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El sexo de los libros

Antonio Machado y la Tercera República Española

Antonio Machado discernió la existencia 'de facto' en España de dos repúblicas durante el periodo 1931-1939.

Publicado: 18/10/2020 ·
10:06
· Actualizado: 18/10/2020 · 10:07
  • Antonio Machado
Autor

Carlos Manuel López

Carlos Manuel López Ramos es escritor y crítico literario. Consejero Asesor de la Fundación Caballero Bonald

El sexo de los libros

El blog 'El sexo de los libros' está dedicado a la literatura desde un punto de vista esencialmente filosófico e ideológico

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Antonio Machado discernió la existencia de facto en España de dos repúblicas durante el periodo 1931-1939. Lo hizo demostrando una visión especialmente lúcida que se refleja en un texto publicado en el número V de la revista Hora de España correspondiente al mes de mayo de 1937. En ese número de la etapa valenciana de la indicada revista, de carácter mensual, el poeta sevillano escribe unos Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena (págs. 5-12), donde destaca un fragmento bajo el epígrafe ‘Lo que hubiera dicho Mairena el 14 de abril de 1937’, y cuyo contenido íntegro reproducimos a continuación:

‹‹Hoy hace seis años que fué [sic: entonces esta forma verbal llevaba obligatoriamente tilde en la e] proclamada la segunda República española. Yo no diré que esta República lleve seis años de vida; porque, entre la disolución de las ya inmortales Cortes Constituyentes y el triunfo en las urnas del Frente Popular, hay muchos días sombríos de restauración picaresca, que no me atrevo a llamar republicanos. De modo que, para entendernos, diré que hoy evocamos la fecha en que fué proclamada la segunda gloriosa República española. Y que la evocamos en las horas trágicas y heroicas de una tercera República española, no menos gloriosa, que tiene también su fecha conmemorativa —16 de febrero— y cuyo porvenir nos inquieta y nos apasiona. [Subrayado del autor de esta entrada]. 

»Vivimos hoy, 14 de abril de 1937, tan ahincados en el presente y tan ansiosamente asomados a la atalaya del porvenir que, al volver por un momento nuestros ojos a lo pasado, nos aparece aquel día de 1931, súbitamente, como imagen salida, nueva y extraña, de una encantada caja de sorpresas.

»¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia!... Recordemos, acerquemos otra vez aquellas horas a nuestro corazón. Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera, traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la historia parecían fundirse en una clara leyenda anticipada, o en un romance infantil.

 

La primavera ha venido

del brazo de un capitán.

Cantad, niñas, en corro:

¡Viva Fermín Galán!

 

»Florecía la sangre de los héroes de Jaca, y el nombre abrileño del capitán muerto y enterrado bajo las nieves del invierno, era evocado por una canción que yo oí cantar, o soñé que cantaban los niños en aquellas horas.

 

La primavera ha venido

y Don Alfonso se va.

Muchos duques le acompañan

hasta cerca de la mar.

Las cigüeñas de las torres

quisieran verlo embarcar…

 

»Y la canción seguía, monótona y gentil. Fué aquel un día de júbilo en Segovia. Pronto supimos que lo fué en toda España. Un día de paz, que asombró al mundo entero. Alguien, sin embargo, echó de menos el crimen profético de un loco, que hubiera eliminado a un traidor. Pero nada hay, amigos, que sea perfecto en este mundo.››

La cita está tomada de la edición de los 23 números de Hora de España a cargo de Topos Verlag Ag, Vaduz, Liechtenstein y Editorial Laia, Barcelona, 1977. Tomo I (Números I-V, Valencia, enero-mayo de 1937).

Ian Gibson, en su biografía de Antonio Machado (Ligero de equipaje. Aguilar-Santillana, Madrid, 2006, pp. 570-571), recoge otro valioso texto del poeta sevillano en el cual se plasma la misma idea. En ese texto (también relativo al 14 de abril del 37) —afirma Gibson— “al parecer no editado en vida, [Machado] esbozó un ‘resumen’ de los años transcurridos desde 1931”. El autor de Campos de Castilla insiste aquí en su percepción de un tercer modelo republicano:

‹‹Pero la traición fracasó dentro de casa, porque el pueblo, despierto y vigilante, la había advertido. Y surgió la República actual, la más gloriosa de las tres —digámoslo hoy valientemente, porque dentro de veinte años lo dirán a coro los niños de las escuelas—; surgió la tercera República española con el triunfo en las urnas del Frente Popular.

