Ahora resulta que en el manicomio nadie se quiere poner la vacuna. Están todos por el patio dando vueltas y haciéndose el tonto, cosa muy fácil de conseguir para la mayoría. Aquí no nos van llamando por edades sino por niveles de locura. Hay desde el más volado hasta el que sabe contar hasta diez. Yo sé contar hasta un poco más, pero no sé cómo decirles a mis amigos que ponerse la vacuna es la única manera de que los dejen salir a pasear fuera de estas cuatro paredes. Como si lloviera.
Soy el único valiente que se la ha puesto y todos me miran con recelo como diciendo “este está loco”; y lo dicen como si ellos estuvieran aquí de vacaciones. No se fían un pelo de las vacunas, sobre todo de la Zéneca, a la que llaman “la de los trompos”. Y es que creen que un trombo es como un trompo que se te mete por las venas y no para de dar vueltas hasta que te hace la puñeta. Hoy los niños no saben jugar al trompo, ni siquiera saben coger una cuerda y liarlo; solo saben manejar el móvil con los deditos. Está claro que esto es otra generación de listos.
Antes, jugábamos a los trompos desde que amanecía hasta el anochecer y la calle era nuestro hogar preferido, pero aquello se acabó, ahora el hogar preferido es la pequeña pantallita de cristal del jodido móvil. Ya he escuchado a gente que se pone soviética y grita: “A mí la de los trompos, no”.
Me estoy liando; a lo que iba. Dicen mis amigos que ellos se ponen la vacuna que sea, cuando ahí fuera se pongan de acuerdo y no les metan miedo. Además, los cuerdos dicen que la Johnson hay que suspenderla de momento, otros que la moderna no anda bien, otros que la Pfizer tiene un nombre muy raro, otros que la Spunik V es un melón sin abrir…
Total, que los locos, aunque no carburamos demasiado bien, sospechamos que se trata de una guerra entre las grandes farmacéuticas y que detrás de todo está el dinero. Entre ellas se tiran a matar, y, basta que alguien se haya puesto con un poquito de fiebre, para meternos el susto en el cuerpo. Por otra parte, como sabemos un poquito de historia, es evidente que España siempre llega tarde a todos los sitios. Llegó tarde a la revolución industrial, llegó tarde a la Ilustración, llegó tarde a la informática… Ahora vuelve a llegar tarde y anuncia su vacuna para finales de año, es decir, a buenas horas… Por todo ello, los locos pasan de las vacunas. Ya Napoleón ha dicho que a él no lo pincha nadie, y Felipe, el Hermoso, asegura que no está dispuesto a perder su bonita cara por culpa de un pinchazo.
Además dicen que ayer se celebró el Día Europeo de los Derechos de los Pacientes y que ellos tienen derecho a no ser vacunados, aunque no lo ponga en el cartel de la enfermería. Es una cosa rara que no lo pongan en el cartel de la enfermería, porque allí aparecen dos columnas separadas; en una se pueden leer doscientos mil derechos de los pacientes y en la otra solamente cuatro deberes. Total, que la cosa está liada con la vacunita y aquí no se aclara ni el que la inventó. Vamos a ver mañana cuando se cuelen los enfermeros con las jeringuillas y las camisas. Si no fuera porque me iban a buscar, estoy por irme y no volver a esta casa de locos.