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El Loco de la salina

La otra cuestecilla

Hubo un momento entonces en que, gracias a su invento, recibió las efusivas felicitaciones del pueblo

Publicado: 17/09/2023 ·
18:38
· Actualizado: 17/09/2023 · 18:38
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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No hace mucho, escribí sobre la Cuestecilla de la Cárcel recordando de paso mi infancia. Pocos detalles me faltaron. Sin embargo los celos son muy malos. La otra cuestecilla, la del lateral izquierdo del Ayuntamiento, me ha llamado y me ha dicho que a ver si me entero de que ella también existe. Allí no me subí yo a ninguna cornisa porque era una cuestecilla un poco más alejada de mi casa, no me cogía de camino al colegio y siempre soplaba demasiado el viento frío. Allí estaban Bolaños y Palmero con sus telas y cortinas, y Anfra remataba la esquina con sus pinturas. A diferencia de la Cuestecilla de la Cárcel, allí no hay mesas ni sillas, y el tiempo aprovechó la pendiente para precipitar y llevarse por delante telas y pinturas.

Además me dice que su nombre, Isaac Peral, es al menos tan importante como el de la Cuestecilla de la Cárcel, Almirante Hermanos Laulhé, a pesar de que Peral no era Almirante, sino solamente teniente de navío. Se han cumplido hace unos días los 135 años de la botadura en la Carraca del primer submarino eléctrico. Isaac Peral, aunque nació en Cartagena, vivió un tiempo en nuestra calle Murillo, porque iba a la Carraca a hacer pruebas con el submarino de su invención. Otro loco de atar. No era el primer  submarino, pero aportaba grandes novedades con sus baterías eléctricas y sus torpedos a distancia. Si con nosotros hubiera vivido un genio como este, le hubiéramos pedido que nos sacara del manicomio por debajo del agua, que ya nos secaríamos.

Lo que preocupaba a Isaac Peral era la defensa de España, y para ello quería adelantarse a otras naciones, porque tenía enfrente a enemigos con las más modernas máquinas de guerra del momento. Su invento era el arma perfecta para conseguirlo. No me gustan las guerras, aunque sí me fascina la gente con ingenio. Bueno, pues al final de la calle Murillo, muy cerca de la entrada al callejón Croquer, se conserva una placa que dice que en esa casa vivió, trabajó y oró Isaac Peral. Y tuvo que orar mucho, porque fue de desgracia en desgracia. No veo yo ni que el Ayuntamiento se mueva con este histórico y apasionante tema, ni que muchos cañaíllas se preocupen de ir al menosa ver esa vieja placa. Se nos van las mejores. Hubo un momento entonces en que, gracias a su invento, recibió las efusivas felicitaciones del pueblo, que llegó a festejarlo como si fuera un héroe, e incluso tuvo que asomarse a un balcón para agradecerlas. Después, llegó el olvido total y, si te vi, no me acuerdo. Nunca le aprobaron el proyecto y tuvo que irse aburrido de la Marina a inventar cosas a otra parte.

Por todo ello, perdona calle Isaac Peral.

Y a ti, Isaac, los locos te pedimos perdón también por tenerte atrapado en las telarañas del olvido. Tu vida, que perdiste por una meningitis, hubiera encajado perfectamente en este manicomio. Como los locos frecuentamos la biblioteca, me has recordado la historia que nos cuenta el Génesis, primer libro de la Biblia. Le dijo Yavé a Abrahán: “Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Hasta en la Biblia Yavé quiso hacer pruebas contigo, y dispuso todo para que Abrahán te cortara el cuello, cosa que al final no hizo, pero que estaba dispuesto a hacer.

Este loco quiere recordarte igualmente con el cariño propio de un admirador cañaílla.

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