““¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!”, decía, hablando del opio, Tomás de Quincey. Justo, sutil y poderoso es también el veneno de la Anarquía, y ningún fumador de opio, ningún bebedor de ajenjo, ningún tomador de morfina ni de haschis, ha tenido sus sueños poblados de visiones más hermosas que las visiones que pueblan el gran ensueño anarquista. La Anarquía es también uno de los paraísos artificiales, y bien vale la pena visitar este paraíso cuando no se dispone de uno natural. [...]” (p. 76). Los escritos de la anarquía (Editorial Pepitas de Calabaza, Logroño, 2014) de Julio Camba (Vilanova de Arousa, 1884 – Madrid 1962), sigue siendo, más de un siglo después, una obra maestra anti-sistema.
Esta recopilación de artículos aboga por la desobediencia civil. Su autor se erige en gurú, agitador y santo laico. Entre 1901 y 1907, Camba escribió los textos que aquí se recogen; tenía apenas veinte años. Heredero de la tradición ácrata europea y norteamericana de mediados del siglo XIX, Los escritos de la anarquía pretenden conmocionar la historia social y cultural de la España de la época. Camba aspira a simplificar, reformar y limpiar los usos y costumbres de un país en crisis. Los artículos recopilados en este volumen vieron la luz en El Cuento Semanal, La Protesta Humana, Tierra y Libertad, El Rebelde, La Anarquía Literaria, El País y España Nueva. Se reeditan unos, otros ven la luz por vez primera. En ninguno de ellos se escatima esfuerzos: su objetivo es la conversión del lector. Su carácter polémico los dota de una energía e impulso admirables.
Ajeno a lo políticamente correcto, Camba desdeña la monotonía y la cortedad de miras de la sociedad que le rodea, y es su deseo vivir libre, ocuparse sólo de lo esencial; pretende, al mismo tiempo, enseñar a otros cómo vivir. Se trata, en esencia, de un escritor que defiende su independencia. El espíritu independiente y autodidacta del autor gallego ilumina Los escritos de la anarquía. “Camba era el logos, la más pura y elegante inteligencia de España”, diría José Ortega y Gasset. El editor y crítico Julián Lacalle recuerda en el prólogo a la colección la descripción que Cansinos-Asséns hace de Camba en La novela de un literato, “un feroz anarquista, odiaba a los burgueses, pero amaba la buena vida burguesa (…) flexible y sinuoso (…) era en el fondo un sibarita, un aspirante a burgués. Su anarquismo era simplemente un diletantismo, una escarapela para llamar la atención y epatar” (p. 31). Otros resaltarán su humanidad, la inteligencia de sus ojos, su fuerza y vigor al hablar.
“El Destierro”, primera crónica de la colección, describe cómo Camba fue expulsado de Argentina por sus actividades revolucionarias, con el argumento de que el gobierno nacional no toleraba anarquistas. Este relato sienta las bases para futuros artículos. Emocionan la voz impresionante del autor gallego, sus palabras claras y juveniles. El estado de ánimo de Camba es interior, de lleno en el mundo multitudinario de la sensación. Ve y nombra con precisión. Todo es observación límpida: “La ley de expulsión torció el destino de muchas vidas, con lo cual unas fueron ganando y otras perdiendo. ¡Qué importa! El hada Aventura puede no ser buena, pero siempre es bella y nosotros la amábamos. No habíamos vivido nunca en la realidad, y no era cosa de inquietarse por lo que de ella hubiésemos podido perder. Para soñar es igual cualquier rincón de la tierra, y para mirar al porvenir nada mejor que deshacer el pasado” (p. 108).
“Oléis las flores fuera de las plantas y mordéis los frutos en tierras impotentes para producirlos. Vuestros labios jamás han gustado la miel en sus panales ni han saciado la sed en el agua de las fuentes vírgenes. Sois como enfermos de una enfermedad que no tendrá en vosotros curación”. Partidario de una vuelta a la naturaleza, el estilo del artículo “El amor de la tierra” mantiene la frescura de lo puro e incontaminado. Al absorber el idealismo de Friedrich Nietzsche (1844-1900), Camba se empapa de la gran metáfora de la ecología, y se convierte en un científico, un místico, un filósofo natural. Reúne y se deleita con momentos sublimes y observaciones de cada vez mayor refinamiento: “El bien de los humildes no podréis disfrutarlo nunca. Acaso vuestra cabeza, dormida sobre un bello libro, os proporcione alguna vez un sueño venturoso; pero más honda ventura habrá en el sueño de esa ruda cabeza, hecha a los grandes silencios campesinos y atenta al fecundo laborar de todos los gérmenes, sobre su rústica almohada de hierbas, para ella más blanda que la vuestra de plumas” (p. 346).
