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El jardín de Bomarzo

La unidad de la Patria

España, entre unas y otras casualidades, se agita de extremo a extremo. Lo hace al ritmo de unas elecciones generales de fondo

Publicado: 18/10/2019 ·
14:47
· Actualizado: 21/10/2019 · 10:41
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  • El jardín de Bomarzo.
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Bomarzo

Bomarzo y sus míticos monstruos de la famosa ruta italiana de Viterbo en versión andaluza

El jardín de Bomarzo

Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"Usted haga como yo y no se meta en política...; a mí la prensa siempre me ha tratado muy bien"Francisco Franco.

Particularmente creo poco en la casualidad. No es cuestión de negar su existencia, pero la mayor parte de las cosas que suceden por casualidad huelen a que de eso tienen poco. Casi nada es casual, sino más bien la resolución de una coincidencia sutilmente programada, de unos hechos prefijados a que desemboquen en un momento determinado en la búsqueda de una reacción, del fruto de una habilidad humana de mover los hilos en la sombra para luego señalar a la siempre recurrente "casualidad". Por inercia, siempre que alguien me habla de casualidades tiendo a desconfiar y a pensar quién estará detrás de aquello y, sobre todo, a qué oscuro interés obedece.

España, entre unas y otras casualidades, se agita de extremo a extremo. Lo hace al ritmo de unas elecciones generales de fondo que tienen toda la pinta de pintarle la cara a más de uno; desde a un Pedro Sánchez a quien las cuentas le salían mejor cuando planificada la estrategia electoral que ahora una vez metido en ella, a un Rivera, Albert, de cuyo batacazo no lo salva nadie y en su partido no entienden esa estrategia loca que les puede hacer perder dos de cada tres votantes de los conseguidos en abril y eso son dos tercios, que se marcharían al PP y que ya está rondando los cien y creciendo al ritmo de la mariana barba de Casado. Y a Vox, que asienta votos y crece al son del himno y de la unidad nacional, de la intensidad de las hogueras en Cataluña y del paseo próximo casual previsto para con el cadáver de Francisco Franco Bahamonde. Casi 50 años después de su muerte, más vivo que nunca -igual de tanto agitarle revive como Lázaro y vota el 10N, cuestión otra sería a quién-.

El General. Hay momentos en la vida que quedan grabados en la memoria y todos recordamos qué hacíamos, dónde estábamos, con quién, cuando nos llegó la noticia. Uno es la muerte de Franco. Recuerdo como ayer aquella gris mañana de noviembre del 75 y la felicidad que inundó todo mi ser ante la noticia de que aquel día no habría colegio porque Franco había muerto. Las calles vacías durante todo el día, la carta de ajuste permanente, el silencio tenebroso como antesala del miedo a qué cosas fatales nos iban a suceder.

Eran las 10 de la mañana del 20 de noviembre cuando el presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, apareció en las pantallas de todos los hogares españoles, vestido con traje y corbata negros y camisa blanca, imagen sobria y tenebrosa pronunciada aún más por el mismo bicolor de las televisiones de la época: "Españoles, Franco ha muerto", así iniciaba un breve discurso con voz emocionada, grave y entrecortada donde daba por hecho el dolor que se vivía en toda España -”Yo sé que en estos momentos mi voz llegará a vuestros hogares entrecortada y confundida por el murmullo de vuestros sollozos y de vuestras plegarias. Es natural. Es el llanto de España, que siente como nunca la angustia infinita de su orfandad”. Palabras que se vieron reflejadas en ese pueblo de Madrid que hizo colas kilométricas, de más de 12 horas para, entre sollozos, despedir a quien les había gobernado durante 36 años. Ese mismo pueblo que cuarenta años antes seguía a la Pasionaria con su "No pasarán” frente al asedio al que se vio sometida la ciudad y también el mismo pueblo que el 1 de abril de 1939 recibió vitoreando a las tropas nacionales a su entrada a la ciudad, pese a que los bombardeos de este bando habían matado a más de 900 madrileños y derruido 980 edificios, entre ellos 14 escuelas, 8 iglesias, 4 hospitales y 2 museos. El mismo pueblo que a los dos días del fallecimiento de Franco vitoreaba al Rey Juan Carlos como símbolo de esperanza en que la muerte del generalísimo traería la democracia, la apertura y sobre todo la concordia sin bandos. Franco había controlado, dominado y decidido el régimen del Estado y también había decidido su futuro, incluso saltando el orden dinástico de los Borbones acordó que tras su muerte el régimen fuese monárquico y el Rey no sería Don Juan, sino su hijo Juan Carlos. Algo que obedientemente aceptó todo el mundo sin el menor de los cuestionamientos y la historia se ha encargado de demostrar el acierto del dictador en la elección. 

