Aseguran los analistas que los dos males de la sociedad actual son las dictaduras y las ideologías. Las dictaduras, porque se creen dueños de la verdad y de las personas, se constituyen en dueños del poder y prescinden del pueblo sin contar con los que piensen de otra forma. Las ideologías, porque exigen un seguimiento de sus esquemas como auténticos dogmas de fe. En consecuencia, se convierten en grupos cerrados y obligan a los miembros del partido a aceptar lo que proponen sin más discusión.
El sistema democrático, radicalizado por la partitocracia, lleva a la lucha por el poder, constituyendo dos extremos maniqueístas, derechas e izquierdas. En todos los países democráticos, se dan las dos tendencias, llámense populares y socialistas, republicanos y demócratas, laboristas y conservadores... pero siempre serán los dos que ocupen alternativamente el poder. Unos pensarán, de sí mismos, que tienen la verdad, y de los otros, que se mueven en el error. Podemos preguntarnos: ¿Es que es necesario agruparse tras una de las ideologías? No es obligatorio, pero la experiencia enseña que, en política, los francotiradores consiguen poco; mientras que los grupos tienen más eficacia.
¿En qué grupo? Porque ambos están defendiendo dos aspectos necesarios para la sociedad: el individualismo o liberalismo, como fuente de creatividad y desarrollo de la persona; y el colectivismo o socialismo, como manantial de bienes sociales y cohexión de los grupos. Los dos se necesitan, porque uno sin el otro llevaría a una sociedad manca. Lo razonable sería que ambos extremos cedieran en sus radicalismos e intentaran encontrarse; es lo que se llama el centro.Pero inmediatamente surgen las diferencias con centro-izquierda y centro-derecha.
¿Qué se puede hacer? Muchas personas honestas creen que hay que elegir el grupo que coincida con nuestros principios y con nuestra conciencia. Y, una vez elegido el camino, debemos informarnos con claridad de los fundamentos y normas de cada uno, para ver qué grupo debemos elegir. En realidad, siendo honestos, no importaría pertenecer a uno o a otro grupo, siempre que se defendiera el bien común y no el del partido y las prebendas de poder.
A primera vista, la cuestión parece compleja, pero no imposible. Como toda obra humana, necesita un rodaje que vaya haciendo camino para no dar palos de ciego. Andalucía es una región que ha sido ahogada por los grandes partidos cada vez que ha intentado tener voz propia y escaños en el Parlamento nacional. Y, cuando lo ha tenido, se ha convertido en una jaula de grillos que luchan por escalar puestos, dejándose manipular por el partido en el poder para obtener favores.
Es hora de que Andalucía deje de ocupar las primeras páginas de los periódicos como protagonista de tragedias, como vagón de cola de parados, como burbuja inmobiliaria, como farolillo rojo de cultura, como peones del PER, como organizador de fiestas sonadas, como repartidor de votos a los mejores postores de la deuda histórica... Es hora de marcar el límite de nuestros lastres y de tener voz y voto propios.
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