El año 2019 se marcha entre la sensación de no haber sabido aprovechar el tiempo cuestiones históricas de las que la ciudad lleva ya demasiados años inmersas y sin que se atisbe fecha para que terminen de una vez.
El cambio de Gobierno local ha significado dejar atrás otras maneras y un ciclo que comenzó sin cimentación fuerte, y que tal y como se barruntaba en su composición, terminó cual azucarillo, en una descomposición que retrató la incapacidad de responder a un relevo inesperado y sin visos de asentamiento.
Con él pasaron, como el año actual, asuntos de sumo calado que siguen en el cajón desastre del Consistorio. La política, muy dada a poner fechas cuando conviene, continúa en ese déjà vu eterno.
En el año que debía ser crucial para acabar con la vergüenza de entrada a la ciudad (Pozos Dulces), sigue su penar, y aunque se anuncie que se asegura su finalización, su transitar continúa por los mismos derroteros.
Escasa actividad y nula percepción de adelanto alguno. Consumir días con un agujero a la vista de todos. La Casa de la Cultura es otro de los asuntos dignos de estudios, miles de euros de dinero público sin que se ponga en actividad un recinto, que casi dos décadas después, permanece cerrado a cal y canto.
Otra chapuza municipal. Ni que decir del emblema y sin que la ciudad penda de su dignificación, sí ejemplariza la particularidad con la que el municipio trata sus valores históricos y representativos como ha sido el Vaporcito.
Cuestiones de suma importancia o vanas, de la misma manera, pasa el tiempo sin que se acometa su solución final. Hablar de PGOU, Pepryche, Comisaría... es la película futura y repetida hasta la saciedad. Cerrar el año siendo lo más destacado las luces de Navidad, retrata los objetivos y los objetos.
