Ayer se vertieron toneladas de yeso desde los puentes sobre el río Marcal para tratar de contener la ola tóxica que aniquila todo rastro de vida a su paso y evitar que desemboque en el río Raab, afluente del Danubio, que se encuentra a unos 100 kilómetros.
Alrededor de 40 kilómetros cuadrados en los que viven 7.000 personas han quedado anegados por una capa de varios centímetros de fango rojo contaminante, altamente venenoso, que ha causado un desastre medioambiental sin precedentes en el país.
Medio millar de personas equipadas con trajes especiales para la protección contra sustancias químicas y dispositivos de agua a presión tratan ahora de descontaminar las viviendas y las calles de las poblaciones afectadas, en medio de escenas de destrucción generalizada.
La rotura de una balsa de acumulación provocó el lunes el vertido de un millón de metros cúbicos de barro rojo que arrasó más de 400 viviendas en las dos aldeas más cercanas.
ESPAÑA OFRECE SU AYUDA
La ministra de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, Elena Espinosa, transmitió ayer a su homólogo húngaro su solidaridad y su apoyo, dada la experiencia española en la gestión de catástrofes como la de las minas de Aznalcóllar.
La secretaria de Estado de Cambio Climático, Teresa Rivera, ha señalado que en España existen balsas similares, pero más pequeñas y usan técnicas distintas.