Los escritos de la anarquía vive en sus detalles. En la crónica “Por el pan” se critican enérgicamente las políticas de austeridad y autosuficiencia egoísta: “Lo justo es que el hambriento alargue su mano hacia el pan y que el dueño del puesto defienda este pan contra la brusca acometida” (p. 404). En la Europa de principios de siglo XX los hombres llevan una vida de tranquila desesperación, esclavos de sí mismos sin tiempo para otra cosa que ser máquinas. Un mundo aparentemente bucólico donde el hombre es la principal mano de obra. El trabajador, poco menos que aplastado y asfixiado bajo su carga, se arrastra por el camino de la vida. Camba hace la luz de la necesidad de pan y trabajo. La protesta del autor gallego se centra en el producto final de la industria, el consumismo que nos incita a comprar sus productos: “Pero Grullo os demostraría una cosa: que solo roba aquel que necesita y que solo es robado aquel que posee. Si el robo existe es como consecuencia de un enorme desequilibrio social. Cristo aconsejó a los ricos que partieran sus panes con los pobres, y he aquí que han pasado ya veinte siglos de cristianismo y que todavía los pobres son acuchillados por los bienquistos de la fortuna” (p. 406).
Por último, el artículo “El voto de los muertos” demuestra que el estilo de Camba, esos fragmentos e imágenes sin conectividad lógica o emocional, contagian vitalidad y representan la inmediatez de la comunicación entre el escritor y el lector: “Un muerto que se levanta de su tumba en el amanecer de un día de elecciones y que se dirige al colegio para inscribir su nombre en una papeleta, realiza un acto ejemplar y les da a todos los vivos una lección de civismo” (p. 542). El tono humorístico y la cotidianeidad de la prosa de Camba sigue vigente. La fuerza con la que brota cada detalle, unido al mensaje político nos proporcionan el estremecimiento metafísico de un hombre que se enfrenta no sólo a la implacable sociedad de su época sino a la imagen de sí mismo: “Las ciudades de los muertos, como las de los vivos, deben estar protegidas en el seno de la representación nacional por una voz sonora y elocuente. Por eso votan los muertos. Yo me imagino la satisfacción que sentirán al acostarse, después de haber cumplido sus deberes de ciudadanos (…) Su sueño, que es el sueño de los muertos, es, a la vez, el sueños de los justos” (p. 542).
En definitiva, en Los escritos de la anarquía, Camba clama contra la opinión común, los prejuicios, la tradición, la ignorancia y la apariencia, hasta llegar a lo que podemos llamar la realidad, ya se trate de la vida o la muerte: “[...] En realidad todos estábamos convencidos de que íbamos a hacer la Social, pero no teníamos prisa. La Anarquía nos había encantado a todos, porque la Anarquía era para nosotros, más que una concepción filosófica, un entretenimiento sentimental. En cualquier velada de teatro, en cualquier mitin o en cualquier manifestación pública, la Anarquía tenía expositores elocuentes, mujeres hermosas y canciones aladas; tenía un espíritu alegre, aventurero, cosmopolita, valiente, generoso y artístico; todo lo cual mantenía el entusiasmo de los viejos y suscitaba el de los jóvenes” (p. 75).
Los artículos de Camba son una invitación a la danza de la vida. Se nos insta a amar la existencia aunque sea injusta. El veneno de la anarquía al que alude el autor gallego es, en realidad, un antídoto contra la apatía. Su noble espíritu y sus apelaciones a los sentidos fortalecen nuestra experiencia. Camba era joven cuando los escribió, y sin embargo nos legó una obra sólida. Asistimos en ella a la crisis de sus creencias más profundas. Observar la naturaleza lo lleva al naturalismo y al materialismo filosófico. Por todo ello, Los escritos de la anarquía están destinados a convertirse con el tiempo en uno de los grandes testimonios no solo del anarquismo ibérico, sino del individualismo universal, de su valor, poder y belleza sin restricciones.