En tiempos de dolor es difícil templar las valoraciones. A nadie se le escapa que la gestión de la pandemia de coronavirus en España tiene muchos puntos incomprensibles. A nadie que conozca lo que está pasando más allá de nuestras fronteras y que lea otra prensa, además de la patria, se le escapa que la crisis va a cambiar el modo en el que entendemos la globalización y hasta nuestra manera de relacionarnos.
Cuando ya hay más de un millón cien mil infectados en el mundo, más de cincuenta mil muertos,y solo dieciocho países aún no han reportado ningún caso de coronavirus, se puede tener cierta perspectiva para analizar lo que está pasando. De principio, la pandemia ha desvelado la fragilidad de los estados, ha puesto en evidencia la debilidad del sistema de solidaridad de la Unión Europea y ha demostrado que cuando arde el bosque todos corren para apagar solo el fuego alrededor de su cabaña.
Los actos de piratería a pie de pista de Estados Unidos, Francia o Turquía son buena muestra de lo poco que le vale a España pertenecer a la UE o a la OTAN en momentos de naufragio, porque han sido sus propios socios los que le ha incautado o robado impunemente material sanitario. La emboscada del coronavirus nos ha despertado a los europeos y norteamericanos de la seguridad del estado del bienestar, ha destapado nuestras vergüenzas en cada una de las habitaciones donde la UME ha encontrado a un anciano muerto o abandonado, ha desmontado la creencia de las generaciones más jóvenes de que la vida siempre, siempre, avanza hacia mejor y quesolo podría traernos más bienestar, más lujo y más seguridad y ha demostrado que la inversión en sanidad debe ser invisible, pero constante, para anticiparse a lo que pudiera venir porque a veces viene. Es impúdico que un país como España deba acudir al mercado de especuladores de mascarillas o de respiradores para tratar de salvar las vidas de sus nacionales. No podemos ser un país seguro si nuestros sanitarios no lo están.
La pandemia de coronavirus nos ha llegado como una emboscada, sin que nadie nos pusiera en serio aviso de su enorme gravedad, y nos ha dejado un gran fracaso, la de unos estados débiles e incapaces de enfrentarse con fortaleza y medios a un enemigo que para nada es nuevo en la historia de la humanidad. La velocidad con la que algunos en España tratan de hacer de esta epidemia mundial una segunda gripe española, como si los casos o fallecidos que ya hay, y los que desafortunadamente llegarán a otros países no fuesen importantes, expone la vileza de una parte de la clase política y de sus opinadores de cabecera. Ningún Gobierno en mitad de una crisis, de dimensiones comparables a las de una guerra, debe ser el objetivo de la oposición. El único objetivo en esta batalla es vencer lo antes posible al enemigo de todos. El tiempo de la disputa parlamentaria, el de las averiguaciones o el de la petición de responsabilidades en una guerra llega siempre después.
De esta emboscada España va a salir con mucho sufrimiento, con muchos fallecidos y con muchos reproches, pero saldrá antes que la mayoría de los países europeos y americanos. La curva de aprendizaje de la sanidad, de los cuerpos y fuerzas de seguridad, del ejército, de la industria y de la ciudadanía española ha sido muy rápida. Nada volverá a ser como antes, pero saldremos reforzados como sociedad y seremos la ayuda más que necesaria de otros países. Después de un gran fracaso siempre llega una gran oportunidad. Deberíamos aprovecharla.