Acabo de darme cuenta de que soy mala persona. Y eso que siempre me creí que era hasta buena gente. Pero nada. Está claro que dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Y es que soy un tipo egoísta y malvado a niveles de villano de película Disney, y seguramente harían bien en esconder a sus hijos de mí si es que tienen la mala suerte de encontrarme por la calle. Porque sí, como seguramente ya habrán podido imaginarse, soy uno de esos canallas a los que les importa un pepino nuestro futuro y nuestro planeta, y por eso tengo un coche diésel.
Y menos mal que nuestro nuevo y flamante gobierno ha puesto ya los puntos sobre las íes y nos ha señalado, porque de no ser así, lo mismo ni me entero. Créanme si les digo que soy un negado para eso de los coches, y que incluso me saqué el carné a la avanzada edad de 35 años obligado por mi mujer, porque con dos niños, estaba ya la pobre hartita de ser la chófer en exclusiva de mi familia. No. Lo reconozco. No sabía que el gasoil contaminaba más que la gasolina, y como vivo a unos cuantos de kilómetros de mi centro de trabajo, consideré oportuno ahorrarme unos eurillos en combustible pagando un poco más en la compra de la furgonetilla que tengo como vehículo familiar.
Pero a la vista está que hice mal, y ahora por eso me van a castigar con una anunciada subida progresiva de impuestos que me van a quitar las ganas de seguir jugando con el medio ambiente. No me quejo oigan, pues seguramente me lo merezco por mala persona. Y además, ese dinero será destinado a pagar sanidad y educación, seguramente. De hecho no podía esperarse otra cosa de un gobierno progresista, a pesar de que me extraña un poco lo de que vuelva a hacerse caja con los impuestos indirectos (aquellos por los que pagamos todos, con independencia de nuestra renta), mientras que no terminan de atreverse a subir los impuestos a los más ricos.
No sé, ahora que lo pienso bien empiezo a sospechar. Y lo mismo, ni el gobierno es tan progresista ni yo soy tan malo. Ni yo, ni tampoco esos curritos que se hartan de hacer kilómetros y por eso se compraron un diésel. No sé, llámenme loco, pero tal vez, si el objetivo era ecologista, se podía haber planteado una transición ordenada para renovar el parque de vehículos diésel, en vez de castigar a los de siempre para forzarles a un cambio de vehículo. Un cambio que, por cierto, tendría un impacto mucho mayor en el medio ambiente por mucho que sustituyamos todos los actuales diésel por coches movidos por energías renovables. Y es que, sólo los 14,5 millones de vehículos de más de diez años emiten un 90% más de óxido de nitrógeno que los diésel actuales, pero de eso no se ha dicho nada, ¿no?.
Vamos, que se olviden de lo que les he dicho. Que no. Que el problema no es el diésel. El problema es que el estado necesita dinero y no se atreven a sacarlo de esas rentas más altas. Esas rentas que han salido fortalecidas de la crisis, mientras que la mayoría de la población ha retrocedido décadas en su poder adquisitivo, derechos laborales y servicios públicos esenciales. Porque para pagar estamos nosotros, los de siempre, los pencos que componemos una mayoría silenciosa a la que siguen estafando para que unos pocos se peguen la vida padre a costa de nuestro trabajo. Y eso pasa aunque ahora gobierne un ejecutivo que se denomina de izquierdas,y que hace justo lo contrario de lo que se supone que debería hacer para poner en marcha una fiscalidad más justa que sirva para redistribuir la riqueza. Así que no. El malo no soy yo. Los malos son ellos.