Por Fermín Vallecillos miembro de ASANA (Asociación andaluza de antropología) PENTECOSTÉS es algo más que su propio significado de “quincuagésimo”, incluso más de lo descrito en los Hechos de los Apóstoles, donde se narra que una especie de lenguas de fuego se posaron sobre ellos y “…se pusieron a hablar en otras lenguas”.
Destaco el significado de “Traducción” BABEL es también más que el origen de la palabra, proceda o no del nombre de la ciudad de Babilonia. Todos conocemos la historia de La Torre de Babel (al menos, los que estudiamos Historia Sagrada), y al caso destaco un Babel, de su posible raíz de "Balal," que significa "Confusión".
Así tenemos un Pentecostés, como la capacidad de traducción, que se opone a Babel, como el de ruptura comunicativa. El antropólogo alemán, Van Gennep, introdujo el concepto de Ritos de Paso, como un cambio de posición social, o de estado, entre NO pertenecer y pertenecer a un grupo, o incluso el de un ir y un retornar.
En el peregrinaje a Santiago, queda también establecida la transición del rito de paso, en sus tres fases, la fase inicial, una llegada o liminalidad, y el retorno o salida a la vida normal. La liminalidad (umbral), alude ese estado de ambigüedad de la fase intermedia, entre la preliminal, y la postliminal, donde las diferencias entre los miembros son mejor aceptadas, o no se tienen muy en cuenta las clases sociales, o se ignoran, como el hecho de ser peregrino. Sería como la communitas de Victor Turner.
La estructura social communitas es una fase donde aún no se está, y a la vez se está. Se basa en la igualdad de sus miembros, desechándose la jerarquía social, y destacando unos valores provisionales asociados a ella: compañerismo, espontaneidad, contacto cálido, o relaciones sociales casi indiferenciadas.
El retorno a la vida normal, donde reaparecen las distancias y los estatus, sería estar ya fuera de la comunitas.
EL CAMINO DE SANTIAGO
Santiago de Compostela, como Roma, Jerusalén o la Meca, es uno de los grandes centros espirituales del mundo.
Según la tradición, en este lugar se encuentra la tumba de Santiago el Mayor. Tras el martirio y muerte en Jerusalén del apóstol Santiago, sus discípulos recogieron sus restos y, de manera milagrosa (de otra forma no podría ser), una barca de piedra los llevó hasta las costas gallegas.
En el siglo IX, un monje descubre su tumba en un paraje, donde se fue haciendo la ciudad de Santiago de Compostela, y la posterior construcción de su imponente catedral Si el Camino de Santiago era frontera ante el sur –Islán-, resulta curioso además que el monje que descubriera la tumba se llamara Pelayo, o que el renacimiento de la peregrinación haya coincidido con la formación de la nueva Europa.
El Consejo de Europa, en 1987, lo declaró como Itinerario Cultural Europeo, señalando el valor trascendental del peregrinaje para una mejor civilización común a todos los pueblos europeos. En la actualidad el Camino vive su mejor época.
SANTIAGO: CIUDAD LIMINAL
En la primera ocasión que hice el Camino, ya viví la analogía. Ser peregrino es hacerse más conciliador, compartes albergues, aproximas tu vida y tus vivencias con los demás, alejas los problemas del orden social, e incluso desprendes un poco de gramática a cambio de retórica. Todos se entienden mejor en una especie de sacra traducción, pese a las diferencias, no sólo idiomáticas, sino a la diversidad de circunstancias.
El Camino es por ello, y simbólicamente, el Pentecostés, el don de las lenguas, el camino de la transigencia, y el de una actitud más abierta a la comprensión. Por fin, después de largas y duras caminatas, llegas a Santiago.
Entras en la plaza del Obradoiro, donde se te impone la pequeñez humana ante el gigante de piedra de su Catedral. El ritual del Camino evoca a Robert Gertz, figura relevante de la sociología francesa, por su polarización religiosa.
En el peregrino se daría un espacio profano, de siniestralidad, en tanto no se ha llegado a Santiago, pero después se daría la parte sacra, o situación diestra, una vez obtenida la Credencial en tu Compostela.
No obstante, es inevitable no prolongar la fase liminal mientras estés en Santiago, sigues con el bastón en la mano paseando por sus calles, descuidas barba y vestimenta, o te abandonas sentado o tumbado en el suelo, o hablas con alguien de al lado. Cualquier otro siguiente día, te vas, y dejas atrás Santiago Ya estoy en casa. Desayuno en la cafetería de costumbre.
El bastón duerme junto al arpa de Bécquer. Ya visto mi ropa normal, controlo la proxémica en mis relaciones, voy a mis asuntos, entro y me conexo en mis amistades, vigilo mi C/c. del Banco, desconfío o no de ciertas manos que te saludan, leo el periódico, levanto la barbilla si es preciso, o discuto. Es el consuetudinario Babel.
PERSONAJES LIMINALES EN EL CAMINO
Estos personajes se encuentran también en cualquiera de nuestros pueblos o ciudades. Seguro que reconoceremos a alguno de ellos. Son personajes que ubicaron su forma de vida en la liminalidad. Imaginemos el caso de un niño que tras su primera comunión, se perpetuase en el rito incorporándolo a su forma de existencia, con un trajecito blanco o de marinero de por vida, convirtiendo el punto liminal en su identidad permanente, y en “gracia de dios”.
En cierto modo, todos tenemos fragmentos liminales en nuestras vidas, o las desearíamos. Imaginen un punto liminal de la juventud, la del divino tesoro. Bien. En el camino de Santiago, también se encuentran algunos personajes que viven cierta liminalidad.
A título anecdótico menciono a tres de ellos. Tomás, ya con unos cuantos años encima, se autodenomina como el último Templario. Vive en su refugio de Manjarín en pleno camino de Santiago (últimamente, es más frecuente ver a alguno de sus ayudantes que a él mismo). Tomás, vestido como templario y a caballo, pasa solemnemente El puente Honroso, en las fiestas de la localidad leonesa de Hospital de Órbigo.
De cualquier forma, Tomás ha conseguido una identidad con ese papel liminal, es Tomás el Templario, y como tal templario, es protector del peregrino (y además come de ello). Al tuno de Santiago lo vi por primera vez hace 5 años, la última hace dos meses. Siendo ya casi septuagenario, destaca el porte de su altura y su vestimenta de tuno.
Alguna vez sería estudiante en los maravillosos años sesenta, entre las alegres guitarras, bandurrias y panderetas. Vive por tanto un pasado que nunca dejó de terminar. Vive esa liminalidad del estudiante y tuno desde hace ya medio siglo. Constantino el Trovador, de 50 años, deambula por el Camino.
Él dice que es portador de conocimiento popular, y que lo transmite contando historias, o cantando en bable. Constantino es pequeño, destacando su gran nariz, como también su afán por hablar y ser escuchado.
Aclara que sus conocimientos le vienen de su abuela, también contadora de historias, con quién vivió y acompañó mendigando por los pueblos hasta los 20 años. Constantino vive la liminalidad como contador de historias, y de esa forma consigue “ser alguien”, no un simple bufón, o mendigo sin más. Dice estar casado con una mujer de 72 años. n