El tiempo en: Mijas

Desde la Bahía

Engaños y mentiras

Los tiempos y sus vientos no tienen hora exacta, ni vienen cargados de moral

Publicado: 25/08/2024 ·
12:27
· Actualizado: 25/08/2024 · 12:27
Publicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

VISITAR BLOG

Los tiempos y sus vientos no tienen hora exacta, ni vienen cargados de moral. La bondad o la malicia están en la raíz de los caracteres, y el entendimiento y la conciencia no son ajenos a ellas. La palabra es nuestra forma de expresarnos, pero en ella hay verdad y mentira, y a veces el gesto o la mirada tienen un carácter más revelador de nuestras verdaderas intenciones que toda una página de explicaciones. Es lógico que a veces las personas se pregunten: ¿Qué es necesario para que este imprescindible valor humano, la moral —o la ética—, sea parte esencial en la construcción de nuestra personalidad? ¿Tenemos que ser esclavos de múltiples prohibiciones o ejemplos infalibles de cumplimiento de deberes?

El sentido común o la utilización de la razón nos ha enseñado que la radicalización de los hechos nunca será sinónimo de veracidad y que lo absoluto es escaso y debe ser totalmente demostrable, porque cualquier situación admite puntos de vista diferentes.

La bondad y la maldad existen e intrínsecamente son ciertas, aunque sin paridad, ya que cada día el mal va consiguiendo aumentar su extensión, en detrimento del bien, del que incluso a veces se ha llegado a dudar si tiene visos de realidad o es una abstracción. Pero hay una verdad: cada uno de ellos —bien o mal— tiene muy bien definidos sus límites; su cerca o vallado cierran espacio sin admitir ningún contacto tangencial, que daría lugar a impurezas.

El árbol del Génesis era un ejemplo claro de esta unilateralidad.

El ser humano es complejo y complaciente o soberbio y autoritario. Al primero se le engaña; el segundo, miente. Engañar es hacer creer en algo que quien lo induce sabe que no es cierto, es decir, no hay un sentimiento íntimo de falsedad. Mentir es decir lo contrario de lo que uno siente.

Son expresiones verdaderamente sublimes los eufemismos y las metáforas. Ambos se crearon para evitar el sentido malsonante de una palabra o frase —el primero— o para expresar de manera poética lo que es el arte y el duende —la segunda—. Pero la experiencia nos demuestra que es muy cierto el tópico de "lo mejor es enemigo de lo bueno" y hoy día estamos asistiendo al uso indiscriminado de estas dos figuras literarias, con el fin de ser carpas o toldos que cubran las indecencias o irregularidades, inadmisibles en su lenguaje real.

El engaño hizo pronto su aparición en el curso evolutivo de la vida. Antes de ver la luz del día, la existencia humana se encontró con su cercenamiento, admitido y reforzado por ley humana, pero no por ley natural, y su continuidad no fue posible. Sin embargo, creó una controversia de difícil encaje si se piensa en el amor y el derecho a la vida, entre el pensamiento liberal que admite esta deliberación como natural y justa, y la considerada exagerada, pero no carente de un sentido ético, de que el aborto es, al fin, un engaño homicida. Su emulación más exacta es la guerra, donde es muy difícil admitir que la pérdida de vidas, la mayoría de ellas en edades muy jóvenes, son actos heroicos de defensa de intereses patrios, cuando la realidad nos está diciendo que más bien parecen crímenes que la sociedad humana permite y justifica. En su trinchera, el soldado se pregunta qué hace él en una contienda que ni entiende ni le han explicado sus fines. Las consignas que le enseñan y cantan para avivar o aumentar su sentimiento guerrero, la mayor parte de las veces, lo avergüenzan cuando la paz se impone. Por más siglos que pasen, la humanidad es incapaz de deshacerse de estas dos formas de suprimir la existencia.

Hay engaños enternecedores, como lo son la creencia en unos magos, reyes que nos traen, sin mediar intereses, los regalos que nos harán poner cara de asombro y lágrimas de gozo. No es cierto, pero no es falso. Es el camino de la ilusión, que la piqueta de la maldad se encargará de destruir.

El engaño lo vemos en todas y cada una de las situaciones que diariamente nos toca vivir. En esta compra-venta diaria a que nos somete nuestra vida de relación y conservación, las cosas tienen un valor que no está relacionado con su valía, sino con la moda o las necesidades de cada época. Su variabilidad es el foco que ilumina o ensombrece la vida hogareña. Pobreza y riqueza son piscinas en donde uno se da un baño de gozo o se ahoga si no tiene la capacidad de saber nadar sobre sus aguas. La mentira consiste en que quien disfruta del baño te quiera hacer creer que eso es prescindible y no da felicidad, y quien se ahoga crea que no es preciso aprender a nadar. El pobre —aunque no entiendo por qué— podrá tener un aposento en el Reino de los Cielos, pero en la tierra se topa con décadas de desgracia. El pudiente tiene posibilidades de vivir holgadamente en esta y en la otra vida.

La mentira la puedes escuchar en el hogar, en las aulas, en los lugares de trabajo, en las residencias de jubilados, en las instituciones y en los templos. También habrá verdad, pero está claramente ensombrecida.

Sin embargo, tenemos un concepto muy negativo, muy mala prensa, de aquellos que dedican sin límites horarios gran parte de su existencia a la vida política. Consideramos al político como una persona cambiante en sus decisiones e ideales, más apegada a la mentira que al engaño. Pero esto requiere un análisis exhaustivo antes de definirlos o atribuirles semejante calificativo. Aunque sus palabras y decisiones sean a veces muy contradictorias o carezcan de formalidad y responsabilidad, previamente contraídas, tenemos que admitir que los críticos, sean de la clase que sean —escritores, profesionales, intelectuales o el pueblo en sí—, tienen muy fácil establecer criterios sobre lo que debe o no debe hacerse. Sus pensamientos pueden ser muy veraces, pero luego ocurre como con el olivo, que nos da la aceituna, pero de ahí al aceite existe un tramo que precisa de una mano capaz de realizarlo. Esto último es el interés del político: realizar sus pensamientos, presentar el aceite y no entretenerse en decir cómo lo ha conseguido, porque la ciudadanía, la masa corporal de la nación, quiere soluciones más que enunciamientos. A veces, los caminos para resolver determinados asuntos tienen su fundamento en la mentira que las circunstancias han obligado a emitir, pero cuando esto —el mentir— es lo que rige sus acciones por encima de todo sentimiento y responsabilidad, es cuando la masa votante impone la patada y puerta. Esta es la condición sine qua non de una sociedad que aspira a evolucionar y progresar sin engaños ni mentiras.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN