El singular interés por el resultado de las últimas elecciones en Alemania estaba más que justificado por sus especiales consecuencias para la UE y, consiguientemente, para nuestro país. Efectivamente, el liderazgo ejercido en la UE por Alemania bajo la batuta de la Sra. Merkel, ha marcado una época concreta en la evolución económica de Europa y en el desarrollo del proyecto europeo. A los complejos problemas que afronta este proceso para culminar una integración sólida que abarque los aspectos políticos, económicos, y fiscales, que en su estructura también incluyen la Unión Bancaria, de especial trascendencia y complejidad, hay que añadir los alarmantes “defaults” que han afectado a varios países cuya relevancia y envergadura han atentado contra la continuidad de la UE, y las reticencias surgidas en su seno provocadas por las diferencias de criterio en cuanto al tratamiento de los rescates de esos países y, sobre todo, por la estricta imposición alemana a seguir la senda de la austeridad para todos los estados miembros.
La amplia confianza otorgada por los electores alemanes a la Sra. Merkel supone un enorme refrendo no sólo a las políticas económicas implementadas en su país sino también a las directrices socio-económicas que ha impuesto en el seno de la UE porque, según proclama, todos debemos asumir el convencimiento de que no hay alternativas posibles al proceso de reforma estructural a nivel europeo ya que si Alemania superó sus graves problemas, que debió encarar cinco años antes de que irrumpiera la crisis que nos afecta, aplicando las medidas económicas específicas que le permiten ahora gozar de una posición envidiable, ¿ porqué no pueden seguir este mismo itinerario el resto de países, sobre todo aquellos cuya frágil situación ha debido solventarse con la ayuda indispensable de los demás socios?, y porque Alemania entiende que los desequilibrios presupuestarios han comprometido el futuro de la UE, ya que 16 de los 27 países incumplen el pacto de estabilidad y que sólo este país tiene superávit cifrado en el 0,20% de su PIB.
En definitiva, la amplia victoria obtenida significa continuidad inflexible, es decir, estricto control de los déficits que hacen necesario proseguir con las estrategias de austeridad, que tantos detractores concita, oposición total a la emisión de eurobonos, que no es otra cosa que un rechazo implícito a cualquier atisbo que pueda significar mutualizar deudas de otros países miembros, postura que, además, proyecta serias dudas sobre la posición alemana para impulsar la Unión Bancaria, a pesar de los deseos de su pronta implantación expresados, sobre todo, por los países del Sur, y especial atención a la estabilidad del euro, lo que podría suponer nuevas limitaciones al tratamiento de determinadas situaciones problemáticas.
La gran incógnita estriba en saber qué sería de la UE sin el liderazgo alemán porque, a pesar de las diferencias de criterio y las reticencias expresas exteriorizadas por algunos países, entre ellos España, su liderazgo y contribución resultan absolutamente imprescindibles ya que de otra forma los mercados percibirían un mensaje de inestabilidad totalmente contraproducente.