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Desde la Bahía

Los tres brazos de la anosmia

Parece que nuestra anosmia política es de carácter congénito, pero tiene su base en la falta de preparación e ignorancia.

Publicado: 01/03/2021 ·
20:12
· Actualizado: 01/03/2021 · 20:12
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Cuando los únicos males de la vida eran el hambre y el dolor y los únicos bienes el alimento, la mujer y el reposo, el ser humano tuvo que enfrentarse a lo que iba a ser una de sus primeras adquisiciones: el saber que tenía que morir. Es una de las grandes diferencias que tenemos con los animales. Pero hay otra muy esencial, que es su calidad de ser un ente libre. El animal obedece a la naturaleza y obra según ella, de tal manera que más o menos durante el primer año de su existencia ya es lo que será a lo largo de su vida, lo que ha sido y lo que va a seguir siendo, como nos ha mostrado la evolución y su guía serán sus instintos, siéndole los sentidos más necesarios la vista, el oído y el olfato para el ataque y defensa y menos desarrollados el gusto y el tacto. En el ser humano la inteligencia, el entendimiento, la voluntad, el libre albedrío y la libertad para poder disceñir y elegir, le han dado la posibilidad de dar un paso adelante cuando la naturaleza había quedado en reposo y conseguir evolucionar día a día, llegando a cotas tan sublimes, tan inesperadas y consideradas imposibles, como ha sido el colocar un “artefacto” en el planeta Marte, cuya distancia de la tierra hace del hecho un milagro.

Desde su aparición en la tierra, hasta el día de hoy, el bienestar y confort adquiridos han hecho a hombre y mujer más sociables y solidarios, más acomodados y pacíficos y la consecuencia ha sido el perder, al igual que le ocurre a los animales tan extremadamente cuidados en la actualidad, la mitad de algunas de sus cualidades. Hoy quiero destacar entre ellas el olfato. Se dice que los salvajes americanos olían la pista de los españoles, como lo podrían hacer los mejores perros. Esta pérdida de capacidad para los olores, que dependen de neuronas sensoriales olfativas situadas dentro de la parte superior de la nariz, es lo que se llama Anosmia, que en este caso la consideraríamos como algo natural.

La anosmia que en sí es un proceso patológico de causas múltiples, ha alcanzado en la actualidad un podium de morbilidad que no cabía esperar y lo ha conseguido en colaboración con el azote que ahora parece tener varios flagelos, que es el Covid19 y su diversidad de formas. El pánico a perder el olfato se ha hecho universal y la historia clínica de los pacientes ha añadido este síntoma como perla en el cerrado anillo de la pandemia.  El oler correctamente o parosmia, ya no es solo uno de nuestros sentidos, sino un preciado tesoro cuya pérdida puede representar el inicio de una ruina existencial. Nuestros receptores olfativos se manifiestan diariamente pidiendo con extremada urgencia la ayuda vacunal. Pero todavía no se ha inventado la “rueda preventiva anticovid” y la “marcha a pie” es lenta y desesperante. El valor de la moneda está bajo sospecha.

Aparte de ser patología orgánica, tiene esta alteración en la percepción de los olores, un sentir metafórico que viene dado por el término “anosmia política”, falta de olfato político, que tiene su sinónimo en la ausencia de “sentido común”. Nos viene de largo, quizás desde que fuimos nación, pero el siglo XIX se encargó de darle luz a sus causas y sus síntomas. Nuestra Guerra de la Independencia llevaba dentro de si, como bien lo indicó Carlos IV en su retiro de Bayona, el germen de una “guerra civil”, que luego desembocaría en el enfrentamiento continuo entre liberales y absolutistas.  

Los avatares sucesivos nos llevaron a la Primera República cuyo federalismo finalizó en medio de huelgas revolucionarias (la revolución del petróleo), linchamientos, asesinatos y muertes,  en una constelación de cantones independientes donde resentimiento, envidia y odio, encontraron un buen caldo de cultivo y se llegó a situaciones tan esquizofrénicas como la del Cantón de Cartagena, que quiso ser un Estado asociado a la bandera de Estados Unidos o el constituir una Galicia independiente bajo el protectorado de Inglaterra. Seguimos caminando así. La transición democrática no ha servida de bálsamo ante los violentos e insoportables enfrentamientos. La anosmia política hace que no percibamos el aroma de la disgregación del territorio, de la violencia callejera, del derribo de instituciones tradicionales y ataques a la monarquía parlamentaria, mientras las colas del hambre, que comienzan a ser líneas inconmensurables y las caídas “en efecto dominó” de las empresas, son las tierras movedizas de la ruina que nos ahoga.

Parece que nuestra anosmia política es de carácter congénito, pero tiene su base en la falta de preparación e ignorancia, junto a una buena dosis de resentimiento e intransigencia, con que llegan al poder gran parte de los dirigentes del país.  La anosmia es la causa lesiva de las cualidades que se han perdido y de las patologías adquiridas.     

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