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El jardín de Bomarzo

Sentir la Navidad

Nunca antes habíamos despedido un año con el amargor -también con las ganas- que lo hacemos con este 2020

Publicado: 24/12/2020 ·
09:34
· Actualizado: 24/12/2020 · 09:34
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Bomarzo

Bomarzo y sus míticos monstruos de la famosa ruta italiana de Viterbo en versión andaluza

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Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"Hay algo que se aprende en medio de las plagas: que existen más personas dignas de admiración que de desprecio". Albert Camus, en La peste.

Nunca antes habíamos despedido un año con el amargor -también con las ganas- que lo hacemos con este 2020. Nunca antes nos habíamos felicitado tan poco y triste la Navidad, debe ser que como la presente es una venida a menos y de corte gris parece como si nos costase pronunciar la palabra feliz. Porque Feliz Navidad significa que le deseas lo mejor a esa persona porque le quieres o, al menos, le aprecias lo suficiente como para querer que sea feliz y ahora desear felicidad es inoportuno a tenor de la que hay encima, por tantos muertos o con la salud en riesgo, por tantos otros con la economía afectada y todos sumidos en la interrogante que nos invade porque no sabemos si  vendrá una tercera ola aún peor, si nos azotará ese mutante con nueva cepa que vuela sobre Reino Unido, si las vacunas conseguirán erradicar el virus o si conseguiremos recuperar la antigua normalidad en nuestras vidas. Aunque algo nos hace pensar que ya nada será igual. Por ello, nos cuesta desear felicidad porque con los comercios semi vacíos, la restauración a la mitad de la mitad, las distancias y este aire melancólico que transita nuestras calles casi desiertas con los villancicos como hilo de fondo todo parece una película de terror encuadrada en plena Navidad. Nunca me gustaron las películas de terror, básicamente porque me dan miedo y no le cojo la gracia a disfrutar pasando miedo, todo lo más un suspense agudo que te mantenga tenso porque con el suspense piensas que algo inminente le puede pasar a alguien de la pantalla, pero el miedo te hace creer que quien está en peligro eres tú. Y ahora todos olfateamos el peligro.

Feliz Navidad, a pesar de todo. Como este año es tan extraño, uno no sabe bien cómo acabarlo después de haber escrito tantos y tantos jardines con el Covid-19 de fondo -qué remedio-: si felicitando las fiestas, si deseando próspero año nuevo porque el que viene seguro va a ser mejor, si escribiendo carta a unos Reyes Magos que nos visitarán en formato estático, menos presenciales, sin carrozas reales, tras mascarillas y mamparas y eso, claro está, les hace perder su brillo  mágico de realezas venidas de Oriente a lomos de camello para convertirles más bien en señores asustados disfrazados de reyes que medirán con detalle cómo relacionarse con los niños aún crédulos. Porque a estos niños del 2020 la pandemia les ha hurtado parte de la Navidad, tan cierto como que todos hemos perdido casi un año de nuestras vidas en el que no nos hemos relacionado de manera habitual porque estamos atravesando el desierto cual Moisés en busca de la tierra prometida. Hemos perdido, qué duda cabe, pero tan bien hemos ganado y quizás la Navidad real sea valorar todo aquello que ganamos.

Ganamos valorando cosas sencillas que dábamos por hechas. Lo importante de verdad que es dar o que ten un abrazo, por Dios -cuánto se echan de menos porque abrazar, sentir el rostro amigo piel con piel, es Navidad-. De un beso. Qué importante es cuando pierdes el roce y el olor del otro u otra. Seguro que el hipocondríaco está feliz viviendo con mascarillas, hidrogel y a dos metros de todo el mundo, pero el andaluz de a pie, nosotros, que somos carne de bullicio en ferias y procesiones, llevamos en nuestro adn la urgencia del contacto en piel como los polos que se atraen y rota la atracción, perdemos parte de la emoción. Porque no nos emocionamos, eso lo hemos perdido. Hasta el fútbol es un triste deambular de chicos en el patio de un colegio con césped, no hay emoción y la vida sin ese brinco es menos vida. Pero ganamos otras cosas, ya digo: por ejemplo intimidad en nuestro núcleo familiar. Confinados y con toque de queda, la unidad familiar es la gran beneficiada de la pandemia y esa intimidad sí que refleja el sentido esencial de la Navidad: no la hay en las calles, sí en el interior de unas casas más iluminadas, mejor adaptadas por cuanto pasamos más horas dentro y esto nos hace vivir una Navidad más en su sentido espiritual que en su versión comercial; nos damos cuenta que no es necesario consumir tanto y eso, qué duda cabe, es bueno, como lo es el hecho de por eliminación eliminar al familiar plasta-gorrón al que no había modo de dar esquinazo.

Es bueno sobre todo que valoremos más lo importante, la salud, la familia o el amor. Es como si este Covid-19 hubiese venido a hacernos recapacitar; ha hecho relativamente fácil en política retratar al torpe y al oportunista, al que aprovecha casi cualquier cosa para sacar rendimiento a pesar de las cosas tan graves que tenemos entre manos. Y eso también es bueno. Es por tanto probable que cuando atravesemos este desierto lo que nos ha pasado este doloroso año nos haga mejores en general, lo cual no quita que entre nosotros haya mezquinos y ruines, pero como sociedad ganaremos y eso, indudablemente, también es muy bueno porque las sociedades avanzan a golpe de crisis y esta está siendo de dimensiones siderales. Quizás sea la primera vez en la historia de la humanidad que afrontemos un problema grave de manera conjunta y esto nos ha hecho pensar a la vez para protegernos de los errores que cometemos y nos hace ver que todo lo solucionamos mejor si lo hacemos juntos. Eso será muy bueno para el futuro de la humanidad, a un alto precio, sí, pero bueno.

Como lo es el cambio de determinadas cosas que hubiesen necesitado de muchos años de adaptación y lo han hecho en pocos meses, como es el teletrabajo, las videoconferencias, las compras telemáticas. También  de un plumazo hemos sido conscientes  de lo vulnerable que es nuestra  humanidad, de esas amenazas que pueden arrasarla en pocos meses o incluso días y que antes sólo eran guión de películas -de terror-. Del conocimiento de la fragilidad de los cimientos en los que hemos asentado esta sociedad, donde proteger la salud se confronta con la economía basada solo en el consumismo, el ocio y turismo. De todo esto hemos de tomar apuntes, aprender y prevenirnos. 

Navidad es un sonoro beso en un cachete querido, un abrazo sentido, un latido o un recuerdo a los que no están, bien sea porque las distancias lo prohíben o porque esta pandemia sin aviso se les llevó. También recordando a nuestros muertos de antes: "Y por amor a la memoria llevo sobre mi cara la cara de mi padre", -Yehuda Amijai-. En realidad, no necesitamos de grandes cosas para sentir la Navidad. A todos, felicidad.

Bomarzo

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