De Franco se ha dicho todo y, como siempre, dependiendo de la tendencia política, pasa de haber sido un dictador criminal que tenía oprimido al pueblo a un buen gobernante querido por la mayor parte de la población y que, según ésta, levantó al país de la miseria. Blanco o negro, mejor dicho rojo o azul. Luces sin sombras, sombras sin luz. 

Desde 1939 a 1945, la represión franquista tuvo carácter de extrema violencia, no en vano el estado de guerra no se levantó, como se cree, en julio de 1939, sino casi nueve años después, el 7 de abril de 1948. Mantener el estado de guerra permitió dictar las Leyes represivas de Responsabilidades Políticas y de Represión de la Masonería y el Comunismo y continuar con los tribunales militares y con las ejecuciones políticas cuyo número oscila entre 28.000 a 50.000 en toda la posguerra. Durante este periodo la población española fue reprimida y controlada, los que antes de la guerra habían sido funcionarios para poder seguir siéndolo tenían que pasar por expedientes de depuración en los que "la secreta" investigaba su vida familiar y social y el afectado tenía que aportar un certificado de buena conducta firmado por un militar y un párroco. Pasada esta época de máxima represión, el régimen aflojó, al menos respecto a las ejecuciones, actuando duramente sólo contra quienes se le oponían de forma abierta. Un tiempo en el que imperó la censura informativa, la discriminación machista, la falta de libertades civiles, de culto e ideológica y la ausencia absoluta de democracia. Todo ello típico de los regímenes dictatoriales sea cual sea la ideología y/o extremo. 

Pero también el régimen franquista nos liberó de sufrir la Segunda Guerra Mundial, recién terminada la nuestra, y consiguió el desarrollo llevado a cabo a partir de los años sesenta con la adopción de una política económica atenta a las directrices del FMI y del Banco Mundial, que permitió la atracción de inversiones extranjeras con el aumento de la industrialización, la apertura al turismo y la mejora generalizada de las infraestructuras públicas, dejando a España, en 1975, como la novena potencia industrial. Y no se puede olvidar el establecimiento de la Seguridad Social con el sistema de salud pública, de las pensiones por desempleo y otras prestaciones sociales. También el régimen franquista impulsó la clase media, la cual fue el sustento del franquismo durante su segunda etapa y, luego, de la transición española. 

Habría que reflexionar qué valores son los que priman en la generalidad del pueblo español, en los millones de familias que su problema es sobrevivir día a día, dar estudios a sus hijos y vivir en paz. Esa generalidad de españoles que tanto podían seguir a la Pasionaria como a Franco, que tanto podían votar masivamente al PSOE como acudir años antes a la Plaza de Oriente, o votar después a Aznar. Quizás las cosas son más simples que lo que los políticos se empeñan en complicar. Quizás lo único que la gente quiere es vivir con su familia y amigos lo mejor posible, sin más y le es indiferente quién les ayude a ello y a costa de qué. 

El problema de la unidad de España es un asunto recurrente en nuestra historia y justo en estos días, a 44 años de la muerte del dictador, vuelve a resurgir con fuerza, viendo los españoles con estupor esa Gran Vía barcelonesa o su Paseo de Gracia tomados por la violencia de los independentistas. Es curioso recordar el discurso de despedida de Franco que dejó escrito para el día de su muerte y que leyó Arias Navarro aquél 20N a las 10 de la mañana. En él mostraba que su máxima preocupación era la unidad: "Por el amor que siento por nuestra Patria, os pido que perseveréis en la unidad y en la paz..., mantened la unidad de las tierras de España exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria". Es obvio que tenía claro el problema latente del independentismo, lo que seguro nunca imaginó es que el traslado de sus restos momificados fuesen a compartir titulares -la prensa siempre le trató muy bien...- con el de estos sediciosos catalanes empeñados en agitar nuestra pacifica vida. Seguramente, todo es casualidad.

Bomarzo

 

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