De los cuatro, uno de ellos. Si consideramos el aprendizaje como base, si acatamos que somos parte de una especie social por naturaleza y que necesitamos de relacionarnos para sobrevivir, entonces no podemos olvidar que uno de los pilares para que ese funcionamiento se lleve a cabo es el amor en todas sus representaciones posibles.
Sentimientos tales como el cariño, la amistad, el cuidado o la preocupación por otros… están por todas partes. Nos movemos en base a ello, nos interesamos por aquellos que nos provocan ternura, aprecio, sinceridad, bienestar… y como no, respeto.
Por tanto recordemos que es el amor que nos procesamos a nosotros mismos el que nos guía hacía el cómo dar a los demás. Sin olvidarte, sin perderte.
Los logros que alcanzamos son más que válidos, porque al igual que el niño disfruta de alcanzar el tarro de galletas que tanto le costó, el adulto ha de saborear también aquellos méritos que se consiguieron y que lo forman como la persona que es en el aquí y ahora.
Felicitarnos, alentarnos, sentirnos orgullosos de nosotros mismos y de nuestras valías son esenciales para contemplar el mundo desde una perspectiva menos decadente.
Hablo de quererse, de aceptarse y de valorarse sin rozar ni un ápice el narcicismo. Nadie es mejor que nadie. La suerte hay que salir a buscarla. Se encuentra si cuando se presenta la más mínima oportunidad tratamos de sacarle el provecho necesario que nos ayude a lograr nuestras metas.
Y alcanzamos nuestros objetivos paso a paso, con la paciencia requerida para cada caso.
Con la sabiduría que nos proporcionó el pasado y las herramientas que éste nos ha dejado como legado.
Teniendo en cuenta que la seguridad se siembra desde niños, pero sabiendo que puede crecer en nosotros mismos la suficiente confianza capaz de hacernos cada día un poquito mejor.
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