Feliz año, felices Reyes, felices fiestas y todas estas cosas más que acumulamos en nuestro vocabulario bajo la efervescencia de las luces navideñas y el olor a castañas asadas. Una vez ha pasado todo este periodo, por momentos tedioso, nos volvemos a citar en la rutina de esta nuestra salita. Así que no te quedes en la puerta y entra, pero descálzate por favor porque no veas como traemos los zapatos de caramelos.
Resulta llamativo cómo aún por la ciudad las suelas crujen. Como al caminar algunos vecinos tienen que luchar contra la fuerza gravitatoria de la Tierra. Y que todavía los coches envuelvan sus ruedas como si fueran paquetes de regalos. No sé, es posible que aún no haya pasado el rey Baltasar por Sevilla. O al menos yo no le encuentro otra explicación para justificar cómo continúan las calles céntricas y de algunos barrios cuando aquí hasta el Señor de Pasión ya ha sido trasladado al altar mayor del Salvador.
El ser humano, no por naturalez sino por educación, es poco limpio cuando actúa en sociedad. En sus casas, ni una mota de polvo, pero cuando pisamos una calle parecemos cerditos en una charca repateando de gusto. Y no es el caso que aquí nos ciñe, pero sí es el espejo de lo que en definitiva queremos construir. Porque ya me dirán ustedes quién le dice a ese anciano que recoja la caquita de su perro cuando ésta se queda literalmente cohesionada entre los caramelos que aún perduran en Pagés del Corro. O quien invita a que reciclemos con conciencia cuando vemos tanto plástico residual de los envoltorios “adornando” aún la Navidad sevillana entre sus calles y plazas.
No somos, ni por asomo, la ciudad más limpia de España. Tampoco hay que ser un lince para percartarse. Pero al menos a uno le duele tener que ver a estas alturas vídeos virales y comentarios negativos por las redes acerca del rastro que aún pervive en la memoria de Sevilla una vez que los tres Reyes Magos nos llenaron de ilusión en una de las noches más especiales para esta nuestra ciudad. Pero claro, tras una fiesta siempre toca recoger. O lo que es lo mismo, esconderse para que no le toque a uno coger la escoba. Pero en una sociedad extensa, capital de región y bonita que hasta nos duele de decirlo, no es justificable.
Aquí el ejemplo debe ser la más certera predicación social para que, poco a poco, aquel hombre recoja la caquita de su perro o para que el reciclaje se torne en una responsabilidad.