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Jueves 28/11/2024
 
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Navalcardo

Llantos de pasillo

La sanidad y la justicia se envuelven en sus propios ropajes, confiriéndole autoridad

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Hospitales y juzgados tienen en común mucho. Para el visitante son auténticos laberintos. Mundos propios de puertas para adentro. La sanidad y la justicia se envuelven en sus propios ropajes, confiriéndole autoridad. El blanco de las batas contrasta con el negro de las togas.

Sus telas se revisten de responsabilidad, incertidumbre y se transmutan en corazas para sostener el dolor. Más el ajeno que el propio. Aunque el propio también florece cuando lo inevitable sucede y no hay consuelo.

En los juzgados, como en los hospitales, se llora. En los hospitales las primeras vidas rompen a llorar en cuanto abren los ojos y sus latidos comienzan a repetirse y coger intensidad en cuerpecillos infantiles. En los juzgados, la fortaleza se desmorona en cuestión de segundos cuando las situaciones se vuelven límites. Y nadie se salva de ello.

A menudo la soledad de los pasillos judiciales conoce de esas situaciones en que la impotencia no se reprime y como humanos que somos, nos rompemos. Otras veces la desesperación obliga. Exige agotar todos los recursos – no los que se sustentan en un papel – sino proceder por medio de subterfugios con tal de alcanzar una solución que quizás sea la última.

Dos mujeres deambulaban así hace unos días por la inmensidad del entramado judicial que alberga el Palacio de Justicia. Rebuscaban una nueva salida a sus infinitos contratiempos merced a un rompecabezas judicial que atrapa a su familia, resquebrajándola a base de sentencias en contra. Y a la desesperada peregrinaban de aquí para allá, por este Jaén judicialmente tan disperso, intentando aferrarse a un milagro que nunca llega.

 Al final, en un viejo banco de madera, aquellas dos mujeres se resquebrajaron entre lágrimas, presas de un llanto desgarrado e incontenible. Pero allí en ese pasillo judicial a diferencia del de un hospital nada podía calmar o amortiguar su dolor, aunque fuera efímeramente. Ni tampoco el consuelo de haber intentado lo imposible.

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