La generación de nuestros padres tuvo a El Lute y la nuestra tuvo al Palmar de Troya. Los dos forman parte, en distintos periodos, de aquella España en blanco y negro que, a falta de democracia y libertades, vivía entretenida a base de fiestas, sucesos y acontecimientos sobrenaturales. La historia del Palmar, convertida con el tiempo en la de la iglesia palmariana, tal vez sea el último testimonio fehaciente de esa etapa, ya entonces en vías de extinción, en la que un hecho inverosímil podía alcanzar visos de extraordinario, a costa de aquella “España profunda”; en este caso, un estrambote que lo fue, también, a costa del sometimiento y del bolsillo de sus fieles.
Recuerdo que, siendo niños, en el colegio, hablábamos ya del Palmar desde el pleno convencimiento de que aquello era un gran timo. Cuando, en una excursión a Sevilla, pasamos por Utrera y pudimos ver de cerca la basílica que había ordenado construir el “papa” Clemente fue cuando comprendimos que lo de “timo” se quedaba pequeño. Aquel monumento no solo impresionaba, era todo un mensaje, pese a su grandiosidad kistch.
Con el tiempo, llámenlo modernidad, el interés por el Palmar se fue difuminando, a veces recuperado por la muerte de sus fundadores y por nuevos escándalos, pero percibido siempre como un fenómeno inexplicable y retrógrado que carecía ya de sentido. El cine lo retrató en dos ocasiones en los 80; primero con una pésima comedia casposa, La de Troya en el Palmar, y después con una sátira sobre sus orígenes, Manuel y Clemente. Ha sido ahora, Movistar, de la mano de Israel del Santo, quien ha ido recogiendo todas las piezas del camino, desde 1968 hasta nuestros días, para explicar y entender desde una conseguida rigurosidad la historia de una iglesia palmariana venida cada vez a menos, pero aún presente en El Palmar y numerosos lugares del mundo.
Lo ha conseguido con una serie documental de cuatro episodios, de una factura impecable, en la que recopila audios y vídeos inéditos, testimonios de exfieles, teólogos, psicólogos, periodistas, videntes y vecinos, para una brillante exposición que no solo retrata a la "secta", sino la supuesta fragilidad de quienes cayeron en ella, sin necesidad de proceder de esa “España profunda”, e inconscientes todos de la enorme 'jeta' de aquellos a los que veneraban y obedecían ciegamente para huir de las llamas del infierno y esperanzados en presenciar algún milagro, como el de la frustrada recuperación de los ojos y la vista de Clemente -ni la fecha prevista, ni las horas de oraciones frente al altar obraron la gracia divina-; de hecho, el único milagro constatado en el documental, y por el propio protagonista, Ginés, tercer papa palmariano, es la recuperación de su virilidad después de más de 30 años sin estar con una mujer. Otro que, como en la anécdota de Belmonte, solo había sabido llegar y mantenerse en el cargo de una forma, degenerando.