Hemos perdido el don de la observación, de fijarnos en las cosas, de meditar sobre las cosas, desde los diversos puntos de vista. El momento actual nos obliga, por si mismo, a dejarnos sorprender por la mirada. A veces, es cierto, miramos pero no vemos o no queremos ver la realidad. El no estar atentos a lo que nos circunda, genera un desinterés que nos deshumaniza. El permanente riesgo de deshumanizarnos, algo que está íntimamente relacionado con los sistemas de dominación y poder, lo que hace es fermentar, para luego fomentar, una ideología del mal, que nos volverá más esclavos de lo que aún somos, que ya es bastante. Muchos gobiernos consideran hoy a los más débiles, a los enfermos y empobrecidos, a los inocentes e indefensos, como una carga, que no merecen consideración alguna. Algunos poderes se han convertido en árbitros de nuestra propia vida, moviéndonos a su antojo, e impidiéndonos, sino le somos productivos para generar riqueza, hasta vivir. A mi juicio, con urgencia hace falta una buena gobernanza, una ética de gobiernos, capaces de poner orden moral en el mundo.
Por otra parte, tampoco nadie puede observar por nosotros. Por desgracia, en ocasiones nos dejamos atrapar por una fría indiferencia, que para nada nos conduce a buen puerto. Es hora de abrir los ojos, de fijarnos en los alrededores que nos circundan, de prestar atención a lo que vemos y de tomar conciencia de que todos tenemos una responsabilidad en este mundo. Si en verdad cultivamos este examen interior, percibiremos la necesidad de abrir los ojos del corazón a tantas necesidades humanas. No podemos volvernos ciegos ni sordos al grito del indefenso. Es importante recuperar la dimensión humana, denunciar los abusos y descubrir actitudes ilícitas de personas, por mucho poder que aglutinen. Frente a las injusticias no se puede callar. Pienso en la actitud de aquellos héroes del diálogo que nos precedieron, dejando su propia vida o intereses personales, en la lucha por mejorar la vida de todos. Hoy debieran ser nuestro referente. Querían encontrar soluciones a tantas adversidades observadas en el planeta y haciendo suyo esa escucha de comprensión y atención, de mirada dispuesta al amor, y por consiguiente correctora, de actitud capaz de discernir y perdonar, han conseguido el respeto humano, nacido de su buen hacer y, también, por su modo de pensar.
Cuando los poderes se deshumanizan, lo peor siempre es posible. Hay que parar a esos fanáticos indomables, que se creen los dueños del ser humano, que quieren decidir por todos nosotros, que piensan por nosotros, que nos engañan y defraudan sin realizar lo que prometen. Se siguen recibiendo, en buena parte del mundo, denuncias de violaciones del derecho a la vida y a la integridad personal relacionadas con el uso excesivo o indebido de la fuerza. También continúan la serie de atentados con bombas u otros artefactos sembrando el pánico por el planeta, causando oleadas de sufrimiento y destrucción. Asimismo, el fantasma de la ingobernabilidad europea se enraíza en muchos países europeos, fruto de la grave corrupción de los dominadores. Ciertamente, el mundo parece arder en la desesperación y en la desesperanza. A poco que observemos las diversas tragedias, nos encontramos cómo a determinados poderes no les interesa para nada formar conciencias rectas y receptivas a las exigencias humanas, porque ellos mismos esconden su inhumanidad. En todo caso, esta insensibilidad debe ser detenida y retenida, mediante un poder, que sea ante todo un deber coherente con los valores éticos, con vocación de servicio al ser humano y sus ideas.
El odio, la venganza, el rencor, e incluso la misma crueldad del ser humano contra sí mismo, ha tomado la delantera a la justicia. Cada vez más la práctica democrática se concentra en el poder de las grandes potencias económicas o en los países desarrollados, sin importarles aquellos países pobres, que no conocen la prosperidad de los países ricos. Tenemos que batallar por esta exclusión, porque no exista un club de elegidos, sino un club humano, que vierta todo su trabajo en humanizar el planeta. Queremos sociedades sin frentes ni fronteras, sociedades apiñadas en torno a la especie humana y al imperio del intelecto y la razón. Menos poderes y más sabidurías. Por propio raciocinio, bastaría con que los poderes no hicieran despilfarros para eliminar el hambre del planeta. Tenemos que globalizar lo que tenemos, redistribuirlo mejor, y pensar que los males ajenos son también males propios. Todos tenemos que enfrentarnos a la pobreza, también al desempleo, y a tantas incertidumbres que los humanos nos hemos inventado. La necedad siempre es la madre de todos los males.
Ha llegado, pues, el momento de servir más auténticamente y de que el poder no nos atrofie. Muy pocos poderes sirven a los intereses de la humanidad. Debemos propiciar un gran cambio en este sentido, hasta el punto de que nada de lo humano nos resulte ajeno. El día en que todo esté centrado en la persona y todo sea verdaderamente democrático, en que todas las personas formen una sola familia humana, con la diversidad de culturas, habremos conseguido avanzar en humanidad. Estoy absolutamente convencido de que ningún poder del mundo puede ayudar a que el mundo progrese al cien por cien, realmente el mundo lo que requiere son servidores dispuestos a donarse por las causas perdidas. La pobreza es una de esas causas perdidas, porque a los ricos les interesa que los pobres existan para ellos sentirse reyes. Si no existen pobres nadie se verá necesitado a venderse. Otra de esas causas perdidas es la injusticia, para muchos una virtud, así no se excluyen las santas guerras. El negocio de las armas es el negocio. Por tanto, nosotros mismos somos los que nos destruimos. Lo malo es que no aprendemos la lección ni observando. De cualquier modo, si alguien se propone algún día sumarse al poder, aún antes de mandar con respeto, debe de servir con encomienda del corazón y de la mente.