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Sin Diazepam

Un extraño día de lluvia con, joder, los pies descalzos

Pero me despierto y tengo seca la garganta. Son las tres y media de la madrugada. Llueve, sí, pero tengo sueño. Estoy descalzo…

Publicado: 22/11/2019 ·
11:56
· Actualizado: 15/12/2019 · 19:46
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Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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  • Me concentro en el sonido de la lluvia… me relajo pero, joder, me meo. Me levanto, joder, los calcetines. Qué frío está el suelo, joder
  • PD: No es broma, vivo, por ahora, en la Calle Particular, Barbate, y en ella cuando llueve, pues se moja como las demás. 

Es extraño el placer que me provoca la lluvia.  Nostalgia de una niñez aupada en botas de agua para caminar sobre los charcos de un otoño vestido de aula de monotonía machadiana. Perfume de tierra mojada sobre la que se alzan los primeros níscalos. Romanticismo de húmedos besos adolescentes, labio contra labio, empapado el cabello. Cierro los ojos y se convierte en el sonido de las despedidas, de un adiós que espera su regreso en primavera. A gusano de seda, a cúpula amarilla de las arboledas de moreras. A hombros encogidos. A pasos ligeros. A legión de madres a las puertas del colegio bajo una amalgama de paraguas de colores. A playa que se transforma toda en orilla. A limpiaparabrisas a toda leche. A un dedo dibujando corazones en el vaho de los cristales. A luces intermitentes difuminadas en la carretera. A cigarro resguardado en la palma de la mano. Es la lluvia la que transforma cualquier día de la semana en un domingo de manta y sofá.

Los niños querían unas botas de agua. Mi mujer quería pillárselas por el cumple del grande. Pero para qué, le dije. Les hace ilusión y así las tienen para los días de lluvia. Claro, contesté, esos días en los que si llueve, no les dejas salir a la calle

Es extraño el placer que me provoca la lluvia. La echo de menos. Tengo la sensación de que era más abundante en la infancia. Miro al cielo y parpadeo, pero no me permito perderme ese ejército de gotas en perspectiva. Me refresca el alma.

Pero me despierto y tengo seca la garganta. Son las tres y media de la madrugada. Llueve, sí, pero tengo sueño. Estoy descalzo… aún resuenan las palabras de mi amada: quítate los calcetines antes de meterte en la cama… apestan. No apestan. Sí, apestan y luego tengo que cambiar las sábanas y la colcha…. Y claro, con la que está cayendo, no veas para que se sequen. Evidentemente, me los quité, demasiada tensión, excesiva responsabilidad. El suelo está helado y sí, estoy descalzo. Tengo sed… hay una botella de agua en el salón. Cruzo el pasillo intentando recordar lo que estaba soñando. Era bello. Soñaba con un hermoso día lluvioso. No enciendo la luz. El dedo meñique del pie, el más conocido como dedo pequeño, se adelanta y se estrella contra la pata de la mesa. ¡Aggg! ¡uffff! ¡Aggggg! El dolor, agudo como la voz tiple, se agarra al hueso y sube hacia mi pecho, que se encoge… qué ganas de gritar, qué ganas de matar a alguien… qué ganitas de llorar. Menos mal que pasa rápido… ya es recuerdo. Bebo agua y regreso a la habitación. Intento coger de nuevo el sueño. No puedo. Ya sé. Me concentro en el sonido de la lluvia… me relajo pero, joder, me meo. Me levanto, joder, los calcetines. Qué frío está el suelo, joder. Somnoliento, me saco la churra que está totalmente despierta. Apunto y, joder, un estruendo en forma de trueno me pega un susto del copón. Mi cuerpo se agita. Me orino fuera. Me agacho, qué frío está el suelo, por dios. Limpio las gotas insurrectas con papel higiénico. Me levanto. Me resbalo y casi me desnuco. Hago el ademán de golpear la pared. Con el corazón a cien regreso al salón. Quiero fumarme un cigarro pero en casa no puedo, y fuera, no me jodas, llueve a espuertas.

Y entonces pienso. Los niños querían unas botas de agua. Mi mujer quería pillárselas por el cumple del grande. Pero para qué, le dije. Les hace ilusión y así las tienen para los días de lluvia. Claro, contesté, esos días en los que si llueve, no les dejas salir a la calle. Pienso en toda esa mierda cuando veo junto al sofá mis zapatos… y en su interior, arrugados como mi corazón, mis calcetines. Me los pongo, vuelvo a la cama, y aunque hieden, hoy ya es viernes y encima llueve. Y encima a las nueve dentista en ca’ Lydia. Es extraño el placer que me provoca la lluvia.

PD: No es broma, vivo, por ahora, en la Calle Particular, Barbate, y en ella cuando llueve, pues se moja como las demás. 

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