Los Bancos Centrales, preservando su independencia del Gobierno de turno, tienen como misión primordial ejecutar la política monetaria de cada país o área de influencia velando por la estabilidad de los precios. Entre sus más destacadas funciones figuran el control y estabilidad del sistema financiero, la obligación de proteger el valor de la moneda, e, incluso, de decidir su devaluación, que, en todo caso, estará supeditada a la coyuntura económica del país, y ostentar el monopolio de emitir o drenar liquidez del sistema a través de diferentes herramientas.
Tras seis años y medio desde el comienzo de la crisis, los bancos centrales de las economías, tanto desarrolladas como emergentes, están llevando a cabo políticas monetarias específicas caracterizadas por la preocupación de garantizar el crecimiento de las economías de su país que en este período alcanzan niveles inferiores a lo deseado debido a la debilidad de la demanda interna, sobreendeudamiento de los estados y al riesgo deflacionista. Resulta, por tanto, consecuente que centren su gestión en procurar un tipo de cambio de sus divisas que permita mantener una competitividad que facilite el tráfico mercantil con los demás países. Sin embargo, la depreciación de una moneda supone la apreciación de otra u otras divisas por lo que la moneda más fuerte puede pagar la devaluación del resto, como en este caso está ocurriendo con el dólar, lo que obligará a la Reserva Federal a retrasar la subida de tipo de interés que parecía inminente. Así el PIB mundial, que alcanza 74 billones de dólares, se verá reducido en 2,37 billones por el fortalecimiento del dólar y el consiguiente debilitamiento de las divisas locales en su cruce con el dólar que verá incrementada su importancia en la economía global desde el 23,5% hasta el 27% en 2016.
La prueba más evidente de éste proceso son los recientes movimientos del BCE, que ha desplegado toda su artillería monetaria para tratar de atajar el estancamiento del crecimiento de la UE, acelerar la devaluación del euro para ganar competitividad, y animar el consumo y la inversión tratando de alejar el riesgo deflacionista. Ante estas agresivas medidas, utilizadas anteriormente por EEUU. y Japón, los principales bancos centrales de otros países como Suiza, Dinamarca, Australia e, incluso, Rusia, India o China, están respondiendo a la intervención del BCE bajando sus tipos de interés con objeto de que sus monedas no se vean apreciadas por la devaluación del euro.
En conclusión, la debilidad de las tasas de crecimiento globales, con excepción de EEUU, está provocando una nueva guerra defensiva de divisas, motivando la revalorización del dólar, para evitar la pérdida de competitividad de sus economías y favorecer un crecimiento más equilibrado.