La reiteración, el repetir frases, hechos o cosas, volver con cierta frecuencia a las mismas páginas del libro o de la vida, es clara expresión de que la belleza, la admiración o el recuerdo se sacan a paseo por los caminos de nuestra conciencia para que el paisaje de la felicidad, nunca sea un extraño.
Contada como un cuento, la historia tiene esa inocencia infantil que le aparta de las descripciones interesadas, que la vida de relación política y social le impone, genuflexionándola ante el poder. Érase una vez y en fecha tan alejada como 8.500 años AC, en el que alguien fabricó un pendiente de cobre, siendo en la actualidad el objeto más antiguo que se conoce, elaborado con este metal.
Es posible que esta “pieza” creada y descubierta muchos siglos después, encierre una delicada historia de amor, tan rudimentaria como verdadera, tan formal como el vínculo judicial del matrimonio, tan sublime como el cáliz de una flor. El arte que vivía en las cuevas tapizadas de pinturas rupestres, dejaba hueco a la habilidad ornamental cuyas formas ensalzaban la belleza.
Decae la trashumancia en el ser humano, el cambiar periódicamente de lugar. Hombre y mujer se hacen sedentarios. Viven en chozas, de paredes laterales y techo cónico, con vigas y sosteniendo estas con lo que se sería la idea precursora de la columna. Se pule la piedra, se estabiliza la vida entre cultivos y rebaños y el esfuerzo humano que las tareas habituales de la época condicionaban, dio uno de los saltos más cualitativos que ha conseguido el homo sapiens en su evolución, con la aparición de la rueda. Se conoce la cerámica. El ser humano utilizando su intelecto busca refugio para implantarse como pueblo, en áreas cercanas a los ríos y los tejidos -pieles- cosidos con agujas fabricadas con finos huesos, cubren su piel, actuando como escudos protectores, ante las inclemencias climáticas.
Los collares fabricados con conchas o huesos ponen su “grano de arena” en el nacimiento de la coquetería. Se aprende a comer mejor, almacenar los alimentos, decorar y también a enterrar a los muertos en tumbas junto con sus armas, cerámica, comidas y bebidas con la creencia de que le serían necesarias. Se adoran imágenes de plantas y animales y a la Señora Naturaleza que le protegía cosechas y ganados y le fertilizaba las tierras. Es el Neolítico.
La vitis vinífera es el nombre científico de la vid. Su existencia se cifra en millones de años. Ya tenemos sobre la faz de la tierra al hombre y mujer, que buscan un lugar cómodo donde sentarse y una sombra que les libere del cálido rigor de un mes de agosto, con oleadas de altas temperaturas, como el que actualmente hemos vivido. La vitis vinífera, la vid, no se sabe cómo ha llegado hasta los lindes de aquellas casas. Apoyada en unas raíces que pueden alcanzar muchos metros de longitud y un tronco conductor de la savia y el agua, qué ayudado por los zarcillos de sus ramas de intensa capacidad trepadora, puede llegar a alcanzar los seis metros de altura y una extensión considerable que entretejida forma un verdadero techo de ramas y hojas cuya sombra es un cielo, donde la sudoración y el sofoco del calor no caben. La “parra” hace su aparición. Sin embargo, todos sabemos que la vid normal es arbustiva y de poca altura. Es verdad la sentencia machadiana de que de lejos/es muy sencillo reírse/y muy fácil dar consejos, pero lo cierto es que la naturaleza y la vida nos ofrecen muchas enseñanzas que no somos capaces, por terquedad, de asimilar. La libertad tiene su silueta, es decir su límite y solamente dentro de él encontraremos las delicias que su facultad contiene. La vid que crece libremente y a la que ayudamos poniéndole alambres conductores de su camino, para conseguir un fin decorativo y una agradable estancia bajo su sombra y su brisa, no es el arbusto de numerosos racimos, que sin alcanzar un metro de altura, sin embargo, produce y hace posible una cosecha que dará su rendimiento y posibilidades de trabajo y vida a continuas generaciones. El artista viene a decorar y produce en sus semejantes, ese idílico deleite que su duende exhala, pero antes que eso y como demuestra este hombre del neolítico es precisa, casa, tierras fertilizadas, cultivos, ganados etc. Es decir, la producción y la uva que duerme tan apiñada en sus racimos, alcanza una magnitud en estos arbustos, que la parra es incapaz de conseguir. Si esto ocurre dentro de los límites de la libertad, hablar de libertinaje es cercenar producción y arte y dar a cambio holgazanería y mediocridad.
Septiembre es el mes de la vendimia y el vino. La historia siempre dijo que el jugo procedente de la compresión de la uva, el vino, se produjo por primera vez en el Neolítico (6000/5000 a AC) y se señalaban los montes Zagros, en la región que hoy ocupan Irán e Irak como el lugar de origen. Entre los montes que limitan Armenia y Georgia se descubrieron unos almacenes de vino en recipientes de barro, en el interior de la Cueva de Araní. Es decir, la primera bodega conocida. Pero un estudio reciente editado por la revista Science y dirigido por el Dr. Yang Dong demuestra mediante un trabajo sobre el ADN de unas 3.186 variedades de uva, que la extracción del jugo e inicio del vino ocurrió hace unos 11.000 años AC en el Cáucaso y sudeste asiático. La cultura se extiende de Oriente a Europa, sobre todo a lo largo de la costa mediterránea. El vino llega a España de mano de los fenicios y Cádiz no es ajeno a ello. Luego fueron los romanos los que prodigaron su cultivo. ¿Pero quién inventó el vino? La naturaleza solo nos dio la uva, el vino hubo que hacerlo. Se atribuyó a dioses y así tenemos a Dionisos o Baco y también a héroes. Pero lo fundamental fue el paso de la vid silvestre (libertina) a cultivada, capaz de dar frutos, cosecha, producción riqueza, trabajo y bienestar. No debíamos olvidar esta diferencia cuando la libertad entra en debate...
Jeroglíficos egipcios, ceremonias y rituales de enterramientos y el libro sagrado de la biblia hacen alusiones al vino. En el Génesis se dice que Noé comenzó a labrar la tierra y plantó una viña, bebió vino y se embriagó. Jesús lo dignificó en la Última Cena.
La parra, el viñedo, la uva, el vino y este mes que comienza, septiembre, que aúna vendimia y comienzo de curso, traerá consigo siempre la ilusión de una nueva vida, de un nuevo futuro, en el que sus lluvias no produzcan inundaciones a las que nos tienen acostumbrados el clima y el ambiente político/social. Hemos de aprender que como el vino, tenemos que tocar desde los cálices del altar, hasta las más denigrantes reuniones en barras de bares, restaurante o lugares de reunión de todo tipo supremos o ínfimos, pero la parra seguirá uniendo bajo su sombrajo, a seres humanos amantes de la amistad y la concordia, que la copa de vino se encarga de eternizar. Son símbolos de patria y unión ahora tan denostados, por los que solo quieren que exista el agrio sabor del vinagre.