Venir a hablar de la actual proliferación de los programas televisivos, en los que su argumento principal es el sacar a la luz pública los supuestos escándalos y chismes de los famosos, famosillos o famosotes que pululan por nuestra piel de toro, comentados por otros famosos o auténticos desconocidos que en veinticuatro horas se encaraman a la barriobajera fama por permanecer no sé cuantos meses malviviendo, con otros semejantes, en una casa o en una selva y, todo ello, bajo la forma de una grotesca tertulia, no sería nada novedoso. ¿A quién, con un mínimo de decencia, le puede interesar las opiniones de unos sobre los amoríos o las amañadas rencillas de otros? No, estos cotillas que a diario tratan de entrar sin previo aviso en nuestras salitas de estar no ocultan sus banales intenciones: ganar dinero fácil a cambio de darle a la sinhueso persistentemente y, a ser posible, con gesto grave y tono agrio. Estos tertulianos podrán ser tachados de peseteros o de aprovechados, pero no de malintencionados. Su intención es clara: hacer caja de forma rápida y fácil dentro del circo en el que se combina la información rosa y la amarilla. Los cotillas malintencionados son aquellos que con total ilegitimidad alevosa se entrometen en la vida privada de cualquiera de nosotros. Acceden a nuestras conversaciones telefónicas, a nuestra correspondencia postal o a nuestro correo electrónico. Su objetivo, también lo tienen claro, no es otro que el usar en provecho de aquellos para los que trabajan cualquier descuido, que sacado de contexto, puedan suponer un claro beneficio para sus amos, a costa del perjuicio para el espiado.
No hace mucho tiempo, desde el PP, se denunciaron escuchas privadas (no entremos en dilucidar a quién acusaban directamente de las mismas, pues para ello ya les digo que tendrían que contar con las pruebas indubitadas, si bien esto resulta harto difícil) a algunos destacados miembros de dicha formación política. La publicación por un medio de comunicación de una conversación privada entre dos militantes de dicho partido no dejaba lugar a las dudas. Una de las líneas telefónicas, o las dos, de los interlocutores implicados estaba pinchada. ¿Por quién…? Como en cualquier novela policíaca que se precie, en todo crimen, siempre habrá que empezar a interrogar a los que se beneficien con él.
El miércoles saltaba la noticia. El Ilustre Colegio de Abogados de Madrid presentaba queja formal en el Consejo General del Poder Judicial, en la Fiscalía del Estado y en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid por las escuchas, en el llamado caso Gürtel, de los abogados de la Defensa con sus clientes. ¿Quién, dentro de la prisión, facilitó los medios para realizar estas escuchas ilegales?
Finalmente, el actual Jefe del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), ha dicho públicamente que es una temeridad que la gente se envíen unos a otros infinidad de mensajes con el móvil, porque los mismos pueden ser interceptados por cualquiera. Como lo leen. Quien tendría que velar por que la gran mayoría de los ciudadanos estuviéramos con la máxima seguridad en nuestro país, creando alarma social.
Pocos días faltan para que nuestra Carta Magna, la Constitución del 78, cumpla su trigésimo primer aniversario de vigencia y, muchas han sido las navajadas traperas que ha recibido durante más de tres décadas. Sin embargo, las personas de Ley, aquellos que defendemos los derechos fundamentales no sólo de boquilla, sabemos que en ella se consagra España como un Estado de Derecho. Por eso, toda escucha que no venga autorizada por la autoridad judicial competente supone actuaciones propias de regímenes autoritarios.
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