Las cifras de paro relativas al mes de agosto, recientemente publicadas, han sido valoradas de forma muy dispar según los diferentes estamentos. Efectivamente, el Ejecutivo considera que la destrucción de empleo ha encontrado el freno deseado y que la reactivación del mercado laboral depende ahora en exclusiva del retorno del crecimiento económico y del crédito. La oposición no ve motivo alguno para la “euforia” porque los datos publicados revelan un importante descenso de los cotizantes a la Seguridad Social lo que, en su criterio, significa que la destrucción de empleo se mantiene. La lectura de los representantes sindicales, por su parte, aún reconociendo que el descenso registrado, que encadena ya seis meses de bajada, es una buena noticia, no puede, sin embargo, ocultar los 4,7 millones de personas en desempleo, lo que genera indudablemente una situación de desánimo en la sociedad.
En realidad, no podemos negar, en primer término, que este dato de agosto es el mejor desde el 2.000, que en términos desestacionalizados la rebaja supera las 13.000 personas y que el hecho de que se hayan encadenado seis meses de continuas bajadas, que han acumulado 342.000 nuevos empleos, representa una estabilización de la feroz destrucción que hemos padecido hasta ahora, aunque, en mi criterio, son insuficientes aún para considerar que se ha producido un cambio de tendencia. Sin embargo resulta adecuado asociar estos datos con otros indicadores positivos conocidos últimamente como el excelente comportamiento de la balanza comercial y del turismo, el saneamiento de las cuentas públicas, la reforma definitiva (?) de nuestro sistema bancario, la reducción del endeudamiento estatal y la recuperación del crédito internacional, como demuestra el incremento de la cartera de deuda española en manos de inversores foráneos que alcanzó en julio los 250.162 millones, y la notable inflexión del diferencial de la prima de riesgo, recuérdese que hace sólo un año duplicaba sobradamente la actual y el evidente temor a tener que ser rescatados.
Por el contrario no podemos olvidar que esas esperanzadoras consideraciones no pueden soslayar que aún permanecen en las listas de paro casi 4,7 millones de personas, que de los contratos firmados en agosto el 94% corresponden a contratos temporales y sólo un 4% a indefinidos, que el endeble crecimiento del PIB, lastrado por la atonía de la demanda interna y de la inversión y la continua disminución de las ventas del comercio minorista, la carencia de crédito, cada vez más palpable y desincentivadora, el ajuste del déficit todavía en el aire y la suma dependencia de un entorno internacional complejo e intrincado, proyectan aún un camino por recorrer excesivamente largo y complicado.
Sería irrazonable no admitir que la situación global de nuestro país ha mejorado ostensiblemente con respecto a los peores momentos vividos durante el verano anterior, la incógnita se centra ahora en despejar si esos indicios se consolidarán en el futuro para posibilitar una recuperación que permita la disminución ostensible del desempleo.