Cronenberg se adentra en el origen del psicoanálisis
Perturbador desde sus orígenes hasta ahora, independientemente del género abordado, el cine de Cronenberg prosigue en plena y sólida evolución
El rostro de David Cronenberg desprende cierta inquietud perversa. No es de extrañar que cuando ha sido llamado para interpretar ocasionalmente algún pequeño papel en otras películas le hayan adjudicado el de tipos siniestros, como ocurría en Razas de noche. Sin embargo, todos los que lo tratan en primera persona desmienten que sus rasgos faciales alimenten una personalidad concordante.
Lo único que perturba de David Cronenberg está en su cine, desde que se dio a conocer entre el gran público con Videodrome y La zona muerta, pasando por el brillante remake de La mosca o su esforzado intento por adaptar la inadaptable novela El almuerzo desnudo. Sin embargo, la virtud del director canadiense no estriba en su cualidad para desesquilibrar desde el género fantástico, sino en su talento para mantener sus constantes vitales al trasladar ese universo interior y enfermizo al mundo del drama con esencias de thriller psicológico.
Así lo puso de manifiesto en la que, para muchos, es su obra maestra, Inseparables, cuya atmósfera absorbente serviría de base para las tórridas y frenéticas obsesiones de los protagonistas de la también excelente Crash -no confundir con la oscarizada de Paul Haggis-, aunque también ha sabido sobrevolar los territorios del melodrama perverso con M.Butterfly y regresar al fantástico, en el caso de ExistenZ.
Las constantes de su cine siguen presentes en cada una de sus películas, pero también es cierto que ha habido un momento en el que el realizador de Spider ha sabido prolongar su avidez como afilado y estimulante narrador para consolidar la nueva trayectoria de su carrera. Y ese momento llegó con una nueva vuelta de tuerca en su expresivo cinematográfico: Una historia de violencia, con la que, además, ha iniciado una estrecha vinculación con Viggo Mortensen, protagonista de sus dos películas posteriores, la brutal y conmovedora Promesas del Este y la que estrena ahora, Un método peligroso, desde la que espía los orígenes de las teorías del psicoanálisis al abordar la relación novelada entre Sigmund Freud y Carl Jung, llevada al teatro por Christopher Hampton, un dramaturgo británico muy vinculado al cine desde su exitosa adaptación de Las amistades peligrosas.
La película está ambientada en las vísperas de la I Guerra Mundial, y narra la amistad entre ambos científicos -mentor y alumno, respectivamente- con motivo de los estudios iniciados por el segundo con una paciente rusa, Sabine Spielrein, que terminó por enfrentar a los eminentes doctores, al tiempo que forjaba las teorías iniciales sobre el psicoanálisis.
Además de Viggo Mortensen, que da vida a Freud, Cronenberg ha acertado en la elección del trío protagonista al completo. El alemán Michael Fasbender -auténtica revelación del año, con varias películas en cartel-, que encarna a Jung, y la británica Keira Knightley, como la influyente Sabine.
Considerada ya por la crítica como una de las mejores películas del año, Un método peligroso es ya el penúltimo filme de Cronenberg, que acaba de terminar el rodaje de Cosmópolis, basada en la célebre novela de Don Delillo. Hasta entonces, aún hay tiempo suficiente para seguir prospeccionando los perturbadores territorios de este cineasta imprescindible.
Lo único que perturba de David Cronenberg está en su cine, desde que se dio a conocer entre el gran público con Videodrome y La zona muerta, pasando por el brillante remake de La mosca o su esforzado intento por adaptar la inadaptable novela El almuerzo desnudo. Sin embargo, la virtud del director canadiense no estriba en su cualidad para desesquilibrar desde el género fantástico, sino en su talento para mantener sus constantes vitales al trasladar ese universo interior y enfermizo al mundo del drama con esencias de thriller psicológico.
Así lo puso de manifiesto en la que, para muchos, es su obra maestra, Inseparables, cuya atmósfera absorbente serviría de base para las tórridas y frenéticas obsesiones de los protagonistas de la también excelente Crash -no confundir con la oscarizada de Paul Haggis-, aunque también ha sabido sobrevolar los territorios del melodrama perverso con M.Butterfly y regresar al fantástico, en el caso de ExistenZ.
Las constantes de su cine siguen presentes en cada una de sus películas, pero también es cierto que ha habido un momento en el que el realizador de Spider ha sabido prolongar su avidez como afilado y estimulante narrador para consolidar la nueva trayectoria de su carrera. Y ese momento llegó con una nueva vuelta de tuerca en su expresivo cinematográfico: Una historia de violencia, con la que, además, ha iniciado una estrecha vinculación con Viggo Mortensen, protagonista de sus dos películas posteriores, la brutal y conmovedora Promesas del Este y la que estrena ahora, Un método peligroso, desde la que espía los orígenes de las teorías del psicoanálisis al abordar la relación novelada entre Sigmund Freud y Carl Jung, llevada al teatro por Christopher Hampton, un dramaturgo británico muy vinculado al cine desde su exitosa adaptación de Las amistades peligrosas.
La película está ambientada en las vísperas de la I Guerra Mundial, y narra la amistad entre ambos científicos -mentor y alumno, respectivamente- con motivo de los estudios iniciados por el segundo con una paciente rusa, Sabine Spielrein, que terminó por enfrentar a los eminentes doctores, al tiempo que forjaba las teorías iniciales sobre el psicoanálisis.
Además de Viggo Mortensen, que da vida a Freud, Cronenberg ha acertado en la elección del trío protagonista al completo. El alemán Michael Fasbender -auténtica revelación del año, con varias películas en cartel-, que encarna a Jung, y la británica Keira Knightley, como la influyente Sabine.
Considerada ya por la crítica como una de las mejores películas del año, Un método peligroso es ya el penúltimo filme de Cronenberg, que acaba de terminar el rodaje de Cosmópolis, basada en la célebre novela de Don Delillo. Hasta entonces, aún hay tiempo suficiente para seguir prospeccionando los perturbadores territorios de este cineasta imprescindible.
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