La pandemia no solo ha puesto patas hacia arriba los planes de los grandes estudios a la hora de estrenar los grandes títulos de la temporada, sino que ha marginado la carrera comercial de aquellas películas que han intentado abrirse un incierto hueco en la cartelera con pobres resultados de taquilla, pese a la valentía de sus propuestas. Entre ellas se encuentra La caza, nuevo trabajo de Craig Zobel, director cultivado durante la última década en televisión en series tan relevantes como The leftovers, Westworld, American gods o la inminente Mare of Easttown, y al que hay que reconocerle su atrevimiento al encontrar el tono, el ritmo y el punto de vista que requiere una historia que arremete a diestra y siniestra contra todo lo políticamente correcto tomando como excusa una trama tan loca y desproporcionada como los protagonistas que la pueblan durante su intrépida y divertida escasa hora y media de proyección. De hecho, no sé si, por las circunstancias por las que ha pasado desapercibida para el gran público, el tiempo terminará por convertirla en “película de culto”, pero creo que merece no ser olvidada, aunque solo sea por la envidiable mala leche que se gasta.
El guion, firmado por Nick Cuse y Damon Lindelof -creador, entre otras, de la ya citada The leftovers- sitúa a doce desconocidos en medio de un bosque sin que sepan cómo han llegado hasta allí. Tras los minutos de desconcierto iniciales, alguien comienza a dispararles y emprenden la huida por un terreno plagado de trampas del que intentarán escapar a toda costa.
Entre las víctimas es fácil identificar -lo subrayan- diferentes perfiles, y alientan un discurso grueso inicial que apunta hacia las caprichosas élites del poder -las únicas con capacidad para poner en práctica un juego tan diabólico- y hacia todo tipo de teorías conspirativas, aunque es solo la superficie, la evidencia inicial de una historia que tomará como excusa la caza de todos esos personajes para plantear un discurso que arremete contra la estupidez de lo políticamente correcto y contra la deriva de una sociedad manipulada por determinadas voces dominantes, pero sobre todo incuestionables y contra las que aquí se saldan cuentas pendientes, aunque sea salpicadas de mucha sangre gore, mamporrazos y una acidez agradecida, puesto que al final consigue lo que todos perseguimos, quedarnos a gusto.