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Miércoles 13/11/2024
 
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El síndrome de La Cala

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Si algo me ha quedado claro tras leer la nota de prensa de la Asociación de Empresarios de Estepona es la urgente necesidad de una renovación de la misma o la aparición de una nueva gran organización empresarial que dé cabida a las expectativas y visión de futuro de la gran mayoría empresarial de nuestra ciudad que no puede estar representada por una cortedad de miras de tal calibre.

No se puede estar más ciego, no se puede tener la mirada menos lejana ni se pueden tener tanta cerrazón intelectual cuando se representan los intereses que la AEE debiera representar. Un amigo achaca este tipo de trastornos al llamado "Síndrome de La Cala" una extraña patología que afecta a gran número de vecinos de nuestra ciudad cuando atraviesan una línea imaginaria que unos sitúan en la zona del Carrefour y otros, mucho más avanzados, llevan hasta la urbanización Alcazaba Beach. El síndrome, dicen quienes lo han investigado, consiste en un malestar general, similar a los síntomas "pre-fatiga" de las señoras, que impide a nuestros vecinos cruzar la cita línea imaginaria con lo que, mes tras mes, año tras año, se ven impedidos a contemplar los avances que la civilización ha ofrecido a localidades vecinas y, ellos así lo han escuchado, incluso allende nuestras fronteras provinciales. Si el dicho de que los nacionalismos se curan viajando resulta una obviedad, que les voy a contar de los localismos de los que está impregnada la nota de prensa lanzada al aire por la citada asociación.
He defendido en estas páginas y en persona frente a un nutrido grupo de comerciantes la imperiosa necesidad de sacar los vehículos del centro de la ciudad, cortar al tráfico la calle Terraza - si, si, cortarla al tráfico, han leído bien - peatonalizar todas y cada una de las calles del centro y darle a nuestros visitantes una imagen de modernidad basada, precisamente, en la conservación de nuestras señas de identidad. Que no son otras que las características de los pueblos andaluces. Casas bajas, encaladas y limpias, adornadas con flores y con un mobiliario urbano acorde con lo que se espera de un pueblo andaluz. Vamos, que aunque se me enfade alguno, lo más alejado posible de la horterada que ahora tenemos en plena calle Real que más que la calle peatonal de un pueblo andaluz parece un sucedáneo de la T-4 madrileña. Cuando el centro de la ciudad esté únicamente poblado por vehículos con motor de sangre, es decir movidos por el corazón - humanos, bicicletas y patines - podremos dar el siguiente paso. Que no habrá de ser otro que una modificación de la ordenanza que regula la instalación de mesas, sillas, toldos, sombrillas y veladores, pobladores invasivos en la actualidad de nuestras aceras y en algunos casos -Huerta Nueva es un buen ejemplo - de nuestras carreteras. Deberán regularse en número, en control de las autorizaciones (pagan cinco, ponen diez) y, de manera muy especial, en cuanto a su diseño, color y forma. Estepona es hoy una ciudad plagada incontroladamente por cientos de artilugios, cada uno de su padre y de su madre, diferentes ambos por supuesto y, como calificaba un antiguo amigo que emigró hace tiempo, "de un mal gusto exquisito". Justificaba este calificativo en su convicción de que tanta chabacanería, fealdad y falta de un mínimo sentido estético no podía ser casual sino debido a un malévolo plan preconcebido para expulsar de la ciudad a quien no comulgara con semejantes representaciones de la extravagancia más basta y ordinaria.
Ésta y no otra, nada nuevo por cierto, sólo hay que superar el síndrome antes citado y observar los cientos y cientos de ciudades que ya lo han superado en nuestro país, es la solución a los problemas del comercio en al casco urbano. Dar belleza, calidad en el producto y atención en el servicio. Y, sobre todo, comodidad a quienes vengan a visitarnos. Porque, hoy por hoy, quién viene no vuelve porque no tenemos nada que ofrecerle. Mientras nuestra única preocupación sea no enfadar a quién gobierna para hacer caja a su costa, aunque sea tarde, mal lo llevamos para avanzar. Negarse al progreso no denota más que falta de ambición y miedo. Miedo a perder la administración de la miseria en que hoy se ha convertido el tejido comercial del centro. Miedo a la competencia que vendrá, no lo duden, cuando se den las condiciones necesarias. Antes o después, espero que a partir de Mayo, llegará el progreso y el que no suba al carro se quedará atrás.
Con sus vendas y sus cataratas frente al progreso.

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