"Ni ángel con alas negras, ni profeta del vicio; ni héroe en las barricadas, ni ocupa ni esquirol. Ni rey de los suburbios, ni flor del precipicio; ni cantante de orquesta, ni el Dylan español”. Ahí se ubica el maestro Sabina. Que lo dejen en paz donde quiera estar, en ese universo feliz -entre misterioso y lírico -que hace de este cantante un ser maravilloso, un poeta memorable, un letrista para enmarcar. Déjenlo tranquilo. Dejemos vivir su vida a esas personas que se expresan libremente, tal y como son, tal y como sienten, capaces de abstraerse, de salirse del universo vulgar y monocromático del mundo para ver la realidad con los ojos más limpios.
Podían dejar en paz a Chema Rodríguez, a la señora que ha cantado la saeta a un palio vacío porque vacía sentía la buena mujer que estaba su entraña por segundo año consecutivo. El palio por cierto no es más que la casa callejera de la Virgen del Patrocinio. Podían dejar en paz a propios y extraños, a hermanos mayores y a hermanos menores, a compositores y floristas. Podían incluso mirarse al espejo. Estos personajes de la ciudad que a todo le ponen pegas -con razón o sin ella- y que afilan sus propias controversias para arañar hasta en el mármol, que parecen necesitar su vómito diario de bilis para sentirse importantes, deberían comprar un espejo enorme, en el Ikea por ejemplo, y mirarse cada mañana. Igual encuentran miserias que deberían arreglar antes de tirarse a la calle para darle de comer a una nueva guasa que ni es guasa ni tiene gracia. Hemos abaratado en exceso el humor, el arte, la gracia de Sevilla.
Con el cartel de la Semana Santa, la gracia de mi ciudad ha tocado fondo. ¿Dónde está la rica originalidad que ha cultivado de toda la vida Sevilla? “La mesita del cartel se parece a las mesitas de noche del Ikea”. ¿Esto es de verdad todo lo que tenemos que decir? ¿esta es la gracia de Sevilla? Debe ser que las redes sociales abaratan el talento y ponen el listón a la altura de la arena. Con esto del cartel se nos han visto las vergüenzas de una preocupante falta de genialidad. Ya no hay frescura de la buena, talento humorístico, gracia de la de antes, arte por derecho, esa simpatía genial que nos hacía distintos.
Y, otra. A la exposición “In Nomine Dei” la habían vestido de limpio antes de verla. ¿Han ido ya? Pues si después de recorrerla todavía le ponen pegas y la saetean a críticas baratas deberían hacérselo mirar.
“Ni el abajo firmante, ni vendedor de humo; ni juglar del asfalto, ni rojo de salón; ni escondo la pasión, ni la perfumo; ni he quemado mis naves, ni sé pedir perdón”. Yo, como Sabina, si el arte de Sevilla pasa por el chiste de la mesita de noche del Ikea... lo niego todo.