Juan Leiva Sánchez: ?Los portuenses destacan por su sentido del humor y su lirismo?
El autor de 'El Puerto de Santa María a través de sus gentes, sus calles, sus tierras, sus playas...' destaca como una de las sorpresas que se lleva el visitante y el lector de este libro "es comprobar el nomenclátor de las calles de la ciudad, que presenta unos nombres verdaderamente bellos"
—¿Qué ofrece este nuevo libro?
—Ofrece una visión amplia de El Puerto de Santa María sin que se siga un estudio cronológico sino de aspectos ocasionales en cuatro puntos concretos: sus gentes, sus calles, sus tierras y sus playas.
—¿A quién va dirigido?
—Principalmente al ciudadano medio que le interese conocer su ciudad o la ciudad que visita. Es un libro divulgativo sobre el patrimonio histórico y artístico más que una investigación. Investigaciones sobre aspectos puntuales de El Puerto se han publicado muchas y las hemos tenido en cuenta a la hora de redactar la obra. Sobre ese patrimonio histórico y artístico faltaba, quizás, una recopilación de toda esa riqueza patrimonial que el ciudadano medio no ha tenido la oportunidad de conocer. La obra quiere ser un instrumento de divulgación para que todos los portuenses y amantes de la ciudad puedan conocer la historia de sus calles, sus tierras, sus playas, sus gentes. Un libro necesario en nuestra cultura local actual.
—¿Al leerlo se percibe la historia?
—Se ve claramente que las raíces de El Puerto son muy antiguas. Ha habido asentamientos griegos, romanos e incluso visigodos. Los árabes le dieron una identidad más clara, ligada a la sal y la pesca, pero fue cuando Alfonso X El Sabio, sin derramar sangre, logra la plaza cuando El Puerto tomo una identidad más contundente con la carta puebla, que supone la fundación de El Puerto en el siglo XIII. En el siglo XIV pasa a manos de los Medinaceli y se construyen edificios que han perdurado hasta ahora, como la Prioral, el Monasterio de la Victoria o la base sobre la que se construyó la iglesia de Espíritu Santo. Ya en el siglo XVII existe un núcleo central urbano y a su alrededor se urbaniza la ciudad. En el XVIII la ciudad aparece ya diseñada como una retícula lineal de calles que se cruzan y que aún se mantiene. En el XIX se produce la gran eclosión de la industria vinícola y las bodegas pasan de los palacios a edificios más amplios, a las bodegas catedrales. Estos son los hitos históricos que de forma general presentan el desarrollo de El Puerto de Santa María como ciudad.
—Sobre todo a los visitantes les llama mucho la atención el nombre de ciertas calles.
—Así es. Una de las sorpresas que se lleva el visitante y el lector de este libro es comprobar el nomenclátor de las calles de la ciudad, que presenta unos nombres verdaderamente bellos. Considero que la denominación de las calles portuenses es una de las más acertadas y afortunadas de toda la provincia. Son nombres hermosos y preciosos, la mayoría de las veces elegidos por los propios portuenses.
—¿Cual es la calle o el rincón de El Puerto que más le gusta?
—Me gusta mucho, por contar con todos los elementos de la ciudad rediseñada, la calle Federico Rubio con su legión de balcones, una torre magnífica, la del palacio de Purullena, y varias casas nobles, alguna rehabilitada. Pero no se puede comparar con la calle Palacios, la calle de los nobles, donde todos se querían ir a vivir para estar al lado de los duques de Medinaceli. Y la calle Larga, con el abolengo que da recorrer la ciudad de este a oeste y con una arquitectura preciosa. También me gusta mucho la plaza de la Herrería, corazón de la ribera, donde hay una casa antigua que luce el escudo de la Archidiócesis de Sevilla, con su Giralda y sus dos jarrones de azucenas. Era la casa de los diezmos destinados al prior de la Prioral, el cardenal arzobispo de Sevilla, y a los cuatro vicarios de los cuatro cuarteles en que se dividía El Puerto. Hoy ya se ha convertido en una calle peatonal que está permitiendo la recuperación del paseo por el centro de la ciudad.
—¿Qué detalles concretos destacaría de las calles?
—Las hornacinas que ofrecen casi todas las calles del viario antiguo. Les da un carácter especial a las calles. Hay que tener en cuenta que El Puerto tenía hasta 16 ermitas intramuros y extramuros.
—¿Ha perdido El Puerto su imagen tradicional?
—Todavía hay alrededor de 40 ó 50 casas palacios, unas en mejores condiciones que otras, de las más de cien que llegó a tener, pero se aprecia cierta nostalgia de aquellas bodegas, fábricas, llegó a haber una de automóviles, y salinas. El Puerto fue un gran emporio. Incluso la Sierra de San Cristóbal destacó por sus tierras, sus arenas y su agua. El Puerto siempre ha sido un lugar privilegiado. Y no nos podemos olvidar de aquellos cargadores a Indias que vinieron a El Puerto a hacer negocio y a buscar nobleza. Después surgió El Puerto del trabajo con sus viñas, pescadores, hortelanos, hiladores, arrumbadores, toneleros, aguadores, vendedores ambulantes, pescaderos callejeros... y con sus mujeres de los embotellados, de las conservas del Sur, de las mallas de Terry, las vendedoras de mariscos, de patatas fritas, de coquinas, que también se montaron en el carro de la modernidad. Pero a pesar de esa nostalgia, la gente de El Puerto no se ha dejado triturar. Es un pueblo que aunque ha perdido muchas de sus antiguas riquezas demuestra constantemente que sabe enfrentarse a las dificultades.
—¿Qué tienen de especial la gente de El Puerto?
—Sin duda alguna el sentido del humor y la manera tan especial que tienen de enfocar la vida. También destaca el sentido lírico. Tuve la suerte de convivir en mis años de estudio en Sevilla con un grupo de jóvenes portuenses, entre los que estaba Pepe Robles, Juan Carreto, Pepe Carmet, Manuel María Pérez y Guillermo Camacho. Eran emisarios de dos peculiaridades excepcionales, el humor y el lirismo. Sus conversaciones siempre estaban cargadas de un humorismo fino, de un gracejo agudo, de una chispa única; y sus actuaciones festivas y literarias siempre iban impregnadas de los dos geniales líricos portuenses Rafael Alberti y José Luis Tejada, y también Francisco Javier de Burgos y Pedro Muñoz Seca.
—En el libro también se habla de las playas...
—Es un privilegio poder contar con 25 kilómetros de playas espléndidas y también recoletas y familiares. Todas las playas tienen mucho que decir y que contar, pero Valdelagrana tiene todos los títulos y algunos la consideran la mejor playa de toda Andalucía. Pero todo esto hay que vivirlo. No se encuentran palabras precisas para decir qué es El Puerto, pero El Puerto de Santa María se reconoce en el libro.
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