La prohibición fue anunciada por la agencia oficial Xinhua y ayer apareció en carteles de varias zonas céntricas de Urumqi, como la Plaza del Pueblo, centro neurálgico de una ciudad que vuelve a presentar relativa calma pero donde las heridas de la masacre aún no han cicatrizado.
La tensión causó que la explosión en la mañana de ayer de un depósito de petróleo en una refinería del norte de la ciudad generara la alarma entre las fuerzas de seguridad, quienes horas después, no obstante, aseguraron que el suceso había sido un accidente, no un atentado terrorista.
El Buró de Seguridad Pública advirtió de que dispersará cualquier asamblea ilegal “haciendo uso de los medios que se considere necesarios”, y avisó contra cualquier ciudadano que muestre armas en público.
El 5 de julio, una manifestación de uigures musulmanes pidiendo en Urumqi que se investigara un linchamiento de miembros de su etnia en Cantón (sur de China) degeneró en ataques de ese grupo contra chinos han.
Ello marcó el comienzo de cuatro días de hostilidades entre uigures y han, en los que murieron 184 personas (tres cuartas partes de ellos han, según las autoridades, que no aclararon todavía cuáles de esas muertes se produjeron el día 5 o en fechas posteriores).
China culpa del comienzo de los disturbios a organizaciones en el exilio, principalmente el Congreso Mundial Uigur de Rebiya Kadeer. La empresaria uigur, exiliada en EEUU, niega toda relación con los incidentes y acusa al régimen de ser el verdadero culpable de la inestabilidad, por ejercer desde hace décadas una política represiva y discriminatoria contra su etnia, que representa un 45% de los habitantes de Xinjiang (frente al 40% de han).
La propaganda china combate estas críticas ofreciendo cientos de noticias en las que se ejemplifica la “armoniosa convivencia” de la mayoría han con la uigur y otras etnias en el país, minorías que representan menos del 10% de la población pero ocupan dos tercios de su área.
Pese a que el Gobierno chino niega toda discriminación de etnias como los uigures, la preocupación por el descontento de esta minoría musulmana ha llevado al número nueve en la jerarquía comunista, Zhou Yongkang, a visitar este fin de semana las ciudades de Kashgar y Hotan, en el sur de la región y centros neurálgicos de la cultura y la religión uigur.
Por otro lado, China ha obtenido este fin de semana el esperado apoyo de naciones de Asia Central cuyos pueblos están emparentados con los uigures, tales como Kazajistán, Uzbekistán o Kirguizistán, países que también han vivido tensiones similares.