(…)

››Los militares rebeldes volvieron contra el pueblo todas las armas que el pueblo había puesto en sus manos para defender a la nación, y como no tenían brazos voluntarios para empuñarlas, los compraron al hambre africana, pagaron con oro, que tampoco era suyo, todo un ejército de mercenarios, y como esto no era todavía bastante para triunfar de un pueblo casi inerme, pero heroico y abnegado, abrieron nuestros puertos y nuestras fronteras a los anhelos imperialistas de dos grandes potencias europeas. ¿A qué seguir?... Vendieron a España. Pero la fortaleza de la tercera República sigue en pie. Hoy la defiende el pueblo contra los traidores de de dentro y los invasores de fuera, porque la República, que empezó siendo una noble experiencia española, es hoy misma España››. [Los subrayados son míos].

En la obra de Gibson se hace así mismo mención de un artículo de Machado para El Sol del 19 de enero de 1936, en vísperas de las elecciones del mes siguiente: “El 19 de enero, en su columna de El Sol, Machado no puede resistir la tentación de comentar la peligrosa situación que se vive en España. ‹‹¿Qué hubiera pensado Juan de Mairena de esta segunda República —hoy agonizante—, que no aparece en ninguna de sus profecías?››, se pregunta después de unas consideraciones sobre Maquiavelo (‹‹agonizante›› porque el poeta espera que salga de las urnas una ‹‹Tercera República›› democrática” (p. 528). La sensación de un renacimiento de la República era palpable en todos los sectores progresistas de la población.      

Es cierto que las elecciones generales del 16 de febrero de 1936, ganadas  por el Frente Popular, no comportaron, de iure, un cambio de república, puesto que no se produjo, a tales efectos, el necesario cambio constitucional; pero la victoria de las izquierdas —desde los republicanos burgueses hasta el extremismo anarcosindicalista— suscitó en las clases populares una avidez de transformación tanto en el ámbito político como en el social y el económico. 

El Frente Popular adquirió la magnitud de un amplio movimiento antifascista de cara a frenar la acometida de las fuerzas más  ultraconservadoras y reaccionarias de España que, muy pronto, iban a ser receptoras privilegiadas del máximo patrocinio por parte de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini.

El periodista e historiador Frank Jellinek (1908-1975) fue un testigo directo de la primera etapa de la contienda española como corresponsal del Manchester Guardian. En agosto de 1937 concluyó una obra titulada La Guerra Civil en España (Júcar, Madrid, 1977), en cuya tercera parte (‘El Frente Popular’) alude específicamente a una mutación que ya era previsible durante el preludio de los comicios de febrero del 36: “Se había creado el Frente Popular. Las circunstancias decidirían si iba a ser simplemente una plataforma electoral, si el gobierno resultante iba a ser sólo de transición o si la República de 1936 iba a surgir del Gobierno del Frente Popular” (p. 173). [El subrayado es mío]. [Parte I]

El pacto del Frente Popular no implicaba ningún proyecto revolucionario y apenas iba más allá de una recuperación de la Constitución del 31 o, como se decía, de “la República de los republicanos”. Era un programa de impulso a las libertades democráticas, al interés público y al progreso social. No se contemplaban nacionalizaciones: ni de la banca ni de la tierra. Pero en las masas populares era palpable una firme exigencia, cuando menos, de materializar sin paliativos las prescripciones constitucionales de 1931, llevándolas hasta sus últimas consecuencias. Y, aún más, se respiraba una atmósfera en la que se hacían ostensibles las pretensiones de profundizar políticamente más de lo previsto.

Entre las derechas, sin embargo, sí se barajó, a propuesta de Calvo-Sotelo,  la eventualidad de un cambio constitucional, en el caso de una victoria electoral, que convertiría en constituyentes las nuevas Cortes, previa   formación de un gobierno provisional. Y todo ello dirigido, obviamente, hacia el establecimiento de una dictadura, presidida por Sanjurjo, que se dedicara a preparar la restauración de la monarquía. Existía colectivamente la conciencia de un antes y un después de las elecciones de febrero.

Lo que vino tras el golpe militar ya se sabe. El estallido de la guerra civil compuso un escenario muy distinto del que cabía presagiar. Se desencadenó un proceso de radicalización social y política que desbordó al purismo republicano. El anarcosindicalismo optó por hacer la revolución, secundado  por el POUM y por una parte del ala izquierda de los socialistas. Surgió el fatídico dilema: o concentrar todos los esfuerzos en ganar la guerra, o dividir esos esfuerzos entre la guerra y el sueño revolucionario. El tiempo durante el cual esta última directiva se hizo predominante tuvo secuelas nefastas para la República. Incluso al día de hoy todavía  colea, ocasionalmente, esta dramática diatriba entre ciertos historiadores, analistas y militantes, como puede apreciarse en publicaciones, debates y foros digitales.

