Faltan pocos días para que se cumpla un año desde que decretaran el estado de alarma. Entonces muchos experimentamos esa sensación de ser prisionero en tu propia casa, ver el cielo tan solo a través de las ventanas, no pisar las calles y echar de menos a la gente. Fueron semanas difíciles. Sin embargo para algunas personas el confinamiento comenzó mucho antes y todavía ni siquiera saben cuándo acabará. Es el caso de Carmen Guerrero, de 84 años, vecina del bloque E3 del Patio de la Alegría, en el barrio de Trille. Una comunidad de vecinos que lleva años luchando para que pongan solución a las barreras arquitectónicas del edificio, ya que tan solo dos de sus cuatro bloques cuentan con rampas de acceso.
A mí me gustaría salir un ratito al sol, porque llevo aquí encerrada mes tras mes, año tras año. Si al menos pudiera bajar con la silla, pero estoy sola y es imposible”Carmen no recuerda la última vez que fue a dar un paseo. Nos cuenta que tan solo sale cuando tiene que ir al médico para que le suministren sintrom, aunque reconoce que va a tener que solicitar que el personal sanitario acuda a su domicilio porque le cuesta mucho bajar los escalones de la entrada. “A mí me gustaría salir un ratito al sol, porque llevo aquí encerrada mes tras mes, año tras año. Si al menos pudiera bajar con la silla, pero estoy sola y es imposible”. Su marido falleció hace unos años, “el pobre se murió sin poder salir a la calle”.
Estos bloques albergan más de un centenar de viviendas que fueron construidas por la Junta en el año 1991 “sin prestar atención a la ley de accesibilidad de 1982”, comentan desde la Asociación de Vecinos María Auxiliadora que lleva más de quince años persiguiendo que se enmiende el error. En mayo de 2011 llegó la primera de las rampas al patio después de siete años solicitándolas. Al poco llegó la segunda. Pero paramos de contar, ya que aún faltan las otras dos. “Ahí entraron a echarse el balón unos a otros entre la Junta y el Ayuntamiento, uno propietario del edificio y el otro del suelo”, comenta el presidente de la asociación, Manuel García. Los bloques tienen ascensor pero dan a una entreplanta y para salir hay que bajar un tramo de escaleras de apenas un metro de ancho y después volver a subir algunos escalones más. Toda una gymkana para las personas mayores. “Hay muchas personas que llevan años sin poder salir a la calle”, nos comenta.
Para colocar las nuevas entradas en los bloques E1 y E2 usaron espacio de dos viviendas. El planteamiento para las dos entradas que quedan por hacer en los bloques E3 y E4 era el mismo. Por lo tanto hay dos pisos (uno en cada edificio) que llevan años en desuso porque iban a ser destinados a la creación de las nuevas entradas. Lo que agrava más aún la situación, ya que los vecinos temen “que cualquier día pueda meterse alguien para ocuparlos”. Y es que la seguridad es algo que también les preocupa, ya que aunque el patio es privado “no pusieron puertas en las cuatro entradas y aquí entra todo el mundo día y noche”, apuntan.
Enrique Fernández es otro de los vecinos que tiene problemas de movilidad, por una lesión en un brazo. Además es invidente. A sus 66 años aún sigue saliendo a la calle, aunque con mucha ayuda y mucho esfuerzo. “Lo difícil es cuando uno se pone malo”, nos cuenta. Hace algún tiempo sufrió un infarto. Tuvieron que bajarlo entre cuatro personas por el complicado tramo de escalones. Su hermana Manuela, que también es vecina del patio, se pregunta “¿dónde está el dinero que iban a destinar a las otras dos rampas, si en el presupuesto inicial estaban recogidas las cuatro?”.
En el primer piso del mismo bloque vive Miguel Ángel Faulimé, que padece una enfermedad medular degenerativa. “Si tengo que sacar mi silla de ruedas necesito ayuda”, explica. “Cuando vengo con la compra me tienen que ayudar a subir el carro, porque no puedo solo”. Y luego está la estrechez del tramo. “Mi madre murió en 2016 y tuvieron que sacarla a la pobre con el sudario sentada en una silla; eso es penoso”, nos cuenta.
Los residentes de estos pisos han ido envejeciendo con ellos desde que fueron entregados hace treinta años, haciéndose cada vez más complicada la movilidad. Si seguimos subiendo, en el quinto viven Manuel Montesinos y Juana Lanzarote. Ella tiene 76 años y lleva más de uno sin salir de casa ya que padece estesclorosis. “Se aprobaron 870.000 euros para que la obra estuviera terminada a finales de 2017”, apunta Manuel con una carpeta de documentación en sus manos. “Resulta que el dinero que estaba liberado para la obra se ha perdido, ¿cómo se pierde esa cantidad?”. Lamenta que “desde que se ha hecho el puente de La Pepa todo es para la Barriada de la Paz, y no sabemos qué está pasando con el dinero”. Este vecino ha acompañado al presidente de la AAVV en el proceso y en los últimos años ha estado solicitando explicaciones tanto a la Junta como al Ayuntamiento sin conseguir respuestas ni soluciones.
Lo cierto es que a esta comunidad se le está acabando la paciencia, porque son muchos años esperando a que desaparezcan las barreras arquitectónicas que dificultan su día a día. Muchos de ellos nos han dejado mientras esperaban. Otros temen que les ocurra lo mismo. Y mientras tanto, el tiempo pasa sin que las administraciones les den respuestas.