Y Antonio Costa salvó nuestra honra y desahogó nuestro enfado. El primer ministro de Portugal, Antonio Costa, tras la reunión telemática de los máximos dignatarios de la Unión Europea con los representantes de los gobiernos europeos, quedó frustrado con la actitud de Alemania y de Holanda (ahora Países Bajos) frente a Pedro Sánchez y Giuseppe Conte, presidente del Consejo de Ministros de Italia. España e Italia, con el respaldo de siete países más- entre ellos Francia y Portugal- habían calentado la reunión con una carta conjunta pidiendo soluciones europeas a un problema europeo como la actual pandemia. El ministro de Finanzas de Holanda echó en cara a España su falta de margen presupuestario para hacer frente en solitario a la crisis y a Costa le pareció repugnante su egoísmo. El sonoro “repugnante” de Antonio Costa recogió lo que sentían la inmensa mayoría de los ciudadanos del sur de Europa y, por supuesto, los españoles. La lucha por un sistema de mutualización - de un programa de bonos de reconstrucción “a escote” - entre todos los país europeos no solo es razonable sino imprescindible. Para el gobierno español los países solos no podrán salir si no es con la cobertura del conjunto de la Unión.
Suena demasiado a la crisis de 2008. Entonces se produjo el mismo alineamiento internacional y Portugal, Grecia e Irlanda fueron rescatadas con un altísimo coste para sus ciudadanos. Portugal es un país independiente desde el siglo XII y se ha ido bandeando de sus crisis con sus expansiones africanas, asiáticas o americanas. Ahora no. Ahora es peninsular y europea y ello ha acercado a España y Portugal -a los españoles y portugueses- como nunca antes en nuestra historia común. Felipe II tuvo la oportunidad de arreglar una convivencia conjunta con los otros reinos ibéricos pero el conde-duque de Olivares lo estropeó para varios siglos.
Como dice el escritor portugués -e hispanista- Gabriel Magalhaes “los países del sur, España y Portugal, que tantas ilusiones teníamos respecto a Europa, empezamos, despacio, a verla con esa mirada melancólica de la desilusión amorosa. Seguimos firmes, pero cada vez menos convencidos”. Ése es el gran peligro que se cierne sobre la Unión Europea, que los ciudadanos entiendan que no está a la altura en esta su hora decisiva. Españoles y portugueses nos mantenemos, entre otras razones “ porque no nos queda otra alternativa”.