El propio Azaña, contagiado por el entusiasmo reinante, declaró en una cena política que el gobierno se limitaría escrupulosamente a lo estipulado en el documento programático del Frente Popular, pero a continuación añadió: “No sólo no daremos ni un paso atrás, sino que iremos más lejos” (Jellinek, p. 190).

El pronunciamiento faccioso del 18 de julio fomentará las ansias de ruptura de la ciudadanía de izquierdas, estimulando un vertiginoso ímpetu de subversión generalizada que perseguía repercutir  sobre las estructuras  básicas de la sociedad burguesa: propiedad, producción, distribución, división de clases, administración de justicia, jurisdicción civil, religión y articulación eclesiástica. Todo ello de acuerdo a tres consignas preferentes: igualitarismo, autoridad local y colectivización. Se expandió la consabida fiebre consejista de raíces libertarias en un contexto de espontaneísmo y devaneos cantonalistas, con  más fervor en unas demarcaciones que en otras de la zona republicana. En el plano militar, esta propensión autogestionaria —que tuvo su lapso álgido en los primeros meses de la guerra— fue una rémora para los gubernamentales. No obstante, y aunque a partir del gabinete Largo Caballero (y primordialmente en virtud de la eficacia regularizadora del PCE) pudo refrenarse, no sin enormes aprietos ni arrestos, dicho movimiento centrífugo hasta afianzar  una concepción unitaria tanto del Estado como del mando supremo del ejército, el sustrato rupturista sobrevivió en algunas de sus prioridades hasta que el declive de la República se hizo patente e irreversible. Según Julio Aróstegui: “Es preciso concluir hoy que la revolución española de los años treinta y sus efectivas posibilidades de realización en función de la guerra quedaron truncadas por una debilitación progresiva debida sobre todo a la inmadurez de los propios revolucionarios” (“Los componentes sociales y políticos”, en VV. AA.: La Guerra Civil Española. 50 años después. Labor, Barcelona, 1989, p. 59).

El peso de lo social en el seno del régimen republicano se incrementó sustancialmente con la guerra. Ángel Osorio y Gallardo (“el monárquico sin rey al servicio de la República”), político de extracción conservadora  que, por sensatez y dignidad, respaldó el vuelco del 14 de abril y le fue fiel  hasta su muerte en el exilio, había asimilado aquel  desenvolvimiento ideológico, como se observa en su artículo ‘La patraña del bolchevismo’ (Ahora, 20 de enero de 1937): “La guerra infame que ahora han provocado y que ya no pueden sostener sino entregando España al extranjero, ¿a qué se debe sino al temor de que la República realizase un leve adelanto en el orden social? Trátase, en fin de cuentas, de perpetuar un régimen de castas e impedir la expansión del proletariado. Esto y no el comunismo es lo que quieren impedir. Y, ciertamente, les sobra razón. Porque al fin de la guerra no habrá comunismo, pero seguirá, a paso redoblado, el acceso de los trabajadores al poder económico y al político. Tanto dará que gobiernen los sindicalistas como los comunistas, los socialistas, los republicanos o los católicos. Todos caminarán hacia delante, y el mundo trabajador ocupará plenamente la vida española. La discusión versará sobre el ritmo y sobre los modos. Mas la finalidad está trazada por un designio histórico y nadie podrá contrariarla”. [Artículo completo en Fernando Díaz-Plaja: Si mi pluma valiera tu pistola. Los escritores españoles en la guerra civil. Plaza & Janés, Barcelona, 1979, pp. 180-181. El subrayado es mío]

¿Cabría inferir, en ucronía, que, si hubiesen vencido las armas republicanas, se hubieran introducido ulteriormente reformas constitucionales en la  acepción de un diseño político todavía más avanzado y de gran calado social? No es descabellado. Y es verosímil que la intuición de Machado de una Tercera República tenía como referente la expectativa del tránsito hacia una democracia perfeccionada en sus mecanismos y finalidades. El grado de compromiso de Antonio Machado con el gobierno legal careció de fisuras: “Dentro de la guerra hay un deber imperioso, que el filósofo menos que nadie puede eludir: el de luchar y si es preciso morir al lado de los mejores”. Machado estaba inscrito en Acción Republicana desde su fundación en 1926 por Manuel Azaña, por quien sintió siempre una honda estima. En 1931 el escritor se integraría en el comité ejecutivo de AR; y cuando en 1934 se crea el partido Izquierda Republicana —como resultado de la unificación de Acción Republicana, el Partido Republicano Radical Socialista (Marcelino Domingo) y la Organización Republicana Gallega Autónoma (Santiago Casares Quiroga)—, Machado, como es lógico, se agrega a las filas de esta nueva entidad política.

