Otoño es la fecha elegida. Ahora parece que sí, que es la buena. La definitiva. Tras pasar mil y una trabas y tras caminar la insufrible travesía del desierto, Santa Clara, ya tocaba, comienza a ver la luz al final del túnel.
Ha debido pasar demasiado tiempo para que lo que debiera de haberse convertido en el ejemplo de humanizar y de buena gestión, se ha retratado como la nefasta utilización del dinero público para ofrecer la peor versión de lo que nunca hay que hacer y convertir una zona trabajadora y humilde en un gueto y en un foco de miseria, de drogas y de delincuencia. Culpables hay muchos. Demasiados. Como casi siempre y como por desgracia estamos acostumbrado a padecer, el fin parece justificar los medios.
La humanización del entorno de Santa Clara vuelve a la memoria la eliminación de otra de las lacras y vergüenzas portuenses de décadas pasadas como fueron entonces el Vietnam, la Inmaculada o el Distrito 21.
Zonas que en su degradación dejaron un rastro de sufrimiento, de barbarie y de intolerancia del sistema para con los más desfavorecidos que alimentó al monstruo y de cómo algunos se adaptan al contexto en la búsqueda de la supervivencia y de la gratuidad consentida y de la putrefacción. Otoño, apunten en el calendario, es la fecha elegida. A esperar toca.