Con motivo de la celebración de la EXPO 92 de Sevilla se organizó un concurso de cara a la elección del personaje que se convertiría en la mascota oficial del evento. Al concurso se presentó hasta Mingote, aunque el ganador resultó ser de un poco más lejos, de la antigua Checoslovaquia. Pese a la distancia, el personaje, definido para la posteridad como "un simpático pájaro de pico y cresta multicolor", tuvo un nombre de fuerte arraigo popular en nuestra tierra: Curro. A Curro, no obstante, le dieron por todos lados; bueno, más bien, a los que lo eligieron como mascota. Por ese mismo motivo, en el momento de su presentación se insistió mucho en la figura de su autor: el artista, diseñador e ilustrador Heinz Edelmann. El nombre no dijo mucho en un primer momento, pero sí sus referencias: fue el autor de los personajes de la película de dibujos El submarino amarillo, protagonizada por la réplica animada de los Beatles. Edelmann falleció la pasada semana en Stuttgart (Alemania) a los 75 años de edad. Lo de Curro es anecdótico, pero no la plasmación artística de la imaginería psicodélica que popularizó en el famoso Yellow submarine, mediante la que logró perpetuar para la posteridad todo su arte.
La primera vez que vi Yellow Submarine tenía 8 años. Mi padre, consciente de mi desmedida afición por el cuarteto de Liverpool, me llevó a verla a Sevilla, al CIne Bécquer, aprovechando un viaje del historiador Manuel Pérez Regordán en el que también nos acompañaban sus dos hijos, Jacinto y José María. Fue una auténtica experiencia, sobre todo porque no esperaba nada semejante, menos aún después de haber amoldado el universo de los dibujos animados a lo que hacía Walt Disney en el cine o Hannah Barbera en televisión. El apoyo musical en las canciones de los Beatles hacía más digerible el desarrollo de la narración, pero poco a poco uno quedaba atrapado en el fascinante mundo colorista y surrealista (todavía no conocía el significado de psicodelia) que envolvía al grupo en pantalla y, a continuación, por la peculiar diversidad de seres y creaciones que formaban parte de Pepperland, lugar al que viajaban John, Paul, George y Ringo para lograr el triunfo de la música, la paz y la naturaleza sobre la dictadura opresora de los Blue Meanis, que había secuestrado a la Banda del Sargento Pepper como primera medida de sometimiento. La película estaba plagada de mensajes y de nuevas experiencias; era hija de su época, pero, más allá de su planteamiento argumental, triunfaba la explosión artística del talento de Edelmann, verdadero artífice del poder iconográfico alcanzado por la película y que puso de manifiesto, una vez más, el concepto autorial e innovador de los propios Beatles en aquellos otros proyectos en los que se involucraban, más allá de los discos editados en cada momento.
Hace unos años pude volver a ver la película, cuando salió su edición en vídeo, que incluía una secuencia inédita, con la canción Hey Bulldog. El impacto sigue intacto, así como la influencia de una creación que abrió los ojos a cuantos experimentaron la llegada de un nuevo tiempo a finales de los sesenta y a los que, hoy día, necesitan de su originalidad manifiesta para inspirarse a la hora de recrear la fantasía psicodélica que derrocha el metraje del filme.
Por cierto, para aquellos que quieran conocer más detalles sobre la obra de Heinz Edelmann, también posee unas ediciones ilustradas de El señor de los anillos, publicadas en Alemania a principios de los setenta.
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