Aquel hombre bondadoso, sereno, tolerante, culto y estoico que fue Machado, adopta, cuando llega la guerra, una inconmovible actitud antifascista y antiimperialista que, en determinados trances, alcanza tonos de áspera indignación: contra el Pacto de No Intervención, contra la Sociedad de Naciones, contra la presencia de tropas alemanas e italianas; pero también contra las posturas de Francia y Gran Bretaña por la complicidad pasiva de estas dos democracias. Su activismo es persistente y denodado. Antes de la guerra, en febrero del 36, se había incorporado a la Mesa Permanente Española de la Unión Universal por la Paz. A lo largo de toda la conflagración —y a pesar de su ya deficiente salud, que se iba  deteriorando cada vez más—, Machado demuestra su total disponibilidad para todo aquello que le solicitan con el fin de ayudar a la causa popular: colaboración con las Misiones Pedagógicas; firma de manifiestos; ingreso en la Alianza de Intelectuales Antifascistas; intervención en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en Valencia (continuado en Madrid y concluido en París) en 1937; miembro de la presidencia de honor, en el mismo año, de la Conferencia Nacional de Juventudes coordinada por las Juventudes Socialistas Unificadas (en cuyo congreso de mayo cooperará también) o en calidad de presidente del Patronato de la Casa de la Cultura en Valencia, cargo que, debido a su estado físico, le fue imposible desempeñar. Independientemente de esto, Machado no paró de escribir (poesía y, más que nada, prosa) expresando su identificación con las motivaciones del pueblo. En este sentido se condujo sin ceder ante la fatiga. Escribió para los periódicos y revistas de la España leal: El Pueblo; La Vanguardia; Hora de España, El Mono Azul; Servicio Español de Información. Revista del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes; Voz de Madrid. Semanario de Información y Orientación de la Ayuda a la Democracia Española (que se editaba en París) o en Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura. No vaciló en mandar artículos para diversas publicaciones de signo netamente marxista, como Milicia Popular. Diario del Quinto Regimiento de Milicias Populares o Ayuda. Semanario de la Solidaridad (dependiente del Socorro Rojo Internacional).

El último libro que publicó Machado en vida fue La guerra (1936-1937), en el que se recopilan textos relativos al tema bélico, tanto prosas como  poemas, difundidos en distintos medios durante los dos primeros años de pugna civil. Respecto al sentido de esta obra, explica Jaume Pont que “redimensiona el compromiso del intelectual”, y recalca que “Para Machado no hay otra razón inmediata que la eticidad nacida de la causa justa del pueblo: Constitución, República y gobierno de la legalidad. La dignidad del hombre machadiano pasa por su fidelidad republicana, antimonárquica, para encastarse en un ideario humanista que abraza el nacionalismo progresista, cristianismo evangélico y compromiso social, como salvaguarda ante la traición interna y externa” (Jaume Pont. “Sobre La guerra de Antonio Machado”, en Abel Martín. Revista de Estudios sobre Antonio Machado: www.abelmartin.com, sección crítica, última actualización: Febrero 2009).

El estilo de estos escritos de guerra es, en esencia, el que Machado había fraguado anteriormente como propio en su lírica y en su lengua ensayística. Es un estilo reconocible en el que prevalecen sus trazos más  representativos: claridad, sintaxis impecable, exactitud léxica, entonación reflexiva, ironía, talento pedagógico exento de ínfulas, emoción contenida, etc. Este estilo, sin embargo, sufre ciertas alteraciones coyunturales: ya sea por el hecho de escribir en la inmediatez de los acontecimientos (literatura de urgencia que prima el mensaje por encima de la forma), ya sea —como se ha anotado más arriba— por la fogosidad con que reacciona ante flagrantes desmanes e injusticias. En su poesía se hace explícito, sin desproporción, un fundado aliento de  combatividad.

Ángel González, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española (23 de marzo de 1997), titulado Las otras soledades de Antonio Machado, resaltaba lo siguiente: “Sus prosas de guerra, que en conjunto son, a mi entender, el más certero y penetrante análisis escrito en aquellos años sobre la crisis de España y Europa, también dan por rachas, tácitamente, noticia de su soledad; notas rememorando a los amigos muertos, cartas a los amigos lejanos agradeciendo o solicitando un gesto de solidaridad; y amargas reconvenciones, sin citar nombres, a quienes abandonaron o traicionaron a la República” (Abel Martín. Revista de Estudios sobre Antonio Machado, ibidem).

 

                                      

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