Escribió Goethe en su Fausto que el sueño es “un remedio que se obtiene sin nada a cambio, sin médicos ni brujerías”. Para el Talmud, “el sueño es una sexagésima de profecía”. No está del todo claro —aseguran los especialistas— que en los sueños el sujeto durmiente reconozca con nitidez los objetos deseados y temidos de la vigilia, que son y no son, a la vez, los signos que éstos representan en el mundo real. Y es esta paradoja la que define el lenguaje onírico. Decía Lacan (Φ=Falo; $=Sujeto escindido) que el inconsciente estaba estructurado como un lenguaje, pero también que estaba estructurado por el lenguaje. Aunque depende de lo que se entienda por estructura; porque si se entiende una organización gramatical (lingüística), la cuestión es discutible, siendo más adecuado hablar de escueta yuxtaposición. El psicoanalista francés albergaba sospechas sobre la causalidad de las relaciones externas respecto al origen de los traumas.
Freud identificaba el ello (inconsciente) con la ausencia de un sujeto coherente y establecía la equivalencia entre un yo fortalecido y la estructuración del ello, de manera que sólo así podría concebirse un inconsciente estructurado.
En principio, el deseo se sitúa en el inconsciente, mientras que en el consciente se halla oculto y deformado, pero se trata del mismo deseo y su clave interpretativa radica, quizás, en admitir, desde la simultaneidad, el reconocimiento y el desconocimiento del objeto.
El miedo se corresponde con un deseo invertido porque todos los miedos encubren deseos necesarios, como argumentaba Leopoldo María Panero, lector experto y exégeta inteligente de Jacques Lacan hasta el punto de que se confundía (lo confundían) con Lacan.
No obstante, hizo falta la aparición de un Slavoj Žižek para que el pensamiento de Lacan fuese utilizado de forma provocadora, como era su destino, confirmando que la realidad es el sueño, lo que venía a suponer un nuevo triunfo del Surrealismo.
En su libro El más sublime de los histéricos (2013), Žižek explica que “Únicamente en el sueño uno se acerca a lo real, a esa Cosa traumática que es el objeto causa del deseo, es decir, sólo en el sueño uno está al borde de la vigilia y se despierta justamente para poder continuar durmiendo, para evitar el encuentro con lo real. Al despertar, uno se dice «era sólo un sueño», cegándose el hecho decisivo de que, precisamente, como seres despiertos, no somos más que «la conciencia de ese sueño»”. Es decir, Lacan.
Ese objeto, que es y no es sincrónicamente, será conocido a través del desconocimiento; dinamismo paradójico en el cual, por poner un caso, alguien conocido interviene en el sueño como si fuera otro, pero no lo es; y, a pesar de todo, ese otro misterioso se subdivide hasta el infinito.
La mujer soñada o el hombre soñado son todos los hombres y mujeres objetos de un deseo infinitamente ambiguo. La mujer ideal onírica y el hombre ideal onírico son funciones ilimitadas del inconsciente ejecutadas como producciones ideológicas del sueño ideológico del que habla Žižek.
El fenómeno se da, por ejemplo, cuando un hombre sueña que mantiene relaciones sexuales con una amante y, en un momento determinado, siente que esa amante es su propia esposa transferida a otro espacio y otro tiempo, pero que aún por debajo de esa esposa subyacente surgen todavía otras mujeres distintas concebidas ideológicamente como paradigmas de un deseo que es el único deseo real y precisamente por ello inaccesible.
De aquí la conclusión de Freud: “La elección de objeto en la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles y comenzar de nuevo como corriente sensual (el subrayado es de Freud). La no coincidencia de ambas corrientes da con frecuencia el resultado de que uno de los ideales de la vida sexual, la reunión de todos los deseos en un solo objeto, no pueda ser alcanzado” (Tres ensayos sobre teoría sexual, 1905).
Puede ser que la correspondencia entre la realidad y el sueño sea milimétricamente perfecta. Entonces, ya se sabe.
No sirve de nada buscar respuestas si la pregunta es la equivocada.