibido ya el Nobel es por la envidia de los demás. Pero seguro que, siguiendo las enseñanzas del druida Panoramix, no será mañana cuando se nos caiga el cielo sobre nuestras cabezas.