Pensé. De acuerdo. Por fin, se inicia una semana sin la vorágine palpitante en cada poro de mi piel. Sin el reloj acechando. Sin las prisas como equipaje. Sin desear pasos de cebra desiertos, semáforos permanentemente verdes, o minutos en decrecimiento. Sin sentir la mirada altiva, de quienes suben sus complejos en el ascensor del alter ego. Sí, sucede. Vamos y venimos. Aceptamos lo inadmisible, hasta que nos atrevemos a saltamos los límites de las presiones, porque sabemos que se burlan de los principios éticos y de los derechos laborales. Pasa. Y cuando sucede, sentimos una punzada, leve pero profunda. Inolvidable ese momento. Después vienen, los “de lunes a viernes al sol”. Las noches de duermevelas, de preocupaciones, de facturas pendientes. Mientras intentamos recomponernos, de la última batida, los/as reconocemos. Llevan la señal del acoso laboral, de la dedocracia y del enchufismo descarado. Apartan con empujones encubiertos, a quienes hacen un poco de sombra, a quienes no osan lamerles sus labios de ceniza. Una vez eres su diana, van preparando las trampas y dibujando estratégicamente y con paciencia las manchas que emborronan otras trayectorias. Abren con sus manos sucias la puerta de salida. Sí, los vemos, y con desagrado, llegamos a la conclusión que esta sociedad está enferma. Que cargos de representación, de todos los sectores, que debieran ser el caldo de cultivo de ideologías positivas, son sólo la sombra y la podredumbre de los intereses individuales y de las ansias de poder. Los/as tenemos cerca, advirtiendo y midiendo, cada uno de nuestros pasos. Con los pies enraizados en sus puestos de reconocimiento. Con sus brazos, ajetreados por el trasiego del metro, el mazo y las tijeras. Se les escucha, jactándose de hacer del espacio colectivo, su cortijo personal. Con las vallas, a su medida. Con los trifásicos, haciendo juego. No se entiende nada. Los seres tóxicos, suben y se aferran a los falsos tronos. Sus palmeros/as, van mudando progresivamente la piel, pasando de corderos cómplices a una imitación con ligeros retoques. El círculo se va cerrando. Se torna impermeable para quienes disienten. Podemos pensar, que en algún cruce de caminos, recobrarán el sentido y el buen proceder. Lo cierto, es que vemos torres caer. Pero hasta que se debilitan ¿a cuántas personas condujeron al desempleo, a la desmotivación o a la ausencia del bienestar físico, psicológico y social? ¿A cuántas intentaron desgajar su crecimiento e historia laboral? Es verdad. Podemos llegar a creer que “tirar la toalla” es la única vía de escape, o la menos dolorosa. Que retirarse, puede librarnos de una guerra siempre latente, siempre a la espera…Es tan lícito, como hacer todo lo contrario a lo que desean otros/as. Preservar y renacer. Emprender y renovarse, una y otra vez. Atreviéndonos a continuar. Sonriéndole a nuestra esperanza. Sin darnos la vuelta, y por supuesto, con el corazón en peineta.
Eutopía
El corazón en peineta
Lo cierto, es que vemos torres caer. Pero hasta que se debilitan ¿a cuántas personas condujeron al desempleo, a la desmotivación o a la ausencia del bienestar físico, psicológico y social?
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