El Defensor del Pueblo andaluz, el cura Chamizo, no se corta un pelo. Ya puso firmes a los diputados andaluces en cierta ocasión en que compareció ante la comisión correspondiente de la Cámara y al ver que se dedicaban a leer el periódico en el escaño, hablar por el móvil, cuchichear entre ellos o levantarse para irse a tomar unas copas en el bar, detuvo la lectura de su informe anual y les exigió que le guardaran el respeto debido. Desde entonces, los parlamentarios asisten a las intervenciones de Chamizo como a clase antiguamente los alumnos, temerosos de mover siquiera un alfiler en presencia del maestro. Ahora, Chamizo ha vuelto a ser noticia nacional por espetarles en su cara a los representantes del pueblo lo que el pueblo piensa realmente de ellos y le cuenta a él en los miles de quejas que le hacen llegar cada año convirtiendo su Oficina en un confesionario.
El Defensor del Pueblo no se ha andado con medias tintas y les ha dicho a los parlamentarios: “La gente está muy cabreada con ustedes; no sé si lo saben. Están muy enfadados porque los ven todo el día en la peleíta. La gente está hasta el gorro de todos ustedes. No sé si puedo decirlo con todo el cariño del mundo. Por favor, por favor: un ejercicio de buena voluntad y avanzad para resolver los problemas del personal”.
Chamizo no ha hecho más que expresar en román paladino el estado de opinión que viene reflejando el Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas. El último sondeo del CIS revela que las tres mayores preocupaciones de los españoles son el paro (84,1%), la crisis económica (46,76%) y la clase política (22,1%). Los políticos hacen vista gorda y oídos sordos al demoledor dato de que la preocupación del pueblo por su comportamiento ha batido ya el récord en Democracia, pues se mantiene como tercer problema nacional durante quince meses consecutivos. Hay que remontarse a la época de la crispación, en la última etapa de Felipe González (1995), con su pléyade de escándalos, y la oposición a cara de perro de Aznar para hallar tales muestras de desprestigio de la clase política, pero ni siquiera entonces el problema (21,5%) era tan citado como ahora (22,1%).
La clase política alcanzó su mayor cota de prestigio durante los albores de la Transición, cuando merced al consenso y a los Pactos de la Moncloa culminaron con éxito el paso de la Dictadura a la Democracia a pesar del ruido de los sables golpistas y la amenaza del terror, en un proceso que provocó la admiración del mundo. Desde entonces van cuesta abajo en la estima de los ciudadanos porque han trocado el consenso por un partidismo extremo y estéril que no resuelve los problemas de la gente, la auténtica misión que les ha encomendado el pueblo.
Su Defensor en Andalucía, José Chamizo, ha hecho bien en recordárselos convirtiéndose en su mensajero y en su altavoz. Ahora sólo falta que los parlamentarios tomen buena nota de la reprimenda y, al menos, hagan propósito de enmienda.